12/26/2020

The meaning of style.

 

12/03/2020

RESEÑA: "Ciclismo y capitalismo. De la bicicleta literaria al negocio del espectáculo", Corsino Vela, (Cambalache, Oviedo, 2020).


Corsino Vela, Ciclismo y capitalismo, Calambache, 2020



Asistimos actualmente a una eclosión de las bicicletas, en gran parte debido a las consecuencias de la pandemia y a la necesidad de ejercitar el cuerpo y la mente. Sin embargo, este boom se ha venido cociendo lentamente y, sin ir más lejos, puede decirse que el ciclismo como actividad de ocio y deporte ha reemplazado al anterior running. Al mismo tiempo, la literatura sobre ciclismo vive un momento de estado de gracia, y cuenta de esto la dan no pocas editoriales, revistas y novedades literarias. No obstante, éste era un libro que faltaba por escribir y ha sido Corsino Vela, pseudónimo de un asturiano nacido en 1953, bregado en distintas luchas obreras y sindicalistas, quien lo ha llevado a cabo con determinación y sin miramientos. 


Se trata de un libro radical que, sin duda, desencantará a muchos aficionados al ciclismo y a la bicicleta pues en él se ofrece una contundente desmitificación y desromantización de un deporte que se sostiene, literalmente, sobre su propia historia. Sobre el mitología de los tiempos heroicos y las gestas. Pero, al mismo tiempo, está surgiendo un nuevo lectorado ciclista exigente, el cual ya no se contenta con mirar al deporte desde la superficie sino que busca conectar su pasión de manera crítica con el mundo, con la cultura y el pensamiento. Se trata de verlo de otra manera: lo que Corsino Vela realiza consiste en descubrir el velo; destapar la cortina ideológica que el ciclismo como espectáculo de masas para el consumo de los “aficionados”, es decir, espectadores/consumidores, oculta tras la fascinación de las imágenes televisivas en las que contemplamos el sufrimiento, hasta el paroxismo, del ciclista. 


Los aficionados al ciclismo podrán decir, con razón y argumentos, “todo eso ya lo sabemos”. Pero, como antes Marx con el trabajo, o Veblen con el ocio y el consumo conspicuo, ese “ya lo sabemos” hay que describirlo, narrarlo, detallarlo. Este desvelamiento, sin embargo, no resta ni un ápice a la apreciación del ciclista, la valoración de un deporte que es principalmente sentimental y que, se nota, el propio Corsino ama con devoción. Hay, por lo tanto, respeto y pasión tanto en la intención de escribir este libro como conocimiento específico del medio y su historia. 


Básicamente el argumento del autor de Capitalismo terminal está en que el ciclismo es una mercancía que tiene un valor de cambio en el mercado y que se revaloriza en función del espectáculo. Es decir, que se trata de una economía especulativa donde entran en juego las ilusiones y emociones de mucha gente, ciclistas y aficionados, a partir de una producción específica –el propio esfuerzo físico– que el ciclista vende a otros, en suma, al equipo ciclista, a la organización y, en definitiva, al propio espectáculo convertido en negocio. Vela traza así un paralelismo entre el ciclista, los peones del pedal, con el obrero, con el proletario esforzado cuya fuerza de trabajo es capitalizada por terceros; las coincidencias son reveladoras, miméticas, y los “forzados de la carretera”, aquella expresión acuñada por Albert Londres en su crónica del Tour de Francia de 1924, comparten la autoexplotación de su cuerpo con aquella otra explotación intensiva de la fuerza de trabajo en la producción fabril. 


Así las cosas, la profesionalización del ciclista actual, especialmente la de aquellos que adoptan el rol de gregarios de un líder o, como se suele decir, “hombres de equipo”, se parece punto por punto a la de los obreros situados en la cadena inferior de la industria productiva. 


Corsino Vela regresa a los orígenes del ciclismo narrando sus orígenes humildes, básicamente proletarios, de las primeras asociaciones de ciclistas en Alemania y, de paso, conecta el devenir de la bicicleta con las distintas fases ideológicas del siglo XX. 


El autor comienza situando el ciclismo en la Modernidad, con la irrupción de la bicicleta como un vehículo de desplazamiento y motricidad personal que favorece la libertad personal y el libre albedrío. A su vez, la Modernidad es el tiempo de la gran industrialización el cual, con el paso de las décadas, da nacimiento a la cultura de masas. Así, el Tour de Francia nació en 1903 de la mano de Henri Desgrange con el objetivo de promocionar la industria de la automoción que su revista, L’Auto, publicitaba. En el origen de la prueba misma está su destino: la explotación comercial de un espectáculo que no hará sino expandirse en consonancia con el crecimiento del consumo y de un capitalismo, industrial primero, financiero después. 


La Modernidad prefiguró también un tiempo heroico del ciclismo (Coppi y Bartali intercambiándose un bidón), un deporte de leyenda que necesita vivir de la épica en unos tiempos en los que el control técnico-científico, biológico y empresarial cercenan cualquier posibilidad de épica. He aquí el drama, la ambigüedad del deporte de las dos ruedas. He ahí también su seducción. 


En cuanto a la evolución reciente del deporte del pedal, “si repasamos la historia del ciclismo en lo que se refiere a pruebas, equipos y condiciones salariales  durante las últimas cinco décadas y la comparamos con la evolución seguida por la economía capitalista en ese mismo periodo, comprobaremos que los vaivenes coyunturales de ambas discurren en paralelo. La desaparición de equipos y la aparición de otros nuevos, es decir, de nuevas marcas con los mismos corredores, supone el desembarco de negocios, empresas y actividades que buscan obtener una determinada cuota de mercado mediante la promoción de su imagen/marca y consideran que el escaparate ciclista es el adecuado. Es una reconversión constante del sector, que deja en la cuenta a desempleados y excluidos del mercado ciclista, de forma similar a lo que ocurre con las reconversiones en la industria y los servicios”. Y así, todo el libro. 


Son muchos los puntos analizados aquí que harán reflexionar tanto a la afición como a aquellos deportistas de salón que gustan de las grandes etapas de Vuelta, Tour y Giro. Pero, como bien escribe, la desmitificación del ciclismo no puede desprenderse de estas apreciaciones críticas, sino que más bien es la que banalización de la explotación comercial del espectáculo y la falta de respeto por el ciclista que agoniza en una rampa de dos dígitos lo que amenaza la propia idiosincrasia de un deporte que lleva el sacrifico al extremo. Al referirse al ciclismo femenino, por ejemplo, comenta el modo en que el deporte profesional, entendido siempre como negocio, ha arrinconado a las mujeres, alertando incluso, no sin razón, que detrás de la actual incorporación de la mujer a la bicicleta –lo vemos cada vez más en nuestras carreteras y en Instagram– no existe ninguna voluntad de reparación histórica o búsqueda de igualdad, sino una simple diversificación en el consumo por el que la industria de la bicicleta trata de incorporar al otro 50% de la población. 


No menos interesante es cuando se refiere, por ejemplo, a la tendencia monopolista de la acumulación de capital, como lo hace el equipo Sky (Ineos), el cual concentra a los mejores ciclistas anulando la propia competición; o cómo la alta competición profesional en un negocio espectacular calculado donde la espontaneidad del ciclista no existe; o la inversión en mercados de futuro fichando a las grandes promesas a edades cada vez más tempranas, la especulación y el cambio constantes, etc. Estamos, por lo tanto, delante de un libro de economía política del deporte. Ciclismo marxista. 


Corsino Vela denuncia la hipocresía con la que la sociedad, y los medios de comunicación, se ensañan con el ciclismo a propósito del dopaje, verdadera cortina de humo de una sociedad de la competencia a cualquier precio donde el transhumanismo está a la orden del día. En resumidas cuentas, se trata de un libro necesario sobre todo para la afición, muchas veces aletargada por la desaparición de la tramoya del espectáculo en ese simulacro que es el ciclismo por televisión. 


En su descargo se le perdonan las repeticiones e insistencias pues, como cualquier buena crítica de la ideología, sabe que la repetición es la base para que una idea, siquiera simple, cale en lo más profundo de la mente. 



12/01/2020

A propósito de "Un retrato de N.B." (docuensayo)

 



Un retrato de N.B.


¿Cómo surge este proyecto?


La intuición, más que la idea, de realizar un documental audiovisual o cortometraje

sobre Néstor Basterretxea me vino en la fase final del proceso que desembocó en la

exposición retrospectiva Forma y universo, que tuvo lugar entre febrero y mayo del

2013 en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Aquella intuición me pareció, en su día,

como una carta que alguien escribe a un amigo. De inmediato imaginé que la forma

más adecuada de hacerlo era partiendo de fotografías fijas o fotogramas, como

Chris Marker en el clásico La Jetée (1962). Néstor murió el 13 de julio del año

siguiente y aquello hubiera quedado en nada —dada mi inexperiencia para realizar

ninguna clase de film—, si no hubiera tenido la oportunidad de comisariar esta

exposición en Kutxa Kultur Artegunea. Se abría entonces la puerta a seguir con esa

intuición, regresando a Idurmendieta (Hondarribia), donde podría analizar de nuevo,

con detenimiento, todo aquel vasto material que entre 2008 y 2013 pude contemplar

y estudiar. Con la debida prudencia, planteé la posibilidad de hacer una exposición

que mostrara la mirada fotográfica de Néstor y, como parte fundamental, este

audiovisual o film.


¿Es un retrato o una biografía? ¿Documental o ensayo? 


Ambas cosas. Se trata de un retrato realizado a partir de sus propias fotografías. 

Imágenes en cajas, clasificadores y táperes, dispersas en rincones de la casa. 

Es un retrato, sí, «manufacturado» a partir de retazos, recuerdos, documentos y obras; 

como esas pinturas que vistas de lejos parecen realistas pero que al acercamos descubrimos

fabricadas a partir de imágenes más pequeñas, ensambladas como en un collage.

Cualquier retrato es siempre una visión parcial, una representación entre muchas,

subjetiva y más o menos nítida. Así como la biografía recorre el ciclo vital de una

persona, el retrato puede esbozar o idealizar sin necesidad de abarcarlo todo.

Cualquier retrato es una representación que busca hablar del otro y termina diciendo

algo de aquel que lo realiza; de la misma manera que el ensayo es esa forma que

parece querer decir algo sobre algún asunto preformado o exterior —contenido de

carácter cultural, un libro, película o autor—, para en última instancia convertirse en

una libre operación reflexiva. El ensayo audiovisual es una forma de escritura. Pero,

a su vez, Un retrato de N.B. participa del documental porque está hecho de

fragmentos de experiencia, de vida y, sobre todo, de imágenes-documento.


¿Cómo está realizado? 


Principalmente a partir de conexiones y empalmes, hilvanando y montando. 

Partiendo de visitas regulares a la casa de la familia Basterretxea, fui preseleccionando por remesas, agudizando el criterio. Una vez seleccionado un número de imágenes (o remesa), iba escudriñando, barajando su interés, mirándolas de cerca, escaneándolas en el estudio. 

Miraba las imágenes y ellas me devolvían la mirada. Y así de nuevo otra visita hasta «peinar» todas y cada una de las fotografías. Se daba entonces una relación directa, física, con el material, a la vez que íntima. En su inmanencia, las imágenes hablaban, decían algo. Como regla, me autoimpuse desde el comienzo realizar el «docuensayo» partiendo exclusivamente del fondo fotográfico de Néstor. Sólo al final unas pocas imágenes han sido incorporadas por cohesión narrativa o simple encuentro: algunas fotos en las que aparece él, del archivo de la Fundación Oteiza en Alzuza; también fotos que, estando en el caserío, por motivos de calidad, han sido cedidas por el Archivo Municipal de Irún. Entre miles de fotografías —difíciles de cuantificar— alrededor de doscientas se han ido decantando a la mirada y a la interpretación. Estas imágenes reivindican cada una su particular punctum, su studium barthesiano. 


Lejos de cualquier guión premeditado que relacionara las imágenes, éstas han tomado su

posición como tales, pero sobre todo a través de un montaje que les confiere una

eficacia, una narración. Pienso en aquella apreciación de Alexander Kluge de que

«las imágenes en movimiento y el arte del montaje existen en la cabeza de los seres

humanos, lo mismo si están despiertos o sueñan. […] El lenguaje de las imágenes

en movimiento posee una autonomía que no obedece ciegamente a las palabras ni

a las notas musicales».(1) La relación entre la imagen y el lenguaje no es la de la

ilustración, sino un acto de lectura e interpretación. El texto afecta a las imágenes, y

estas al texto que leemos o escuchamos. Se va componiendo así una narración, un

relato.


¿Qué clase de film o cortometraje es? 


Un tipo de cine sin apenas cámara. Prescinde de convenciones como la dirección, 

y lo fía todo a la escritura y al que es uno de los principios básicos del lenguaje cinematográfico: el montaje. Es también una colección de imágenes, buscadas más que de metraje encontrado (found footage). Puede tal vez adscribirse a alguna categoría de film de archivo en la

medida que rebusca e indaga en documentos. Entiendo un archivo, sin embargo,

como una documentación que ha sido sometida a un proceso de ordenación,

conservación, estudio y demás. En Idurmendieta la situación es más bien la de un

no-archivo: cuando la vida y el transcurso del tiempo desbordan cualquier

clasificación. Me gustaría ver este «docuensayo» como un intento de hacer archivo,

no tanto hacer orden del desorden, sino extraer e incorporar un impulso narrativo

desde ese mismo desorden. Hay igualmente un cuestionamiento del aspecto del

autor: film hecho a partir de un autor por otro autor, en cooperación con otros

autores y colaboradores. El cine es una labor colectiva. Eso lo sabía Néstor.


¿De qué otras cosas nos habla? 


Del pasado, del tiempo que inventó eso que todavía seguimos llamamos «modernidad». 

El retrato de un artista que vivió y trabajó, principalmente, en el siglo XX, del que fue testigo y heredero. Mark Fisher se refirió una vez al archivo como prótesis de la memoria, una especie de implante en una época —nuestra era digital— en la que para qué ejercitar la memoria si

disponemos del archivo ahí mismo, a nuestro alcance más inmediato. Pero ¿y si

hiciéramos memoria a partir del archivo? Cualquier fotografía es un rastro de un tiempo pasado, fugaz e inalcanzable. Somos arqueólogos del futuro escarbando en el pasado, a la búsqueda de instantes, centelleos, con los cuales perseverar en el presente.



San Sebastián, 12 de noviembre de 2019


(1) Alexander Kluge, El contexto de un jardín. Discursos sobre las artes, la esfera pública y la tarea de autor. Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2014, p. 93.



* Texto publicado en el catálogo Néstor Basterretxea, A través de la fotografía, Kutxa Artegunea, San Sebastián, 2020.