Pierre Huyghe, The Timekeeper, 1998
He aquí un texto del 2004 (aunque las ideas pueden ser del 2003) no publicado nunca y ahora recuperado para Crítica y metacomentario. El texto refleja ciertas ideas sobre la noción del tiempo en el arte contemporáneo a la vez que no deja de ser un mero apunte o fragmento aislado de una etapa un tanto idealista e influenciada por prácticas narrativo-temporales con tendencia hacía la inmaterialidad y las consideraciones de ambiente: Parreno, Huyghe, González Foerster. Con este post podría en lo sucesivo re-publicar otros textos escritos que nunca vieron la luz. Actualmente, cuando la escritura en el arte responde a una demanda, y donde prácticamente la totalidad de la práctica artística está formateada por este requisito previo "on demand" sea en el comisariado y en el ejercicio de la crítica, no está de más pensar que escribir es una herramienta de subjetividad aplicable en cualquier momento y circunstancia.
¿Acaso no es esa una de las funciones de este blog? Por otra parte, la obra The Timekeeper ha permanecido en mi memoria de manera duradera, integrándola para el catálogo de la exposición "Arqueologías del futuro" a modo de apunte visual alrededor de conceptos, ya mucho más elaborados, acerca de la historia (y su filosificación), la periodización y demás. Próximo post, quizás, acerca de Ironía y Contingencia.
El guardián del tiempo
¿Cómo piensa el arte contemporáneo la cuestión del tiempo histórico? ¿Cómo
piensa la Historia del Arte como disciplina regulada el paso del tiempo en la obra
de arte? Estas dos preguntas se retroalimentan mutuamente participando de un
grado de abstracción inasible, sin regulación aparente.
Todas las artes, desde la literatura a la música pasando por el cine, en algún
momento de su desarrollo, han reflexionado sobre cuestiones de tiempo y
espacio. El arte, el de antes y el de ahora, no es ajeno a este debate.
Desde una concepción clásica, el tiempo funcionaría como un indicador de la
validez, legitimidad y valor simbólico del arte. La confrontación de la obra del
pasado con el presente evidenciaría la contingencia de su ser o por el contrario
sacaría a relucir los niveles de sentido que -como un palimpsesto- se han ido
depositando en el devenir del tiempo. Sin embargo, la obra que se realiza en el
ahora lleva incrustada el germen -la semilla del tiempo- de su recepción última
y posterior. Como un satélite lanzado al espacio exterior, el futuro le pertenece.
Uno de los trabajos más interesantes en esta materia sería The Timekeeper el artista
francés Pierre Huyghe. Invitado a participar en una exposición colectiva en la Secession
de Viena en 1998 (con motivo de su centenario), Huyghe planteó una sutil excavación
arqueológica en una de las paredes del espacio expositivo. La excavación consistía en ir
desgastando o lijando un pequeño trozo de pared haciendo visibles las capas de pintura
acumuladas exposición tras exposición a lo largo de su historia. Capa tras capa,
los bordes del corte horizontal se asemejaban a los anillos concéntricos de
un tronco seccionado que nos deja ver su edad. El artista llegaba hasta la
piedra original utilizada en el levantamiento de la institución vienesa.
Como contexto, la historia de la Secession es sinónima de la evolución del arte
moderno durante el siglo XX. Levantada a finales del siglo XIX, se trata de la más
antigua institución dedicada al arte de su tiempo que a lo largo de más de un siglo
ha recorrido todas las vanguardias de experimentación del momento;
Del Art Nouveau al Expresionismo, de Joseph Beuys a los más jóvenes
artistas actuales. Todo un símbolo de modernidad.
La Secession no es un museo propiamente, sino una institución organizada
alrededor de una sala blanca. El primer “cubo blanco” de la historia y
la forma de presentación museística por excelencia. En su interior acumula la que es
su obra más representativa, una pintura mural de un secesionista grandilocuente
de excepción: Gustav Klimt.
Con su cúpula recubierta de doradas hojas de laurel, la Secession es todo un
símbolo de la libertad de expresión. No en vano, hace unos años (concretamente
en 2000) fue uno de los lugares de resistencia de los intelectuales ante el
avance de la ultraderecha populista austríaca. Der Zeit Ihre Kunst, Der Kunst
Ihre Freiheit (“A cada tiempo su arte, al arte su libertad”) reza en su friso de
entrada, lo que viene a ser toda una leyenda universal.
Históricamente, el cubo blanco —como modelo de una modernidad
autoritariamente universal— habría venido a homogeneizar las condiciones de
percepción de las obras de arte, eliminando con su neutralidad los efectos de
desgaste al factor tiempo. El gabinete burgués o el salón decimonónico serían los
contramodelos a esta recepción pura y libre. La blancura del espacio moderno
vendría a paliar los efectos del agujero negro sobre el que se precipitan las obras
una vez pasada la época de su inscripción inicial. En este caso, el espacio
trabajaría al servicio del tiempo y lo contrario, equivaldría poco menos que a
una corrupción. En otro ejemplo del pasado reciente, el mismo Huyghe fundó a
principios de los años 90 una iniciativa denominada Association de Temps
Liberées que, como su nombre indica, intentaba liberar al tiempo de sus
aparentes constreñimientos; liberar por ejemplo el tiempo de trabajo y el
tiempo de ocio para reorganizarlos en una nueva configuración productiva.
Durante esa década, se produjo un movimiento entre los artistas que consistía en
un mayor deseo de ocupar fragmentos de tiempo en vez de espacios, más propio
de los modelos de protesta de los 60 y 70. Esto se tradujo en un mayor interés
en géneros como el film y la cultura audiovisual, medios caracterizados por un
mayor cuestionamiento del tiempo.
Y el ciclo se cierra. “¿Qué nos dice el reloj acerca del tiempo?” se preguntaba
Martin Heidegger. Por otra lado, Jacques Derrida siempre llega demasiado tarde
cuando se trata de hablar del tiempo. Escribe en Márgenes de la Filosofía: “D’une
certaine manière, il est toujours trop tard pour poser la question du temps”.
Lo único que sabemos es que el pasado continuo no es sino una prolongación de
nosotros mientras miramos al futuro desde un presente que no nos pertenece.
En el interior de nuestra conciencia histórica, el guardián del tiempo permanece
agazapado, esperando su momento para descontar: segundo a segundo. Y así
hasta el final.
(2004)