Peter Lorre en el juicio organizado contra su persona en M (1931) de Fritz Lang |
El visionado de M. El
Vampiro de Dusseldorf (1931) de Fritz Lang puede
ofrecernos una interpretación de nuestro mundo actual. Ahora que el uso de la
palabra "fascismo" es moneda común y se usa con una gratuidad
ahistórica para acusar a todo que no coincide con nuestra cada vez más
atomizada e individualizada subjetividad, regresar a esta obra maestra
presciente del verdadero fascismo histórico resulta iluminador. Es célebre la
escena final en la que M, de mörder, asesino, es perseguido,
acorralado y capturado por la mafia de los bajos fondos la cual, debido a la
presencia policial que trata de localizar al asesino, no puede ya ejercer el
negocio con la impunidad deseada. M, un violador asesino de niñas, no puede
refrenar su impulso criminal. La identidad misteriosa de M trae de cabeza a la
policía y a las autoridades, y del creciente clima de terror y psicosis social
se hacen eco los periódicos con grandes titulares y una cobertura que todavía
aterroriza aún más a los habitantes de la ciudad.
Cuando Hans Beckert, M, es
capturado, literalmente, por el pueblo, un juicio popular se pone en marcha en
un sótano (literalmente un bajo fondo y submundo) donde una muchedumbre aireada
(the mob) lo juzga no sin antes darle
la oportunidad de defenderse (un defensor improvisado hace el rol de abogado
del diablo). La tesitura es bien sencilla: dado que M es un asesino, ha de ser
ejecutado para que deje de ser un peligro para la sociedad. Es entonces que
Peter Lorre realiza el célebre monólogo (expresionista) en la que asume su
instinto irrefrenable y se presenta como un ser enfermo, un monstruo, el cual,
según su improvisado defensor ha de ser encerrado de por vida en una
institución psiquiátrica. De lo que se trata para la mob es que la policía no lo capture, pues entonces el Estado
intervendrá con su justicia frustrante y apaciguadora. La justicia popular como
justicia de los enfurecidos. No comentaré aquí el final de la película, pero la
actualidad de M recuerda los peligros de la masa cuando ésta se encuentra sometida
a una situación límite y termina por estallar. Cuando el debate deja paso al
encontronazo y la violencia (como sucedía en la Alemania de finales de 1920 y
1930) entonces esas mismas se prestan ávidas a escuchar a los nuevos mesías de
tiempos vulgarmente calificados de “interesantes”.
No hace falta señalar que
aquella era todavía una sociedad de clases, donde la masa, la muchedumbre y la
multitud tenía aún un deseo de subversión de los de abajo contra los de arriba
(pensemos en la “picaresca” de aquel submundo que bien reflejara Bertolt
Brecht), mientras que la nuestra es otro tipo de sociedad de masas sin conciencia
de clase e individualizada y conectada por la red. Aquella mob es ahora nuestra red social. Y es allí donde la justicia
popular se imparte, sin posibilidad de cuestionarla.