Que el mundo está en constante cambio es algo de lo que
nadie duda. A pesar de la sensación de estatismo, la realidad está sumida en
una lenta y agónica transformación de sí misma. Pienso en ello mientras echo la
vista atrás a un conjunto de esculturas de Ángel Bados presentadas hace no
mucho en la Galería Moisés Pérez de Albeniz, en Madrid. Y pienso en ello porque
hay un movimiento en esas esculturas que pocas veces había experimentado con
anterioridad. No, no se mueven. Permanecen calmas, durmientes, seguras de sí
mismas. No, tampoco tienen cualidades místico-mágicas que las hacen
contemplarse como sujetos auto-conscientes. Son, eso lo sabemos, objetos
inertes. Sin embargo cada una de estas “piedras” de Robando piedras (título que Bados a dado a la
exposición) tiene alojada en su interior el germen del cambio.
Hay movimiento en toda stasis, así como una suspensión del
significado que permanece flotante, abierto a ser aprehendido a cada instante.
Como en el río de la vida; movimiento en la calma, y quietud en la velocidad.
Pero más clarividente todavía que este “par móvil” es la
sensación de una temporalidad expandida. Como buen seguidor de una estética
clásica, para Bados las formas han de durar, nos tienen que durar. Ser duración
más que hablar de la duración. Hay un pequeño libro de Peter Handke que nos
habla sobre esto, Poema a la duración (Lumen, 1991). La duración, para Handke, exige un
poema. Escribe:
Ya hace tiempo que quiero escribir sobre la duración;
no un artículo ni una obra de teatro, ni una historia –
la duración pide insistentemente un poema.
Quiero preguntarme con un poema,
acordarme de un poema,
afirmar y guardar con un poema
lo que es la duración.
La duración, podemos decir ahora, para Bados, exige una
escultura. Y esta escultura que se nos ofrece a nuestra mirada no solo se mueve
por dentro en su quietud, no solo activa la una a la otra, como hatillos de
ropa dispersados en un ordenado caos, sino que es, sobre todo, duración.
Una duración que es también la de la espera, 14 años desde
su última exposición individual. Un periodo de tiempo en el que las esculturas
se han ido haciendo tanto como han sido hechas por las manos del artista. De
nuevo, no, las esculturas no son seres. Son agrupaciones de materiales. Sin
embargo, merecen ser tomadas con la mayor de las seriedades. Por lo demás, el
clasicismo quisiera que su legado durara eternamente, sus logros tuvieran
cierta atemporalidad. Lo clásico tiene en el arte de Ángel Bados una fuerte
raigambre. El propio Handke en literatura; Schinkel en arquitectura: Rohmer y,
quizás Bresson, en cine. Lo realmente magnífico de este nuevo conjunto de
esculturas está en que son completamente atemporales siendo a su vez
radicalmente actuales, contemporáneas (¡modernas estaba tentado de decir!) (Sobre esto, decir que pocas palabras en inglés me gustan
tanto como timelessness, y pocas obras de arte, pocas películas de cine me intrigan tanto
como aquellas sobre las que fluye el tiempo timelessness a la vez que son capaces de
periodizar).
Estar en su tiempo y estar a la vez en otro lugar. Existe aquí una
creencia en la posibilidad de ofrecer algo al mundo que resista la falta de duración de los objetos posmodernos en nuestra
sociedad de consumo. Pero para que ello se de minimamente, es necesario una
técnica, una techné. Toda escultura que hoy en día se precie (en unos tiempos que han
dejado atrás definitivamente la posibilidad de hablar de la escultura como de
un lenguaje propio o autónomo) necesita de ese grado de temporalidad expandida
que le otorgue su duración.
No ha pasado desapercibido para varios comentaristas y
espectadores el hecho de que la escultura actual de Bados parece más connotada,
o algo más referencial. Sin duda, los tejidos y las sedas, las alfombras, tienen cierto aire
oriental. Podríamos añadir aquí que un escrutinio de la procedencia de los
materiales o las ropas les confieren un aspecto entre dandy y working class. No es sin embargo ningún
referencialismo (tan en boga hoy en día) el que subyace en la escultura. Más bien
una objetualidad poética irreductible. Es por ello que todo el peso recae en el
espectador, toda la responsabilidad de interpretación queda en manos del que
mira y observa. Por esto mismo esta obra irradia un ethos abierto a la
diferencia y al antiautoritarismo.
El poema de Handke a la duración termina con una cita que
es necesaria volcarla aquí:
Ninguna imagen reemplazará la intuición de la duración,
pero muchas imágenes diversas, tomadas de órdenes de cosas muy distintas,
podrán, por convergencia de su acción, dirigir la conciencia al punto preciso
donde se hace palpable una cierta intuición.
Henri Bergson