1/20/2020

1/18/2020

Diseño invisible. Sobre la Escuela de Ulm




Actualmente en San Sebastián la arquitectura ha adquirido una consideración cultural e institucional relevante. Existe cada vez una mayor conciencia del papel social de la arquitectura y de los espacios que habitamos. Por su parte, el diseño gráfico e industrial permanece o se visibiliza muchas veces de manera colateral o a la vera de la arquitectura. Es un poco aquí el caso, pues en el marco de Mugak (Fronteras), segunda Bienal Internacional de Arquitectura de Euskadi, se presente esta muestra sobre la Escuela de Ulm.

Menos conocida que su predecesora Bauhaus, la Hochschule für Gestaltung fue  fundada en Ulm en 1953 por Max Bill, Inge Scholl y Otl Aicher entre otros, y puede verse como una de las mayores influencias en el diseño que siguió a la Segunda Guerra Mundial. La visión de Ulm estaba en usar los principios modernos —la racionalidad, la economía y la técnica— en la construcción de un nuevo mundo en el que el diseñador estuviera socialmente concernido con los valores de la democracia más que con los del comercio. Sin embargo este compromiso pronto, e inevitablemente, se asoció a las marcas de corporaciones en la sociedad de consumo y globalización emergentes y, hacia 1956, grupos de estudiantes estaban trabajando con compañías como Braun primero, y Lufthansa después.

Esta democratización del diseño a través de dos reglas básicas, la estética moderna funcional y la producción en masa, fue una de las predicciones que se han revelado certeras. No es difícil ver la conexión con la filosofía de línea blanca del flat pack de Ikea y otras marcas, en la que todos los elementos —aún de bajo coste— circundan sobre un mismo principio. También viene a la cabeza la actualización del concepto de Gute Form (buena forma) que diseñadores como Jasper Morrison han reivindicado desde lo “Supernormal”.

Asimismo, la Escuela de Ulm fue pionera en cultivar un ideal de vida a través de los muebles y los electrodomésticos que constituyen la casa y el hogar. La integración del diseñador en la industria sirvió para renovar el consumo, proyectando la idea misma del lifestyle como algo que puede comprarse o, cuando menos, como un horizonte de proyección y autoconstrucción del sujeto y su entorno. Dieter Rahms y Hans G. Conrad para Braun, por ejemplo, reinventaron el producto minimalista y al mismo tiempo el branding o identidad corporativa; la línea, la arquitectura invisible que conecta los objetos entre sí, estos con el entorno y, en última instancia, con la marca que los aúna y recorre casi simbióticamente por dentro. Una vez “corporeizada” la identidad de marca, ésta alcanza una dimensión asociada a una gama de valores y clase social. Hay en esta exposición paralelismos un tanto obvios aunque estimulantes, como cuando se comparan objetos de Braun con el primer iPhone e iPod de “Jony” Ive para Apple.                  

En el Museo San Telmo, el espacio diáfano contrasta con la antigüedad del claustro y la iglesia y, en términos de contexto, refuerza la presentación de objetos y el ánimo detectivesco a la caza del detalle decodificador. Lo que no se ve es lo que importa. Sin embargo, hoy en día la neutralidad y la transparencia son igualmente ideológicas. Una vez asimilado el “menos es más” miesiano, el purismo de Ulm no es la única receta, pues las exitosas identidades de marca se caracterizan hoy por su ubicuidad no manifiesta, y por hacerlas inolvidables a través de una diseminación en el subconsciente de sus logotipos y cualidades imperceptibles. En perspectiva, Ulm cumplió a la perfección —en vísperas del posmodernismo— la tarea inacabada de la modernidad, pues sus logros funcionales y estéticos se hicieron efectivos, por fin, en la expansión del capitalismo multinacional y corporativo. Puro, aquí sí, modernismo tardío.



Diseño de sistemas: La escuela de Ulm y la compañía Braun / Departamento de construcción, Museo San Telmo / Instituto de Arquitectura de Euskadi, San Sebastián, hasta el 12 de enero 2010




1/12/2020

"Tomorrow calling", 1993, by Tim Leandro





Esta adaptación cinematográfica del cuento de William Gibson “El continuo de Gernsback”, un clásico de la ciencia ficción, nos introduce a Bill, un fotógrafo a quien se le asigna el trabajo de fotografiar la visión futurista del modernismo norteamericano de los años 30 y 40. Obsesionado por esta mirada pulp y retro del futuro en el Art Deco, comienzan a aparecérsele “fantasmas semióticos”, fragmentos de imaginaria popular y clichés sci-fi como gigantes zepelines aerodinámicos. El antídoto prescito para superar estas visiones pasa por horas de visionado de televisión, soap operas, porno y demás basura. Todo menos sci-fi.
Con este cuento, de arraigada influencia, Gibson introdujo como nadie antes una reflexión crítica e irónica sobre el modo de representación del futuro en la ciencia ficción de posguerra.

Se pueden encontrar otras referencias a este cuento en este mismo blog. Desconocía sin embargo esta realización cinematográfica, que ahora cuelgo.