Retrato de Gregory J. Markopoulos (1928-1992) |
Tres
filmes del cineasta norteamericano de origen griego Gregory J. Markopoulos
(1928-1992) fueron exhibidos hace dos días en Tabakalera. La excepcionalidad
del pase era doble: por un lado la dificultad para conseguir las películas en 16
mm, para las que se habilitó un proyector de ese formato fuera de la cabina
habitual de proyección; excepcional por el propio recorrido elusivo y a
contracorriente de Markopoulos, cuya obra ha sido muy poco vista durante décadas
por las restricciones explícitas autoimpuestas por el propio autor.
Como
nota biográfica, Mark Webber, comisario de esta proyección y editor del volumen
Film as Film. The Collected Writings of
Gregory J. Markopoulos (The Visible Press, 2014) comentó que el cineasta
realizó sus primeros filmes siendo adolescente en los años cuarenta, en la
época en la que Maya Deren rodaba en Los Ángeles Meshes of the Afternoon (1943). Ya en los sesenta, Markopoulos fue
un miembro activo de la escena del cine independiente experimental
norteamericano en Nueva York: Anthology Film Archive, la revista Film Culture y
circulando alrededor de Jonas Mekas, Kenneth Anger, Marie Menken, P. Adams
Sitney y demás. Sin embargo, muy pronto se desilusionó de aquella escena
fílmica y tomó su propio camino.
Markopoulos
era uno de esos autores con la firme creencia de que el cineasta es el primer y
último responsable de la película, y que para que ésta pueda llegar a ser una
obra de arte, debe mantenerse libre de limitaciones y expectativas financieras
impuestas desde el sistema o la industria. Esto le condujo a dejar Nueva York, y
junto con su pareja, el también cineasta Robert Beavers, marcharse a Europa
donde vivió en varios países de manera nómada y con grandes limitaciones
materiales hasta su muerte en 1992.
El
programa incorporaba tres filmes como muestra de algunos rasgos marcados de su
manera de entender el cine. En Bliss (1967),
el filme se edita en la cámara en el momento de la filmación, sin edición
posterior. Se trata del retrato del interior de una iglesia bizantina en la
isla griega de Hidra. Un filme con una potente imaginaría griega que muestra la
seña de identidad de su cine: el montaje entrecortado o corte infinitesimal, el
cual produce un efecto de parpadeo en la visión y la psique del espectador. Un
efecto producido aquí con la activación de la propia cámara y no pocos trucos y
recursos artesanales. Bliss es un
exquisito palimpsesto fílmico que hace honor a su título.
Twice a Man (1963)
es un psicodrama urbano y familiar cuya narración está lejos de ser explícita. Recrea
el mito de Hipólito y la resistencia de un hijo gay a su madre mientras otro
personaje lo salva de la muerte. Además del propio mito, la mitología griega
aparece en una grotesca figura humana en una puerta de madera y el tono general
es el del conflicto psicoanalítico. Aquí el montaje y la edición (en
post-producción) adopta un estilo fragmentado y radical. El bombardeo de
flashes y parpadeos a intervalos irregulares permiten al ojo capturar la imagen
sin que el cerebro no tenga tiempo para asimilarla. Ello abre un agujero en el
inconsciente y en la memoria. La forma, la edición, se alía entonces con la
trama, el contenido. Persiste en Markopoulos la búsqueda de una forma narrativa
para el cine que no beba exclusivamente de su origen en el carácter
representativo de la fotografía y el teatro. Ello supone poner el énfasis en la
sintaxis y el ritmo como principio ontológico: film as form, film as film,
etc. El corte, la fragmentación, es el lenguaje fílmico. Cortes en la banda
sonora, la música, el sonido constante de la lluvia y una voz en off (se supone que de la madre) cuyo speech se entrecorta intencionadamente
de manera que no llegamos a comprender lo que está diciendo.
La
última proyección fue Gilbert and George
(1975), un retrato del dúo de artistas conceptual británico realizado de un
modo insólito. Conocidos por sus poses estáticas de esculturas vivientes, la
pareja artística encarna de un modo irónico el estilo inglés dandi en la pose y
el vestir. El retrato está realizado invirtiendo el registro representacional,
con continuos planos en negro en donde, como flashes rapidísimos, aparecen
sucesivamente planos infinitesimales de detalles: zapatos, pantalones, partes
de chaquetas, el dúo estático, hasta llegar al rostro de cada uno. La experiencia
es una de visión y ceguera. Mientras Gilbert and George posan estáticos, la
cámara los circunda generando el retrato entrecortado a lo largo de diez
minutos. Esta obra es silente.
Este
último filme forma parte del monumental
Eniaios (1947-1991), que en griego a la vez “unidad” y “unicidad”; éste es
el proyecto utópico de una película de 80 horas de Markopoulos y Beavers
dividida en varios ciclos y que comenzó a gestarse cuando ambos encontraron en
la década de los ochenta un lugar en Peloponeso donde consagrar toda su
filmografía y obra escrita. El lugar es el Temenos,
una palabra griega que describe una arboleda sagrada marcada por usos
cotidianos y donde cada cuatro años acontecen screenings ante un público devoto llegado desde las más diversas
procedencias. Film as totality. Una
empresa para la que Markopoulos reutilizó horas de metraje de su propia
filmografía en un paradójico monumento que a la vez que crea, también destruye.
Cuando
en 1936 Walter Benjamin habló de la pérdida de aura de la obra de arte con la
llegada de la reproducción mecánica en fotografía, y sobre todo en filme, no
pudo prever que el futuro le reservaba una especie de venganza dialéctica: durante
la modernidad, el cine destruía el aura al entregarse a las masas en una
revolución tecnológica y social. Más tarde (¿en la posmodernidad?) esa misma
revolución tecnológica es la digital, la cual devuelve al filme, como es
sabido, en peligro de extinción, el aura de la excepcionalidad y la unicidad. La
reproductibilidad del filme se ha revelado como una tarea utópica, y el filme
como medio reaparece hoy en día en los museos y en las proyecciones para
minorías. El aura del filme es hoy en día mayor que el de casi cualquier otra
obra de arte física (pintura o escultura). Cineastas como Markopoulos, quienes
con grandes dificultadas ansiaron hacer del cine un arte, nos recuerdan la relevancia
del aura benjaminiano.