9/16/2017
9/12/2017
Fortunas de la llamada estética relacional
Pocas categorías artísticas han alcanzado
tanto éxito y han sido a su vez tan denostadas en estos último veinte años como
la Estética Relacional. En España, la Estética Relacional (en adelante ER)
tiene mala prensa o, por el contrario, se la ha considerado como una llave en
el desarrollo y modernización de algunos museos de arte contemporáneo. El
énfasis en esta “llamada” ER pone el acento en su denominación como una marca o
sello en la época en la que los grandes estilos y movimientos son cosa del
pasado. Habría que retroceder a los setenta y ochenta para encontrar tendencias
que en su transición de la modernidad a la posmodernidad ingresan en la
historia del arte canónica. En plena posmodernidad, toda novedad a perdurar
encuentra el límite de su propia temporalidad y duración. Parte del éxito, y a
su vez del fracaso, de la ER se encuentra en esta nostalgia de la historia del
arte como un continuo cartografiable en medio del caos en que se ha convertido
el arte contemporáneo globalizado (desde los noventa hasta el presente). A esto
habría que sumar la restitución del comisariado y el curating de la anterior historia del arte.
Desde comienzos del 2000, la ER ha sido
objeto de distorsiones, contradicciones y malos entendidos. El significado que
la acepción tiene para mí es, antes que una “estética” o un estilo artístico o
modo “relacional” de relaciones humanas que sean intersticios o se pretendan
alternativas, una categoría periodizadora de un momento histórico concreto: los
años noventa. No deseo revisar aquí el famoso libro del crítico de arte y
comisario Nicolas Bourriaud, Esthétique relationnelle
(publicado en 1998 por Les Presses du réel, una casa de ediciones vinculada al
centro de arte Le Consortium de Dijon), sino contribuir a tejer una
intrahistoria.
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