Un artículo reciente aseguraba que la gente que lee libros alcanza una mayor longevidad. El artículo en cuestión, publicado en The Guardian, se hacía eco de un estudio científico en el que se aseguraba que después de encuestar a más de 3500 personas, las personas que leían treinta minutos al día vivían más que las que no leían nada. El lector de dicha noticia se preguntará entonces por la medición no de la lectura, sino de la mortalidad. Se afirma incluso que “encontramos que leer libros proporcionaba un mayor beneficio que leer revistas y periódicos. Descubrimos que este efecto es porque los libros estrujan más la mente del lector, proporcionando así un mayor beneficio cognitivo que se traduce en un crecimiento de la duración de la vida. De este estudio debe deducirse entonces, añadiría uno, que la lectura en internet de poco sirve. Noticias como ésta se leen a través de las redes sociales, pues están fabricadas precisamente para multiplicar su diseminación viral mediante un titular sensacionalista. Noticias como ésta, entonces, son parte del tráfico contaminante con el que cada mañana nos topamos en nuestro acceso al trabajo. La relación entre malos hábitos de lectura y redes sociales es solo una de las consecuencias de la democratización de la red.
Recientemente un editor independiente mexicano se mostraba escéptico frente al diagnóstico de la falta de tiempo para la lectura. El éxito de su editorial es acaso una señal de que la gente todavía compra libros y los lee. En cualquier caso, la compra de un libro no supone automáticamente su lectura. Todo libro es, además de su propio contenido, un producto cultural que lleva asociadas un conjunto de significados y plusvalías: desde el diseño al contenido implícito que un sello editorial imprime, una gesto curatorial en la elección, una relación con otros títulos de la colección, la distinción de un lifestyle…
La fragmentación y parcelación de todos los órdenes de vida que el capitalismo impone ha afectado al hecho social de la lectura. Esta aceptación resulta inapelable. La consecuencia más inmediata es la de escritores que no son lectores o que apenas leen. La producción demanda una constante visibilidad. Cuando un escritor no tiene temas o asuntos sobre los que escribir y se encuentra sumido en una crisis creativa, pregúntenle por sus lecturas. Quizás hay encuentre la respuesta a su bloqueo.