En la entrada, una enorme escultura
modelada en barro pero fundida en bronce da la bienvenida al público: una
especie de Última Cena iconoclasta, infantilizada, surreal y por momentos
irrisoria. El modelado es completamente amateur o parece salido de un taller de
terapia colectiva. Pero no, viene del estudio que el artista posee en Nueva
York. La cantidad de arcilla utilizada llama poderosamente la atención, pero
más todavía descubrir que la vieja técnica de fundido en bronce ha alcanzado
una maestría inédita con el arte contemporáneo. No hay nada que ahora se le
resista a la fundición o vaciado a la cera perdida, una técnica que goza de muy
buena salud gracias a las nuevas generaciones de artistas. Ya en el interior,
esculturas de distinta temática y tamaño enseñan un universo de humor caustico
y una creatividad ilimitada. Ratones persiguiendo quesos, caballos y calaveras
aparecen aquí. Estamos en la exposición titulada Mon cher… de Urs Fischer en la fundación Vincent Van Gogh de Arlés.
Representado por importantes galerías
internacionales (Sadie Coles HQ, Gavin Brown Enterprise, The Modern Institute,
Gagosian y otras), Fischer mantiene una frenética actividad con exposiciones
individuales simultáneas en varias instituciones y galerías. En la sala
principal, una “lluvia” colorista de gotas de agua hechas de plastilina y suspendidas
del techo inundan al espectador en un paisaje pictórico que trata de adaptarse
al contexto y a la obra del genial pintor holandés. Cada gota de agua
policromada genera el efecto de una paleta de color cambiante, del verde al
morado. Junto a esta lluvia de gotas, hay más obras modeladas en arcilla
diseminadas por la sala: canapés con efigies femeninas a medio acabar o
directamente saboteadas con un martillo. Fundición en bronce. Sobre la
superficie de estas piezas, manchas y empastes de óleo directamente salidos del
tubo. Hay aquí una decadencia sabrosa para un gusto eminentemente cultivado.
Una psicologización del rol social del artista y la exploración de sus
ansiedades para el deleite y la contemplación en donde el concepto mismo de
fantasía se reifica a las primeras de cambio. Fischer es un artista hábil, desprejuiciado,
que combina el kitsch, el pop y el
expresionismo, el exhibicionismo con lo reprimido, la transgresión –aquello tan
antiguo de epatar la burguesía– con el populismo y otras muchas cosas. El
artista como aquel que nunca ha de pedir disculpas o, el artista como
receptáculo de la ansiedad de distintas capas de la sociedad.
Aunque el suizo es principalmente un
escultor que recurre a técnicas artesanales de todo tipo, también es un profuso
productor de imágenes. Distribuidas a lo largo de varias salas se encuentran
distintas impresiones digitales de gran formato. Fischer, fotógrafo de
formación, recombina la pintura y la fotografía a través de técnicas digitales de
collage. Una fotografía de un ojo humano puede estar rodeada de una gruesa capa
de pintura sin abandonar su superficie completamente plana: una imagen salida
directamente de una impresora en la factoría del artista. Es algo propio del
arte contemporáneo mostrar los resultados a la vez que se esconde el modo de
producción mismo. En este caso, las preguntas giran más alrededor de las
consecuencias salientes cuando se poseen íntegramente los medios de producción
y ya no existe dependencia alguna con industrias ni empresas intermediarias. El
artista es su propio jefe y produce industrialmente: directamente del estudio o
taller a la galería. La industrialización del arte contemporáneo tuvo en Warhol
y su The Factory uno de sus momentos pioneros. The Factory funcionaba como una
gran empresa capitalista a la vez que era un escenario para la creatividad y la
bohemia experimentales. Otros artistas más recientes, Jeff Koons o Anish Kapoor,
han naturalizado esta idea de taller o estudio como una empresa de trabajadores
al servicio del producto-artista. Fischer continúa esta estirpe en la que la
dimensión de su universo imaginario coincide con el volumen de la producción,
en donde cierto sentido de autonomía e independencia son aquí importantes.
A diferencia de un artista como Koons,
cuyo populismo y estrellato hiperbolizan su obra y su figura, Fischer cuenta
con el reconocimiento del establishment curatorial
del arte. Quizás esto se deba en parte por ser un representante de la cultura
europea en Nueva York (donde reside desde hace dieciocho años), contra la
siempre más fácilmente denunciable cultura norteamericana. Es una constante que
desde el comisariado se le endose a Fischer el mérito de re-trabajar las
temáticas de otros artistas suizos quienes en otro momento pudieron ser considerados
marginales o que partían de una subjetividad propia, particular y psicologizada.
Obviamente Fischli & Weiss resultan aquí ineludibles, aunque también Dieter
Roth y otros representantes de una cultura centroeuropea interesada por probar
toda clase de materiales, con un especial interés por los orgánicos y su
degeneración. Fischer recupera en parte este legado de la ruina y la
descomposición, dándole un acabado pulido y técnicamente bien acabado.
El artista, por su parte, establece una
prudente distancia con cualquier asignación encorsetada con respecto a sus posibles
influencias. De un modo irónico, su posición pasa ahora por interpretar a los
artistas que no le gustan, como Chagall y Kandinsky. Fijarse en ellos significa
comprender los motivos de su poca afección. Una cualidad de la figura del
artista genio, de la cual Picasso es el máximo exponente, consiste en hacer de
su libertad creadora un territorio de autonomía y fascinación. En tiempos
actuales en los que rastros del punk se encuentran casi en exclusiva en la
rodilla rota de un pantalón de bajo coste, el arte de Urs Fischer ejemplifica
la ensoñación que la gratuidad de la imaginación y la ansiedad recóndita del
artista todavía ejerce en la sociedad. Mientras las clases altas o pudientes
saborean el kitsch en el rechazo a la
alta cultura y el clasicismo, las masas se contentan al ver la estetización
espectacular de lo banal y lo mundano. Todo ello también determina, sin el
menor rubor, eso que hoy en día y de un modo aceptado por todos, llamamos arte
contemporáneo.