12/31/2014
12/29/2014
Releyendo Interstellar
Uno de los momentos culturales del año para
quien aquí escribe ha sido Interstellar, película dirigida por Christopher
Nolan. En este artículo publicado en El Estado Mental dejé escritas algunas
impresiones después del visionado y procesado del filme. Se trata de una de
esas películas que siembra una pequeña semilla en el interior que con el paso
de los días comienza a brotar dentro. Al mismo tiempo, la película ha generado
bastante debate en distintos foros y redes sociales. Como sucede con el cine de
Nolan, tampoco esta película ha dejado a nadie indiferente. Las reacciones van
desde la entrega al rechazo más absoluto, desde la rendición al escepticismo.
No cabe duda de su ambición en querer convertirse en un título de referencia de
la ciencia ficción así como una de las realizaciones cinematográficas más
grandes de lo que va de siglo.
De todas estas conversaciones e hilos
entrecruzados, hay dos críticas que me gustaría señalar, y a continuación
rebatir o al menos ofrecer una amplitud de perspectiva. 1) La primera crítica
es que hay nada nuevo bajo el sol, más bien al contrario, nos enfrentamos ante
otro caso más de producción ideológica, un canto al antropocentrismo y la
supremacía propia de un americanismo que todo lo controla y domina, otra
película más sobre el gran héroe norteamericano y demás. 2) La segunda crítica
se deduce de ésta, al señalar ese mismo antropocentrismo como el problema
principal que impide y niega cualquier otra posibilidad de lectura, así también
su disfrute, en lo que pasa por un ejemplo más de un cine de Hollywood donde el
rol de la mujer queda relegado a un papel secundario mientras se ensalzan los
valores patriarcales y masculinos de la sociedad capitalista occidental, etc. A
continuación, todo el género de la sci-fi se pone bajo la lupa: ¿por qué no hay
personas de raza negra en el futuro? ¿Por qué no hay personas identificadas
como LGBT en la sci-fi? Etc.
En lo que sigue de este texto intentaré dar
respuestas a estas demandas, solo en parte justificadas, aunque me centraré
principalmente en Interstellar:
Blockbuster de autor
Interstellar no es un
“subproducto”, ni siquiera en el sentido más preformativo y positivo del término. Es más
bien el “producto” de una gran industria que pretende estar elaborando un
material elevado y de calidad. En este sentido, es lo más parecido a lo que
Hollywood entiende como art film o art house con la añadidura de un
presupuesto descomunal. Aunque parezca una contradicción, estamos ante un blockbuster de autor, similar a
lo que representaban en el pasado las películas de Hitchcock e incluso Kubrick.
Éste último es sin duda la gran referencia para Nolan, no sólo por los guiños y
la influencia manifiesta de 2001: Una Odisea del espacio, sino por su fijación
en combinar a partes iguales grandiosidad en el espectáculo, invención técnica
y una subjetividad obsesiva y psicopatológica. En tanto cine de autor, Interstellar entra en
contradicción con lo que se le presupone. Como un blockbuster, frustra las
expectativas de quienes van a pasar simplemente un buen rato y se les ofrece
tres horas de inmersión emocional. La consideración de ambas condiciones (blockbuster y art house film) como intrínsecas a
la propia película es indispensable para cualquier evaluación y juicio.
En tanto producción cultural, Interstellar actualiza el viejo debate de la teoría literaria (académica) que separa entre una
“sub-literatura de los mass media” de la verdadera y real literatura. Las
novelas de Philip K. Dick son en este sentido todo un paradigma así como toda
una vindicación de la elevación de la ciencia ficción como literatura del más
alto rango. Como en cualquier análisis de texto, el factor que hace bascular y
borrar las fronteras entre el cine de autor y el blockbuster, o entre el
sub-género y el canon, es precisamente la propia cualidad de la escritura, es
decir, el estilo (literario), la forma. Hay en Interstellar una atención al
detalle, una escritura cinematográfica acumulativa y estratificada, un uso
dialógico del lenguaje narrativo que explota la aparente unidimensionalidad del
argumento y la trama, esto es, del contenido. Hay mucho de todo, y bien
orquestado.
Se trata de una película que prima la lectura
contextual, entendiendo por contexto la propia historia de la ciencia, la
exploración espacial y también el propio género de la ciencia ficción. La lista
de referentes es larga. La premisa es la de hacer una película de masas
científicamente validada, a la manera en la que en el pasado las firmas de
Arthur C. Clarke, Carl Sagan y Asimov sirvieron para legitimar y otorgar una
respetabilidad al género. En este caso el científico es Kip Thorne. Thorne
colaboró con Sagan enseñándole sus teorías del agujero de gusano para la novela
Contact de éste, que fue llevada con éxito al cine en 1997. La
multireferencialidad y ambición de Interstellar atraviesa, en este
sentido, toda la historia de la ciencia ficción como género narrativo.
El mérito de Nolan y su equipo reside en
disipar esta autoconsciencia y metareferencialidad en la propia escritura
fabricando las condiciones para que emerjan las emociones. En tanto que
producción cultural, afirma la primacía de la polivalencia lingüística y la
irreductible multiacentualidad del significado en contra de cualquier discurso
monológico, singular y cerrado. Ofrece un tapiz para la interpretación. Son
muchos los detalles que no pueden pasarse por alto y que cuestionan la aparente
ideología de la película. Por ejemplo la supuesta supremacía norteamericana es
cuestionada en el detalle del dron indio o incluso en la lectura dialéctica del
relato que se cuenta en las escuelas acerca de que la carrera espacial fue un
bulo destinado a arruinar a la Unión Soviética mientras que la NASA sobrevive
oculta en la clandestinidad. En cualquier caso, en aras a su credibilidad, Insterstellar insiste en la
necesidad de una fidelidad al género cinematográfico como sostén para la
narración. Esta fidelidad es la que la hace parecer ingenua, pero no es. Todo
en ella es autoconsciente y fruto de seis años de trabajo.
Nolan y el género, multigénero
El género (genre) es importante para
Chistropher Nolan. No se trata de deconstruirlo (y con él el canon) como lo
hace el cine de Tarantino y de otros, sino más bien de reinventarlo. Crear algo
nuevo desde una forma clásica tiene sus riesgos e inconvenientes. En este caso
el canon es 2001 y no parece haber ningún problema en admitirlo. Pero en lugar de
buscar la estrategia del distanciamiento, en vez de urgar en la ironía y el
guiño posmoderno, en vez de dirigirse a una intelligentsia crítica cultural
típica del cine de autor, Nolan opta por algo más complicado y polémico, esto
es, la identificación. Este llamamiento a la identificación, a literalmente
sumergirse emocionalmente en la película, esta invitación a entrar dentro, es
sin duda la resistencia que la película debe vencer para a continuación
convencer. Para un espectador posmoderno e irónico, esta invitación a sumarse a
un viaje hacia la profundidad, sea ésta trascendente o humanista, es poco menos
que una provocación.
En este sentido, estamos ante un filme de
género, la ciencia ficción, que esconde otros muchos géneros en su interior: el
relato de fantasmas o la aventura épica entre otros. Las películas de Nolan son
multigénero, aunque siempre hay un género pivotal que el cineasta privilegia.
Pero en el caso que nos ocupa, ¿cuál es este género? ¿La ciencia ficción o esa
otra forma narrativa tan anciana de la aventura épica? Es a partir de este
género épico que Interstellar entra en la senda de una aventura propia de
la narrativa realista.[1]
Puede sonar a extraño cualquier apelación al
realismo en una producción tan apegada a la ciencia ficción. Cuando se juntan
estas dos categorías (realismo y sci-fi) vienen a la cabeza realizaciones como
District 9 (2009) de Neill Blomkamp, en donde una estética de “realismo
sucio” está apoyada por imágenes de noticiarios y televisión sensacionalista.
El realismo de Nolan funciona a múltiples niveles, también estéticos, por
ejemplo en su renuncia a rodar en digital y optar por el celuloide,
concretamente el formato gigante IMAX, y a grabar cuantas más secuencias
posibles sin efectos especiales. Casi una película artesanal, o una película de
un realismo de Hollywood. Resulta innegable la belleza y la textura del filme,
así también el modo de representación del universo y la galaxia.
Pero el componente más propio del realismo
estaría en el atributo principal que Jameson identifica en la novela realista,
a saber, el dominio del afecto. Algunos de los rasgos serían la sensación
corporal, la dicotomía entre presente perpetuo y eternidad, su existencialismo,
la melodía sin fin (Hans Zimmer) o la consciencia despierta de la temporalidad.
La producción de afecto es la principal propiedad del realismo. En este libro
dedicado al realismo, Jameson lanza el siguiente mensaje con respecto a la
ciencia ficción, antes de entrar a hablar sobre Inception (Origen) del propio Nolan:
“In what follows I
will want to claim, however outrageously, that the historical novel of the
future (which is to say of our own present) will necessarily be
Science-Fictional inasmush as it will have to incluye questions about the fate
of our social system, which has become a second nature”.[2]
¿Hay mejor descripción para Interstellar? Nuestro sistema
social como una segunda naturaleza a extrañar o, como se dice en el argot
teórico, a defamiliarizar. La fe en nuestro sistema, a saber, el capitalismo.
Pero no en vano el realismo de Interstellar toma como epicentro
la unidad básica, patriarcal, de la familia nuclear. Las lecturas en este
sentido oscilan, como por otra parte toda la película, entre la distopía y la
utopía. Pero el apego al realismo y al género coinciden en la estructura
principal de la película. Cuando Georg Lukács (que no George Lucas) analizó la
literatura de los siglos anteriores al XX observó distintos modos narrativos;
entre ellos el relato épico y la novela histórica de la que se desprende toda
su teoría del realismo. Uno de los rasgos del realismo se encuentra en el
concepto de tipicidad, es decir, la elaboración de personajes que responden a
figuras arquetípicas y que se desenvuelven en situaciones típicas que son
elaboraciones de situaciones históricas. El “tipo” no se contrapone a la
singularidad sino que se brinda una conexión entre lo individual y lo históricamente
determinado por su medio y sus circunstancias. El “tipo” más común es el del
héroe (en nuestro caso Cooper) quien tiene que vencer el determinismo de la
historia, lo que en la película supone no salvar el mundo, sino abandonarlo.
Cooper es el “tipo” con el que el espectador ha de identificarse, meterse en su
piel. Una identificación para la cual es imprescindible una caracterización e
interpretación convincente: Matthew McConaughey. Otro de los “tipos” sería el
de la heroína, así en este caso Murph.
Feminismo y ciencia ficción
Las críticas desde el feminismo a Interstellar pueden variar
dependiendo si éstas se centran en el personaje del padre (Cooper) o en el de
la hija (Murph). Como cualquier lectura de un texto, la perspectiva varía según
la interpretación. Hay interpretaciones para todos los gustos, pro y contra.
Algo parecido ya sucedía con Alien (1979) de Ridley Scott: ¿es pro o anti feminista? ¿Es Ellen Ripley una mujer fuerte que combate y destruye una fuerza alienígena sin la ayuda de ningún hombre, o su caracterización es una pantalla de humo que da cobertura a la fantasía y al placer visual de la mirada masculina sobre la pantalla? ¿Y cómo diseccionar su sexualidad? ¿Qué es lo que representa el alien?
Algo parecido ya sucedía con Alien (1979) de Ridley Scott: ¿es pro o anti feminista? ¿Es Ellen Ripley una mujer fuerte que combate y destruye una fuerza alienígena sin la ayuda de ningún hombre, o su caracterización es una pantalla de humo que da cobertura a la fantasía y al placer visual de la mirada masculina sobre la pantalla? ¿Y cómo diseccionar su sexualidad? ¿Qué es lo que representa el alien?
Una lectura feminista y también marxista
privilegiaría, tanto en Alien como en Interstellar, la posibilidad más
“progresista” o acorde a sus intereses; potenciaría más los aspectos positivos
a rescatar en vez de denunciar los negativos. Si el feminismo o el marxismo
tuvieran que rescatar de la historia del cine películas abiertamente feministas
o marxistas el recuento sería cuando menos discutible. Sin embargo, una posibilidad se abre
desde la teoría crítica. En su trabajo Critical Theory and Science Fiction Carl Freedman
argumenta que la teoría crítica en su versión más central, su versión marxista,
implícitamente privilegia un cierto género; y que ese género es la ciencia
ficción. O lo que es lo mismo: que las más avanzadas formas de crítica
privilegian un género (genre, que no gender) que ha sido
ampliamente despreciado o guetizado.[3]
Lo mismo que para el marxismo vale para el feminismo como metodología crítica
emancipadora. El problema de esto en el caso que nos ocupa, lo he dicho al
comienzo, está en que este sci-fi es también un blockbuster y reclamar
ingredientes que no están en su ADN supondría solicitar un tipo de producto que
no es. Por ello, conviene mejor centrarse en lo que realmente es y no en lo que
a éste o aquel lector o lectora le gustaría que fuese.
No estoy reivindicando que Interstellar sea per se una producción recuperable para el feminismo, pero sí que como un magnífico ejemplo de cultura de masas posee un potente componente utópico que es posible rescatar y articular (e incluyo aquí una crítica al capitalismo en su forma más voraz y depredadora). (Ver de nuevo mi texto en EEM).
No estoy reivindicando que Interstellar sea per se una producción recuperable para el feminismo, pero sí que como un magnífico ejemplo de cultura de masas posee un potente componente utópico que es posible rescatar y articular (e incluyo aquí una crítica al capitalismo en su forma más voraz y depredadora). (Ver de nuevo mi texto en EEM).
Uno de esos detalles a los que aludo que no pueden pasarse
por alto está en el personaje de Murph, el cual en un principio era masculino y
que Nolan decidió que fuese femenino pero manteniendo el nombre que alude a la
“ley de Murphy”, que como bien se dice no es en referencia a algo negativo sino
a la posibilidad de si algo puede suceder sucederá, si algo puede fallar
fallará. Porque volviendo a las interpretaciones ¿acaso no es Murph la que
resuelve la ecuación y salva la ecuación y se convierte en la verdadera heroína? ¿O no es Amelia Brand quien consigue con éxito crear el
campamento en la estrella? Etc.
En cuanto la ciencia ficción, ningún otro género ha favorecido en la historia reciente (tanto en literatura como en cine) la exploración de los límites de la sexualidad, el desbordamiento del cuerpo y la otredad a través de metáforas sobre sus mutaciones, la medicalización y otros bordes de la identidad. Ningún otro género ha sido tan proclive a un anti-humanismo en sintonía con los desarrollos teóricos más avanzados desde el estructuralismo y el post-estructuralismo. Obviamente Hollywood es un obstáculo y un lobby económico y patriarcal demasiado pesado para cualquier cine feminista que encuentra en el cine europeo un espacio más acorde a sus intereses. Pero de la misma forma que Moon (2009) de Duncan Jones era una excelente película de ciencia ficción indie, una película abiertamente queer o feminista de ciencia ficción es algo con lo que todos los amantes del género soñamos. (Por otra parte, la literatura sci-fi y la fantasía han sido géneros tremendamente atrayentes para escritoras a lo largo de la historia, desde Mary Shelley, al Orlando de Virginia Woolf, Doris Lessing o autoras del género aclamadas como Ursula K. Le Guin o Vonda McIntyre). NOTA: Todavía no he visto Under the Skin (2013) de Jonathan Glazer.
En cuanto la ciencia ficción, ningún otro género ha favorecido en la historia reciente (tanto en literatura como en cine) la exploración de los límites de la sexualidad, el desbordamiento del cuerpo y la otredad a través de metáforas sobre sus mutaciones, la medicalización y otros bordes de la identidad. Ningún otro género ha sido tan proclive a un anti-humanismo en sintonía con los desarrollos teóricos más avanzados desde el estructuralismo y el post-estructuralismo. Obviamente Hollywood es un obstáculo y un lobby económico y patriarcal demasiado pesado para cualquier cine feminista que encuentra en el cine europeo un espacio más acorde a sus intereses. Pero de la misma forma que Moon (2009) de Duncan Jones era una excelente película de ciencia ficción indie, una película abiertamente queer o feminista de ciencia ficción es algo con lo que todos los amantes del género soñamos. (Por otra parte, la literatura sci-fi y la fantasía han sido géneros tremendamente atrayentes para escritoras a lo largo de la historia, desde Mary Shelley, al Orlando de Virginia Woolf, Doris Lessing o autoras del género aclamadas como Ursula K. Le Guin o Vonda McIntyre). NOTA: Todavía no he visto Under the Skin (2013) de Jonathan Glazer.
Entiendo, para acabar, Interstellar no como un alegato humanista o
propio del discurso humanista, o pero aún, del pensamiento idealista (a pesar
del ensalzamiento de valores como el amor y la familia), sino como una
reivindicación de la ciencia y de la necesidad de la inversión en ciencia y educación
(el paso de Cooper por la escuela de sus hijos es demoledora) como la única opción
posible para salvar este planeta y con él una especie humana empeñada en
acelerar el proceso de su destrucción y con ello su inevitable extinción.
[1] Mi texto Forma, sentido y
realidad trata
cuestiones relacionas con el realismo y la ciencia ficción, ver
http://peioaguirre.blogspot.com.es/2012_06_01_archive.html#1618634813494005082
12/21/2014
12/13/2014
LIBRO. La línea de producción de la crítica
La línea de producción de la crítica. ¿Cuáles son las
condiciones de producción de la actividad de la crítica? ¿Cuál su función en un
tiempo que privilegia la comunicabilidad y la accesibilidad por encima incluso
del contenido? ¿De qué modo escribir crítica de arte cuando ya no existe la
distancia crítica? Éstas y otras preguntas subyacen en este ensayo que expone a
la crítica dentro de la cadena de montaje del mercado, la industria
cultural/editorial, la academia y los medios de comunicación. La crítica sobrevive
hoy bajo al mandato de la rentabilidad y la publicidad olvidando sus antaño
elevados objetivos transformadores. Un recorrido por su historia y la
observación de sus mutaciones puede ofrecernos una radiografía del capitalismo
tardío y sus consecuencias más recientes, para a continuación reactivar todo su
potencial.
En 2006 comencé este blog tratando de buscar alternativas
a los medios de comunicación dentro de la esfera del arte donde publicaba. Lo
que comenzó siendo un espacio alternativo, disfuncional, amateur y paralelo a
una actividad en fase de profesionalización con el tiempo se ha convertido en
el principal lugar donde reflejar mi pensamiento crítico. Lo que eran las caras
B, han pasado a ser las A. Lo que en un principio de mi actividad crítica era
crítica de arte, con el tiempo ha devenido en crítica cultural: arte contemporáneo, cine y filme, música, diseño y arquitectura, teoría y política. Este libro
puede leerse ahora como la teoría de la práctica que es el blog. Un manual de
crítica práctica y una herramienta para todas aquellas personas interesadas e
implicadas en las tareas de la crítica.
Se compone de los siguientes grandes bloques:
INTRODUCCIÓN
- CRÍTICA
EN RUÍNAS
- LA
LUCHA POR LA PUBLICIDAD
- CRÍTICA
CULTURAL O LA DISOLUCIÓN DE LOS GÉNEROS
- ESCRITURA
Y CONSTRUCCIÓN DE SUJETO
- PRODUCTIVIDADES
DE LA NEGACIÓN
A MODO DE CONCLUSIÓN (HACIA UNA CRÍTICA ESTRATÉGICA)
BIBLIOGRAFIA SELECCIONADA
La línea de producción de la crítica está publicada por consonni,
2014. Diseño de la colección Paper a cargo de Maite Zabaleta. LINK AQUÍ.
Etiquetas:
crítica práctica,
la línea de producción de la crítica
12/09/2014
Imagen dialéctica. Crítica y máquinas de escribir
Crítica y máquinas de escribir. He aquí
un par de imágenes para su interpretación dialéctica. Una mujer y un hombre.
Ambos con su máquina de escribir en el momento del acto crítico.
En esta imagen que recoge las portadas de
sendos libros se puede resumir la historia de la crítica en las últimas
décadas. Especialmente la crítica de arte. Reich-Ranicki podría ser,
efectivamente, Clement Greenberg. El eslogan podría ser: “O como el grupo de October desplazó a la anterior crítica
autoritaria, dura”. La masculinidad del autoritarismo en la crítica sustituida
por la duda, ese mal a extirpar. Pero la duda es, vacilante, demorada, deseante
y libidinal, el canal para una crítica dialéctica de las cosas. Así lo
entendieron los de October, quienes recurrieron a Walter Benjamin a la hora de
fundar su proyecto. Así lo ejemplifica este magnífico retrato de Rosalind
Krauss. La crítica dura ha sido, y sigue siendo, síntoma de represión. La
mirada al cámara de Reich-Ranicki quizás denota una incomodidad por el hecho de
ser retratado, o una molestia por la interrupción de su tarea. El tiempo
apremia, y hay que enviar el artículo al periódico. En Krauss, sin embargo,
toda mirada es profundidad, temporalidad diferida, dilación, angustia y fruición
a partes iguales.
Dos modos de ejercer la crítica antagónicamente y que a lo largo del pasado siglo XX produjo no pocas intersecciones, confusiones, discusiones y también producciones.
Baste este post para dar entrada a los
contenidos de La línea de producción de la crítica (consonni, 2014), un trabajo que acaba de abrirse espacio en la
imprenta y saltar de ella a la calle.
Etiquetas:
la línea de producción de la crítica
12/08/2014
De la Bauhaus a Aspen. Herbert Bayer
Portada del libro que recoge la trayectoria de Herbert Bayer |
El recorrido de Herbert Bayer traza el itinerario del título del libro aquí expuesto: de la Bauhaus a Aspen. En esta ciudad de Colorado, a partir de 1946, Bayer puso la experiencia de sus años de la Bauhaus al servicio del desarrollo de la ciudad como un resort turístico para el esquí. Consultor, planificador, arquitecto. Bayer se instaló en Aspen después de que el filantropista e industrialista Walter Paepcke requiriera sus servicios. En 1951 Paepcke creó el IDCA, International Design Conference Aspen, en lo que se ha convertido en el mayor forum de debate y discusión para el diseño. El nombre de la ciudad norteamericana de Aspen ha quedado definitivamente ligado a la historia del diseño del siglo XX.
Poster de H. Bayer, 1946 |
El árbol de Aspen, el bosque, es también el protagonista
del libro, con el que Bayer realiza un collage propio de sus días en la
Bauhaus. Ojos humanos se funden con esos otros “ojos” de los árboles. El
resultado es un collage misterioso y lleno de significación; ¿un bosque que
espía?
La hoja del árbol de Aspen fue también el protagonista en
el libro publicado en 1973 y editado por Reyner Banham que recogía más de 20
años de la historia del IDCA. El libro y el diseño fue realizado a cargo de
Ivan Chermayeff (Chermayeff & Geismar).
El artista Martin Beck ha hecho de Aspen el centro gravitatorio a partir de la exposición Panel 2 – Nothing better than a touch of ecology and catastrophe to unite the social classes… y que posteriormente ha sido recogido en el libro The Aspen Complex (Sternberg Press). Bastante de este background ha sido recogido en el número de la revista Rosa b que lleva por título Environmentand Design y que he editado conjuntamente con Jeanne Quéheillard.
Asimismo en este número aparece una entrevista que realicé
con Martin Beck sobre distintos asuntos relacionados con su práctica, desde la
mediación, el “giro historiográfico” en el arte, a las relaciones entre arte y
diseño. Leer AQUÍ.
Portada de la revista Aspen Papers, diseño de Bayer |
El artista Martin Beck ha hecho de Aspen el centro gravitatorio a partir de la exposición Panel 2 – Nothing better than a touch of ecology and catastrophe to unite the social classes… y que posteriormente ha sido recogido en el libro The Aspen Complex (Sternberg Press). Bastante de este background ha sido recogido en el número de la revista Rosa b que lleva por título Environmentand Design y que he editado conjuntamente con Jeanne Quéheillard.
La hoja de Aspen. Edición de R. Banham, 1973 |
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diseño,
environment,
Martin Beck,
modernidad
12/06/2014
Diseño, modernidad, capitalismo
Max Bill nació el mismo año que Oteiza. 1908. Ambos fueron
artistas coetáneos que ejercieron su profesión a partir del periodo de
entreguerras. Oteiza conocía la obra de Bill. El suizo fue pintor, teórico,
diseñador, grafista, tipógrafo, arquitecto y unas cuantas cosas más. Este
póster me parece muy grande, e introduce rasgos definitorios del léxico de la
Bauhaus como es el uso de la fotografía, la tipografía minúscula y sobre todo
la forma del cuadrado perpendicular a su diagonal. Este último elemento remite
sin duda al miembro de De Stilj Theo van Doesburg y a sus diseños y
composiciones axonométricas. El póster, aún enmarcado en el idioma estético
moderno ejemplifica a la perfección el par modernidad=capitalismo.
Más recientemente la artista Sarah Morris ha realizado
infinidad de pinturas inspiradas en arquitecturas de acero y cristal
(rascacielos) cuyo pattern (la herencia patriarcal en la etimología de esta palabra…
uhmmm) se
inspira en la pintura de Bill. A base de líneas diagonales en ambos sentidos se
construye el espacio pictórico y arquitectónico. Modernidad vs posmodernismo. Aunque
las funciones sociales de ambos artistas difieren, al ser cada cual de un
tiempo, resulta interesante comprobar e identificar las formas y situarlas históricamente.
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Sarah Morris
12/04/2014
Nota sobre curating
Los cuadernos y los blocs de notas son el
lugar de trabajo para muchos artistas, comisarios y críticos. Un cuaderno es un
repositorio de ideas y un “artefacto” potencial. Para Godard el cuaderno, más
que el escritorio, era el espacio de trabajo. Siempre nos quedará el cuaderno,
y dentro de él, siempre están los márgenes. En los años noventa una generación
de artistas comenzó a producir arte a partir de las ideas anotadas en cuadernos
(los Philippe, Liam, Dominique, etc.) El cuaderno era, y es, un lugar para el
pensamiento indisciplinar.
Los cuadernos con notas, pensamientos,
esquemas y dibujos se guardan. Nunca se tiran.
Recuperar un viejo cuaderno es hacer el
recuento de qué ideas se llevaron a cabo y cuales quedaron en el ideal. El 26
de octubre de 1999 comencé este cuaderno y en su primera página anoté 10 tareas
para el curator de su tiempo.
Las 10 tareas del curator
1. Apoyar y producir
sobre la práctica ideas y teorías
2. Impulsor de estados
de ánimo
3. Inspirador por
medio de proyectos y programas
4. Animador
5. Organizador
6. Responsable de
que ocurran cosas
7. Embajador
cultural
8. Ayudante para
a los artistas
9. Mediador y
“pegamento” social
10.
Criticism
11/26/2014
Jameson y el cine
Las breves biografías que se realizan del
teórico y profesor norteamericano Fredric Jameson (Cleveland, Ohio, 1934)
insisten casi todas en catalogarlo como uno de los críticos culturales vivos en
lengua inglesa más importantes del último medio siglo. Ocurre que Jameson,
además de crítico, es marxista. Esto conlleva que más allá de pertenecer a
ninguna escuela filosófica, existe en su obra un intento por estudiar los
fenómenos culturales en el marco marxista de la historia, algo para lo que no
existe un manual o “ABC”, de forma que los acercamientos y las metodologías
deben reinventarse cada vez de manera ad hoc. Más exactamente, su obra se
inscribiría dentro de la corriente histórica del llamado Marxismo Occidental
(en línea con figuras como Walter Benjamin, Theodor W. Adorno y Georg Lukács, entre
otros). Es común para todos ellos que la forma literaria demuestre sus conexiones
con la economía y la política. En tanto crítico literario, Jameson pertenece a una
estirpe intelectual que reconoce que no existe una manera absolutamente
correcta o incorrecta de realizar una lectura marxista de un texto. La empresa
abordada por él desde finales de los sesenta es una respuesta a este dilema. Su
particular método interpretativo (el metacomentario) subsume una variedad de
procedimientos y saberes diversos bajo una escritura estilísticamente elaborada
y que, como no podía ser de otra manera, puede definirse como dialéctica.
Pero esta adscripción a una tradición de
teórica no puede dejar de contemplar el conjunto de la cultura como una unidad
o totalidad, en vez de un campo de especialización restringido. Así, la energía
de Jameson se ha ido desplazando hasta territorios que engloban el estudio de
la modernidad, el arte, la arquitectura, el cine, la cultura de masas, la
ciencia-ficción y mucho más, de modo que en cierta ocasión Colin MacCabe
afirmara de él que “nada relativo a la cultura le es ajeno”. Lo que Jameson
realiza a través de su escritura es principalmente ofrecer una imagen
cartografiable de un capitalismo el cual históricamente siempre muestra
resistencia a su propia representación.
El resplandor de Kubrick es analizada por Jameson en profundidad alrededor del historicismo. |
Su cuerpo teórico es considerado
principalmente (al menos en España) como vinculado al debate sobre el
posmodernismo y la posmodernidad, de la que Fredric Jameson es uno de sus actores
principales a través de su seminal ensayo “El posmodernismo, o la lógica
cultural del capitalismo tardío”, 1984 (Paidós Studio, 1991). Para Jameson, el
posmodernismo (el cual obtuvo en la década de los ochenta su apogeo) es sobre
todo una condición cultural que no podemos eludir. Su visión es la de una
cultura que ha llegado a un punto de agotamiento en la herencia del modernismo
(en el sentido anglosajón modernism que
describe una renovación perceptiva estética en el arte y la literatura y no al
español “modernismo” de Rubén Darío). El posmodernismo solo puede mirar hacia
atrás, hacia el pasado. Como bien indica el título, el posmodernismo es la lógica
cultural del capitalismo multinacional, o tardío. Uno de sus rasgos es el
pastiche, y Jameson distingue el pastiche de la parodia en que la primera es “la
imitación de una mueca determinada, un discurso que habla una lengua muerta.
(…) El pastiche es, en consecuencia, una parodia vacía, una estatua ciega”. Algunas
consecuencias de esta cultura son el historicismo y el simulacro, algo que
aboca a que “los productores de cultura no tengan ya otro lugar al que volverse
que no sea el pasado: la imitación de estilos caducos, el discurso de todas las
máscaras y voces almacenadas en el museo imaginario de una cultura hoy global”.
El principal ejemplo del pastiche en el
posmodernismo es lo que llama “film nostalgia” o “moda retro”, y que se
encuentran en aquellas películas las cuales intentaban capturar la atmósfera y
el estilo Americano de los años 20 o los 50. Esto incluiría filmes como La ley de la calle (1983) y Peggy Sue se casó (1986), ambas de
Francis Ford Coppola; American Grafitti
de George Lucas (1973); e incluso Chinatown
de Roman Polanksi (1974) y El
conformista de Bernardo Bertolucci (1970). El “film nostalgia” no reinventa
una imagen del pasado en su totalidad vivida sino que más bien recrea, imita,
el sentimiento y la forma de las características de los objetos artísticos de
un periodo más viejo. Para Jameson uno de los rasgos que definen el
posmodernismo es la esquizofrenia cultural como un desorden en el lenguaje, un
fallo en la relación temporal entre los significantes. El “film nostalgia”
estaría dominado entonces por un modo de experimentar el tiempo no como una
continuidad (pasado-presente-futuro) sino como un perpetuo presente el cual
está ocasionalmente marcado por la intrusión de un pasado o la posibilidad de
un futuro en lo que él denomina como “el fin de la temporalidad”.
El posmodernismo es para Jameson
esencialmente de tipo espacial y las artes que mejor describen esa situación son
la arquitectura y el cine, territorios disciplinares sobre los que el teórico
ha indagado ampliamente. El cine es en este sentido (tal como lo expresara una
vez Eric Rohmer), un arte espacial más que uno basado en la temporalidad de la
literatura. La conexión del cine con el nexo de la pantalla y la ciudad es
entonces fundamental. También lo son las metodologías formalistas de la
vanguardia soviética y el montaje. El libro La
estética geopolítica; cine y espacio
en el sistema mundial, publicado en 1992, (Paidós Comunicación, 1995) es aquí
una obra esencial para comprender la expansión del capitalismo y la globalización.
Un concepto clave es el de “mapa cognitivo”, o el mapa mental de la totalidad
social global irrepresentable que todos llevamos en nuestras cabezas de varias
formas mezcladas. A esto hay que sumarle el concepto de totalidad, y un ensayo
como “La totalidad como conspiración” ejecuta diferentes lecturas alegóricas
sobre la paranoia global y el orden político mundial a través de “thrillers” como
El último testigo (The Parallax View)
(1974) y Todos los hombres del presidente
de (1976) de Alan J. Pakula, entre otras.
Pero en esta cartografía mundial del
capitalismo no podía pasarse por alto la división entre los llamados Primer
Mundo (occidental) y el Tercer Mundo, sin olvidar ese otro Segundo compuesto
por los países satélites al eje soviético durante la Guerra Fría. La estética geopolítica ofrece entonces un
inagotable marco interpretativo trazando un complejo mapa cognitivo o radiografía
del sistema mundial donde los superpoderes pudieran expresarse alegóricamente a
través de sus producciones culturales. Esto incluye al Primer Mundo, desde
Hollywood y el cine de “género” a la tecnología europea en su mayor grado de
conciencia en Pasión de Jean Luc Godard
(1982); pasando por la a menudo olvidada cinematografía de los antiguos países
del bloque soviético en el cine de Andrei Tarkovski y Aleksander Sokurov; hasta
tocar también cinematografías de países en vías de desarrollo a través obras
como Pesadilla perfumada del
realizador filipino Kidlat Tahimik (1977). La contribución teórica de Jameson
para el desarrollo del llamado Tercer
Cine o cine postcolonial o de descolonización es en este sentido relevante
y, por ejemplo, el cine latinoamericano fue abordado en su libro Signaturas de lo visible, 1990 (Prometeo
Libros, 2012), mientras que el cine
africano lo toca brevemente en su ensayo “Third World Literature in the Era of
Multinational Capitalism”.
Signaturas de lo
visible ofrece, por otra parte, algunos magníficos ejemplos de cómo el
procedimiento alegórico funciona en el interior de la cultura de masas. El
ensayo más destacado aquí es sin duda “Reificación y utopía en la cultura de
masas”, donde Jameson elabora la tesis de que tanto el modernismo como la
cultura de masas mantienen relaciones de represión con las básicas ansiedades
sociales y los intereses, esperanzas y puntos ciegos, antinomias ideológicas y
fantasías de desastre, que son su materia prima. En este punto de la discusión
la hipótesis para Jameson es “que las obras de la cultura de masas no pueden
ser ideológicas sin ser al mismo tiempo implícita o explícitamente utópicas. No
pueden manipular, a menos que ofrezcan algún genuino retazo de contenido como
soborno para la fantasía del público que ha de ser manipulado”. Las películas
que sirven para este análisis especulativo de la utopía alojada en los
productos de la cultura comercial no son otros que Tiburón de Steven Spielberg (1975), y las dos partes de El Padrino de Francis Ford Coppola
(1972, 1974). No puede pasarse por alto aquí la deuda que Slavoj Zizek, en su
vertiente hegeliana y lacaniana, tiene con respecto al método jamesoniano, si bien
la tarea del esloveno es el desvelamiento de la función de la ideología en lo
real a través de blockbusters de
Hollywood y otros casos de la cultura popular de masas.
Pero toda esta obra de Jameson, ya de por
sí voluminosa y expandida a distintos marcos interpretativos, no podía
desvanecerse en el tiempo sin tocar dos temas prioritarios para el autor, y que
en su cabeza permanecen dialécticamente encadenados. Me refiero a la ciencia
ficción y al origen de la novela realista o el realismo como fenómeno estético
e histórico. Aunque no directamente programada para abordar el cine, Arqueologías del futuro, 2005 (Akal,
2009) aborda la pasión que el autor siente por la literatura de ciencia ficción
y que él conecta con lo que denomina “el deseo llamado utopía”. De Stanislaw
Lem a Ursula K. Le Guin pasando por Philip K. Dick, la lista de autores se
extiende hasta abarcar a todas las grandes firmas del género, no sin antes
establecer conexiones con novelas que son también películas (Solaris, Blade Runner) u otros productos cinematográficos como la saga Alien o Terminator. La indiferencia para tomar ejemplos de la alta cultura
(¿del modernismo?) de la las mercancías más degradadas es aquí otra de sus
marcas.
En cuanto a la cuestión del realismo,
ocurre un tanto lo mismo. El reciente volumen The Antinomies of Realism (Verso, 2013) supone la exploración de
algunas plumas (Pérez Galdós, Zola, Tolstoi) sin perder en ningún momento de
vista el significado de “realismo” en lo audiovisual. Situación ésta que, como
es sabido, permea tanto al cine como a las actuales series televisivas, muchas
de las cuales parecen renovar el formato de la novela (roman) más que la narración (récit).
Que este libro esté dedicado al autor de la trilogía Marte, Kim Stanley Robinson, deja a las claras las intenciones
subrepticias de Jameson, pues a modo de conclusión el autor sugiere que la
novela histórica del futuro (o sea, la de nuestro presente) será necesariamente
ciencia ficcional, para lo cual se sirve de películas como Origen (Inception)
de Christopher Nolan (2010). Otro ensayo, no presente en este libro, pero
esencial para comprender que Fredric Jameson es, además de un gran analista, también
un consumidor y espectador más, lo conforma “Realism and Utopia in The Wire”, donde la serie ambientada en
la ciudad de Baltimore supone todo un micromundo desde donde poder desplegar el
método del mapa cognitivo y la totalidad.
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