11/03/2019

Sobre "Labo" (2019) de Jesús Mª Palacios




“La memoria es una imagen del futuro” aparece sobrescrito al comienzo de Labo (2019), un documental de Jesús Mª Palacios. En apenas catorce minutos este filme irradiante describe el estado actual de la Universidad Laboral de Tarragona, inaugurada en 1956 con el nombre de Francisco Franco y por la que han pasado distintas generaciones de estudiantes. Se trata de una pieza sobre la historia, que ésta ahí, al alcance de una mirada dialéctica. Documental y cortometraje, Labo es también un filme de archivo que rescata metraje y documentos, los cuales se revelan en toda su actualidad punzante. Rastros en el paisaje y la arquitectura al lado de PortaAventura.
                 
Con un ritmo y un diseño de sonido tensionado, Palacios crea una angustia in crescendo mientras descubrimos las estancias, los parterres, las instalaciones, aulas y comedores que una vez acogieron a chavales llamados a ser clase dirigente o proletariado al servicio de la patria. El uso (justificado) del blanco y negro nos sitúa en un presente que es pasado; como espectadores debemos interpretar si se trata de fotos fijas o grabadas en vídeo, imágenes de archivo o del presente. La voz del actor Josep Maria Pou, ex alumno de la Universidad, leyendo el discurso de bienvenida del Ministro de Trabajo, Girón de Velasco, a los estudiantes admitidos resulta espeluznante. Labo retrata una de las muchas Universidades Laborales que el Régimen erigió por toda España como institución garante de la ideología, nacional y católica, del Estado. La diferencia de esta Universidad del resto estaba en la modernidad empleada, tanto en la arquitectura como en el arte. Éste es uno de los principales temas en el documental, a saber, las relaciones entre arquitectura e ideología.  

A comienzos de los años cincuenta el Régimen franquista hace un giro en su política internacional, tratando de mostrar el mundo el punto en el que al desarrollismo económico le sigue una imagen de renovación y modernidad. La arquitectura moderna sirve a esta nueva imagen. Concebida en 1953 y concluida a la carrera sólo tres años después, la Laboral de Tarragona clausura la tendencia del Régimen de asociar su ideario con el clasicismo renacentista de la que El Escorial era el modelo. A diferencia de la Universidad Laboral de Gijón del arquitecto Luis Moya, en Tarragona se aplicaron los ideales del Movimiento Moderno recogidos en la “Carta de Atenas” (1931). Esto es, un modelo funcionalista que recogía la teoría de las ciudades jardín y la disposición de los edificios aislados y rodeados de zonas verdes. En un entorno arquitectónico ideal, el alumnado se encontraba en una ciudad con total autonomía. La arquitectura se cumplía en tanto “programa”, un espacio donde nada le falta al usuario: ropa deportiva, higiene, libros, ocio y demás. Este “programa”, que podría asociarse al del socialismo en origen, lo es también del fascismo, y especialmente fue así durante el llamado periodo de Entreguerras, especialmente en Italia y España. Uno de los rasgos del fascismo español se caracterizó por esta racionalización, o presencia del Estado sobre todas las cosas y todos los órdenes de la vida. El lema “una grande y libre”. Sin duda, lo que sesenta años después más llama la atención en la locución fascista que aparece en Labo son las palabras “proletariado” y “clase obrera”.

Junto con la arquitectura, el arte. Uno de los arquitectos del complejo, Manuel Sierra, convocó a los ganadores del concurso para el ábside, la cripta y la estatuaria de la basílica de Aránzazu, esto es, Carlos Pascual de Lara, Basterretxea y Oteiza, cuyas obras estaban entonces paralizadas por el recurso del Vaticano, para integrar y decorar con su arte los amplios espacios de la Universidad. Otros artistas vinculados a la abstracción también fueron llamados y en mayo de 1956 se expusieron en la Sala Recoletos de Madrid los proyectos, algunos finalmente realizados y otros no, de un nutrido número de la vanguardia española. De nuevo las relaciones entre arte e ideología se complejizan: la posibilidad de aportar artísticamente en un contexto y entorno modernizado, ideal a los ojos de la vanguardia, aunque social y políticamente reaccionario.

Toda esta intrahistoria, y mucho más, aparece condensado en apenas catorce minutos. Sería hacía 2012 cuando recibí en mi celular una serie de SMS de alguien no registrado en mi lista de contactos. Era Jesús Mª Palacios, quien me enviaba unas fotos de pinturas de murales preguntando si podían ser de Néstor Basterretxea. Confirmé una de ellas. Siete años, como poco, ha tardado Jesús Mª en dar con la forma apropiada para Labo, todo un ejemplo de la conjunción entre forma y contenido. Él mismo es autor de otro cortometraje, La casa vacía (2013), sobre la vivienda y estudio que Basterretxea y Oteiza, junto a Luis Vallet, construyeron en la Avenida de Francia en Irún a finales de los años cincuenta.

La parte final de Labo es de una gran belleza, pues pasa del pasado (de la historia) al presente, en donde la transformación industrial no ha hecho sino alterar el paisaje y su equilibrio natural. Jesús Mª Palacios permite lo que se les debe de exigir a las obras de arte: que cada espectador saque sus propias conclusiones, que cada cual piense por sí mismo.

Las palabras del arquitecto Emilio Varela cierran la película:

Y ha quedado la piedra
silenciosa e inmóvil
Sin nombre ni signos
sin voz alguna ni significados
Testigo mudo de otro tiempo
lento y largo latido del espacio
Ahora señal de nada y nadie

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como al principio


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