La música pop establece una temporalidad particular pues es progresiva y regresiva al mismo tiempo. Progresiva en el sentido de que no se detiene y avanza desde un punto hasta otro situado en un lugar que todavía no es; regresiva en el sentido de que mira hacia atrás sin descanso. Las grandes composiciones pop se mantienen colgadas en este equilibro, esta suspensión de la temporalidad. Están tanto en el progreso como en el regreso, y eso las hace parecer tremendamente marcadas por su tiempo al mismo tiempo que les rodea cierta sensación de eternidad o intemporalidad. Me refiero, obviamente, a cierta clase de pop que aspira a componer canciones redondas, pulidas gemas de pop perfecto (por no decir perfeccionista). Es el caso de, por ejemplo, Family, cuyo primer y único álbum Un soplo en el corazón (Elefant, 1993) es un caso único en la historia del pop español. Family parece haber marcado el devenir de la música indie-pop española desde la irrupción de ese álbum, unido a la mitología que rodea su esquiva historia. Pero escuchar este álbum ahora supone certificar un rasgo que solo algunas contadas excepciones son capaces de incorporar; conciencia anticipadora.
La conciencia anticipadora es un rasgo de una voluntad, una dimensión utópica que Family encarna como ningún otro grupo lo ha hecho y que hace que 1993 y 1994 parezca un bienio dorado para el futuro del pop español. Desde la distancia de dos décadas, Family se parece a aquellos artistas con bola de cristal adelantados a su tiempo. Una contradicción productiva desgaja la nostalgia por un tiempo mejor pasado. Hay melancolía en sus letras y sonido, lamentos de añoranza de aquel verano ya pasado. Esta nostalgia y melancolía en el contenido y la forma (momentos de New Order soterrados) es abiertamente regresiva, mientras que la aspiración a lo universal, la trascendencia de la canción pop perfecta es un síntoma de progreso, es un rasgo de lo progresivo y de la anticipación utópica.
Todo en Family es sueño, pero esa clase de sueños diurnos que caracterizan la voluntad utópica, proyectiva y regeneradora. Ha pasado ya a la historia el final de la crítica del disco en Rock de Lux, donde se afirmaba que “Un soplo en el corazón es un disco para reír y llorar el resto de tu vida”. Lo dicho: la eternidad.
El sueño, la capacidad para volar la imaginación despierto es consustancial al pop, y la categoría de Dream pop como un género musical así lo certifica. En el Dream pop el afecto se convierte en una forma de emoción, una catarsis donde hay una delgada línea entre el llanto y la risa, la disforia y la euforia. Family es, en cierta manera, un adelanto a cualquier forma de Dream pop en boga ahora mismo.
¿Pero acaso no es un rasgo de la modernidad estética esa misma clase de temporalidad expandida que viniendo del pasado apunta hacia un futuro anhelado por venir? La potencialidad de lo que “todavía-no-es” permanece intacta, agazapado a la espera de reanimarla. “Viaje a los sueños polares” es, en este sentido, el tema que inspira la cartografía de toda una generación y la banda sonora de una época de la que el programa radiofónico del mismo nombre es ya un hito. “Viaje a los sueños polares” era un programa de radio de música indie pop como una brecha por la que imaginar mundos posibles y visiones alternativas.
El mensaje de Family es profundamente moderno en sus referencias estéticas, como un collage manufacturado por las vanguardias artísticas: nadadoras, aviadores, planetas, viajes y geografías por explorar, naves espaciales, trenes y aventuras en pop. Un rasgo melódico en este pop utópico y futurista es la melodía aérea que se encuentra en algunas canciones como “La noche inventada”, “Como un aviador”, “El bello verano”, “Nadadora” y la muy sentimental “Carlos baila”. (Depeche Mode hizo de esta melodía aérea una marca en sus grandes discos de los ochenta). Cualquier buena muestra de Dream pop toma nota del potencial evocador y fantaseador de esta melodía aérea.
La utopía de Un soplo en el corazón es como una cápsula de novum colocada pacientemente a la espera de que pase una década, luego dos… así hasta un futuro que nos es tan lejano que ya no podemos ni siquiera imaginarlo. El perfeccionismo de Javier Aramburu, algo palpable en sus diseños de discos y ahora también en sus pinturas enseña una personalidad de temporalidades largas y extendidas donde el tiempo es materia de trabajo. La modernidad tenía esa misma doblez, pues mientras que escudriñaba el porvenir aspiraba a la permanencia y duración propia de las obras clásicas y no la contingencia y lo fungible. Joy Division y los primeros New Order son un claro ejemplo de esta modernidad acentuada por el neoclasicismo de Peter Saville.
Hay una nostalgia por Family compartida por fans y que, como le ocurre a Joy Division, se renueva por generaciones aunque obviamente a menor escala. “Family, ¡Volved ya!” era un lema que partiendo de manera local de la ciudad de Family, San Sebastián, se extendió a otras latitudes e individuos aislados que entre todos podrían formar una comunidad, una familia unida por Family.