8/23/2021

POP POLÍTICO: “Una luz abrasadora, el sol y todo lo demás. Joy Division. La historia oral”, Jon Savage (Reservoir Books, 2020)

 



Esta historia oral sobre Joy Division que ahora nos entrega Jon Savage ha debido estar fermentándose lentamente desde al menos hace cuarenta años. Su sabor es el de aquellos licores que con el tiempo ganan en aroma y “cuerpo” y se degustan a sorbitos. El principal “cuerpo” de la historia está ausente, y éste no es otro que Ian Curtis. Sin embargo, en todo este tiempo, Manchester lamenta la ausencia de otros grandes protagonistas de esta historia de la música ya legendaria, empezando por ese empresario un tanto excéntrico que fue Tony Wilson (+ 2007); también Rob Gretton, manager de JD/NO (+ 1999), o el productor Martin Hannett (+1991), entre otros. 


El periodista Jon Savage fue un testigo directo de la “manufactura” de Joy Division, e incluso llegó a realizar unos más que interesantes carteles para algunos conciertos. Una cosa que le honra es entregar este compacto libro sin en ningún momento ceder a su ego. En su lugar, deja hablar y deja la palabra a un amplio elenco de protagonistas y testigos generando un relato oral (y coral). De esta manera, un mismo concierto de JD puede ser recordado a partir del punto de vista de un miembro de la banda y de alguien externo, un testigo cualquiera que acudió a verlos por primera vez. A su vez, una cronología de conciertos y otros hechos destacables recorre y pauta el libro, también fragmentos de reseñas de conciertos, de manera que el lector puede seguir el curso de los acontecimientos de aquellos cuatro, sí, sólo cuatro años, que van desde 1976 a 1980. 


No puede entenderse la emergencia de JD sin el anhelo de sobreponerse al paisaje deprimente de Manchester en aquellos días, en el que, según C.P. Lee “había un ambiente gris que podía asociarse con la eliminación de casas adosadas de ladrillo rojo y su recambio por aquellos gulags de hormigón, una sensación de desesperanza que encajaba con las aspiraciones de la época”. La música de Joy Division supuso una banda sonora para días grises en futuristas fortalezas de hormigón armado antes de que la depresión fuera la antesala de su posterior revulsivo hedónico, Madchester. 


Junto a Ian Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris, otros testimonios son los de Peter Saville, diseñador responsable de la imagen de las portadas de los elepés y cofundador de Factory; los fotógrafos Kevin Cummins y Anton Corbijn; Richard Kirk de Cabaret Voltaire, la viuda de Curtis, Deborah Curtis, (en ese caso se trata casi siempre de fragmentos de su libro Touching from the distance lo cual da a entender que Savage no pudo entrevistarla o ella decidió pasar página con aquel libro), y Annik Honnoré, la belga de la que se enamora Curtis precipitando el suicidio de éste. Especialmente relevante es el modo en el que, a lo largo del relato oral, se describe el nacimiento de una “escena”. Para tal menester hace siempre falta la contribución de un número de agentes implicados en distintas fases de la producción y la posterior distribución y consumo. Tony Wilson aparece aquí como una especie de Malcolm McLaren mancuniano, y resulta plausible la hipótesis que sin Wilson Joy Division no hubiera nunca existido, pero también que, sin JD, nada de aquello hubiera germinado. Antes que un sello, Factory fue un lugar de conciertos, The Factory, obra de tres socios fundadores, el propio Wilson, Alan Erasmus y Saville, quien realizara el conocido poster inaugural en 1978. El nacimiento de Factory Records no fue con Joy Division, sino con un disco de Viny Reilly titulado The Return of the Durutti Column. Ya aquí Wilson mostraba su cultura y querencia por Guy Debord y el punk junto con una más que clara visión empresarial. 


Igualmente importantes en esta “escena” fueron el mánager Rob Gretton, el crítico musical del New Musical Express Paul Morley, y sobre todo Martin Hannett. Éste emerge como una figura pivotal pues el sonido que conocemos y admiramos de Joy Division se le debe a él ya que, sin su “edición”, JD no hubieran tal vez pasado de ser un buen grupo, sin más. Peter Hook y Bernard Sumner recuerdan que no les gustaba nada el sonido de Unknown Pleasures, pues en directo sonaban más duros, más rock, mientras que en el álbum estaban como “editados”, o excesivamente sometidos a los deseos de Hannett. “Me dio la impresión de que obedecían a Martin de manera increíble. Parecía como si fuera una cosa de Martin Hannett, y ellos hacían lo que él les pedía” (Daniel Meadows). Esa limpieza y claridad en el sonido prefiguraba la inmediata entrada de la batería electrónica en “She is Lost Control” y los teclados en “Love Will Tear Us Apart”, es decir, algunos de los grandes detalles que hacían de JD lo que eran. 


Joy Division, fotografía de Anton Corbijn


Este mito “en construcción” tiene su propio mártir, Ian Curtis. Uno de los héroes caídos de la historia del rock cuyo baile y puesta en escena hacían incluso dudar al resto de la banda si estaba teniendo un ataque epiléptico en directo o simplemente estaba siendo él mismo. Curtis aparece como todo un artista, alguien que deseaba abandonar la música para irse a Bélgica a abrir una librería, tal vez escribir un libro, todo un poeta del rock y responsable de la imagen escénica de JD y de todo el poso existencial de sus letras, entre referencias a Ballard, Burroughs y Herzog. (Especialmente interesante es el encuentro entre Curtis y Burroughs durante el concierto del Plan K de Bruselas organizado por Annik, en donde el escritor Beatnik ofrecía una conferencia). 


La manufacturación de aquella “escena” implicaba no poca artesanía del estilo. Joy Division, quienes al principio se hacían llamar Warsaw, empezaron vistiendo un batiburrillo de cosas de segunda mano para poco a poco ir despojándose de adornos, adoptando el que sería el canon post-punk de rigor, una mezcla estricta de colores lisos, sobrios, camisas con bolsillos y con sentido práctico. La “fascinación” por Alemania nazi y por la Segunda Guerra Mundial, cuyos efectos no vivieron directamente pero sí a través de la generación de sus padres y demás familiares, aparece en Ian Curtis y sobre todo en Sumner. Esta imaginería nazi se prestó a más de una “mala interpretación”, como debe en cualquier apropiación subcultural que se precie. 


Ahora instalados en el panteón de la historia del rock y, como estandartes de llamado post-punk, este libro sirve para comprobar el efecto del ethos del punk. Por un lado subyace una condición de clase obrera (más que una conciencia), y resulta especialmente divertido comprobar lo impulsivos e infantiles que Hooky y Sumner podían ser en aquellos primeros días, como chiquillos trasteando sin parar en una aventura llamada rock and roll aunque también capaces de patear la cabeza a cualquiera. Aquellos días adolescentes aunque solemnes en lo musical acabaron con el suicidio de Curtis para, de golpe, hacerse adultos en New Order. 


Ese ethos del punk se reflejaba especialmente en el “hazlo tú mismo”, aprende a tocar los instrumentos por ti mismo, a cantar por ti mismo, etcétera. Pero sobre todo, haz y no pienses en las consecuencias de ese hacer. Por esto JD/NO son el paradigma de una actitud donde la ambición no cuenta como algo calculado y diseñado, sino como una suma de talentos cada cual con su personalidad. No hablar de hacer algo, sino permanecer en silencio y, simplemente, hacerlo. El libro termina con esta frase del batería Morris que define a la perfección el espíritu de Joy Division/New Order: 


Stephen Morris: ¿Por qué decidimos seguir adelante? Bueno, simplemente seguimos adelante, nunca pensamos, ‘¿Deberíamos seguir adelante o deberíamos dejarlo?’. Fuimos al funeral, fuimos al velatorio en Palatine Road, y fue ‘El lunes, nos vemos el lunes’, eso fue todo. Hasta el día de hoy nunca nos hemos sentado a hablar y decir: ‘Bueno, haremos esto y haremos esto otro y haremos esto también’. Simplemente empiezas a hacerlo y esperas que salga bien, porque esa es nuestra manera de ser. 


En resumen, se trata de otro libro ejemplar de ese magnífico escritor que es Jon Savage. Un libro que, me atrevería a decir, puede servir tanto a la mitificación como a la desmitificación. 



8/11/2021

POP POLÍTICO: "Pet Shop Boys, literalmente", Chris Heath (Editorial Contra, 2021)

 




Hay varios razones para adentrarse en esta suculenta biografía de los Pet Shop Boys; la primera es obvia y basta con ser fan del dúo británico; la segunda es igualmente evidente, pues todos aquellos lectores de pop encontrarán en estas páginas una crónica del mejor periodismo musical; incluso puede ser el brillante y ambicioso ejercicio literario acometido por Chris Heath; se me ocurren algunos motivos más, pero me detendré en el que más he disfrutado: Pet Shop Boys, literalmente, el libro (Contra, Barcelona, 2021), tal vez sea uno de los documento culturales más contundente que dan cuenta de una época, los años ochenta, en toda su plenitud. Se trata de un “artefacto” con una altísima capacidad periodizadora de la década donde la ideología neoliberal comenzó a segregar su credo. 


Los datos son los siguientes: estamos en 1989 y el muro de Berlín está a punto de caer pero nuestros protagonistas, Neil y Chris, aún no lo saben. Después de tres elepés de éxitos, Please, Actually y Alternative y bombazos como “West End Girls” y “Love Comes Quickly”, los Pet Shop Boys se embarcan en su primera gira por el Lejano Oriente, Hong Kong, que todavía es colonia británica, y por Japón, para regresar seguido a Gran Bretaña, con conciertos en Birmingham, Londres, Glasgow, etcétera. La razón de esta tan tardía primera gira se debe a que, según ellos, no eran un grupo de directos. Los PSB suenan en las radios de medio mundo, sus hits se sitúan en todos los Top 10 y su base de fans crece exponencialmente en solo tres años, de 1986 a 1989. En este tiempo colaboran con Liza Minelli, Dusty Springfield, componen “I’m not scared” para Eight Wonder (Patsy Kensit) y su horizonte parece el stardom propio de figuras como Madonna y Michael Jackson. Esta primera gira es un verdadero Gesamtkunstwerk pop (el espectáculo de una fastuosa obra de arte total pop). Teatralidad a raudales, bailarines, virtuosos músicos de acompañamiento, vestuario de fantasía y proyecciones en celuloide del cineasta Derek Jarman como fondo de algunas canciones. Como parte de la gira viaja el periodista Chris Heath con el encargo, nada explícito, de ser testigo de la gira para un futuro libro. Pertrechado con una simple libreta, Heath se disfraza de antropólogo del pop. 


De esta guisa surge este libro, publicado originalmente en 1990 y que ahora, treinta años después, ha sido traducido por la Editorial Contra. Junto al retrato de los PSB, la biografía de Chris y Neil, sus recuerdos de infancia, deseos y ambiciones, el libro periodiza el ascenso fulgurante de la cultura pop. Los años ochenta, hedonistas y thatcheritas, en los que el shopping o ir de compras pasó a ser una forma de ocio, y la moda se inmiscuía por las rendijas de todas las parcelas de la vida cotidiana. La década obsesionada con comprar y vender, donde el fetichismo de lo nuevo era renovado a cada instante, pero también un tiempo en el que se daba una efervescente esfera pública repleta de revistas especializadas, donde críticos inmisericordes podían hacer trizas un disco o una película, pero donde sobre todo prevalecía un sentido irónico de la vida y un apetito insaciable por la distorsión. 


En ese contexto, los Pet Shop Boys emergen como heraldos de un posmodernismo que combina lo más alto con lo más bajo, donde la ironía y el sentido del humor se erigen en armas posmodernas aplicada sin piedad y donde la palabra más usada es “pretencioso”. Un posmodernismo que combina Ché Guevara y Debussy como en la letra de “Left to My Own Devices”. Sin duda había algo en Neil y Chris que desconcertaba a la prensa musical, para algunos un exceso de banalidad, para otros un exceso de intelectualismo. Y así se convirtieron en un grupo de culto. 




Pet Shop Boys, literalmente es un viaje fascinante por la geografía cambiante de Europa y Asia y una compleja meditación sobre las apariencias, sobre la sofisticación, la falsedad, lo fingido y lo honesto. Cada frase pronunciada por Neil Tennant y Chris Lowe es ambigua, irónica, seria o con doble intención. Neil y Chris, Chris y Neil. Este último recoge algo de la tradición del dandi inglés, por ejemplo el desdén. Es parlanchín, mordaz, inteligente, culto y los trajes le sientan de lujo. Por su parte, Chris es reservado, aparenta seriedad dentro y fuera del escenario, no mueve un músculo y muestra una pasión desacerbada por los regalos de los fans. Llega a decir que “para mí también es importante tener un par de zapatillas que estén de moda. Tienes que tener un par de deportivas de moda”. Viste ropa de Armani y se protege con viseras o gorritos de lana. Su estética es más la de la cultura de club. Adoran el chismorreo. Hay un camaleonismo constante en el aspecto de los PSB. Envolturas y forrados de capas y maquillajes. En definitiva, hay estilo. Entre ellos hay una química, una complementariedad inédita, un vacile constante, (Neil llama a Chris, “don no es suficiente dinero”). Son los Gilbert and George del pop. 


Mientras tanto, diseccionan sin remilgos el showbiz de la industrial musical. Neil: “esa es una manera bastante inusual de escuchar los discos. La mayor parte de la música pop no va de música; lo importante siembre ha sido de quién es el disco, cómo es, cómo canta en televisión, qué ropa lleva…” Sus diatribas se dirigen siempre contra el rock… contra la falsa espontaneidad del rock y sus mitos, contra la hipocresía del Live Aid de 1985 y sus corolarios, contra U2… Como buenos ingleses hablan de clase, de política, de la familia real. Sobre los productores de pop y dance de la década de 1980, Stock, Aitken & Waterman, Neil dice: “Ellos dicen: ‘Hacemos discos para que la gente se lo pase bien’. Son total y completamente thatcherianos y sus discos son total y completamente thatcherianos. En cierto sentido son perfectamente pop porque son discos totalmente de su tiempo”. O sobre la familia real británica: “tienen el respaldo de una prensa supuestamente libre para construir la fantasía alrededor… de igual forma, la familia real se considera apolítica cuando lo cierto es que son totalmente políticos. Son esencialmente de derechas”. 


Todo esto y mucho puede encontrarse en este libro de periodismo de investigación, un auténtico verité de la prensa musical, magníficamente escrito por Chris Heath. Hay aquí todo un método consistente en ser testigo pero en hacer como que no se note. Como aquellos antropólogos tratando de no llamar la atención, aunque aquí en vez de una tribu salvaje se trata de la vorágine de una gira y de esas faunas urbanas que desfilan sin remilgos a la vera de estas criaturas adorables que son los Pet Shop Boys.