Rohmer sobre la cultura en Francia |
No es éste un espacio donde tenga costumbre hablar de políticas culturales locales ni regionales. No lo haré sin antes invocar esa película de Eric Rohmer, El árbol, el alcalde y la mediateca (1993) que vendría a constituirse aquí en parodia del devenir cultural de algunas ciudades. El alcalde desea implantar una mediateca en un pueblo rural para evitar que sus habitantes emigren a la gran urbe. Un árbol milenario es el sacrificio que se ofrece, en un devenir de líos de política rural, amantes, arquitectos y defensores de la vida en el campo. La cultura de provincia, como lo demuestra esa trama discursiva tan francesa como las médiathèques, es un fenómeno universal. El provincianismo, el ruralismo, el regionalismo (no el “crítico” sino el “vulgar”) o lo que viene siendo la falsa conciencia de la periferia aspira al reconocimiento universal, a devenir internacional. Los modelos a seguir están siempre fuera de uno mismo, pero la fórmula que se pretende cocinar es siempre mejor, más compleja, más multidisciplinar, más contemporánea y sobre todo más internacional.
La cultura es ese cajón en el que se evacúa la mala conciencia de la clase política, porque además su indefinición hace que sirva para todo y para nada a la vez. Así, la cultura es el objeto de especulación más abstracto, la herramienta ideal con la que desbloquear y limar los antagonismos presentes en la sociedad. “La cultura es buena”, se dice, “toda sociedad necesita de ella”. En su nombre, comprobamos que prácticamente cabe todo. Cada una de las manifestaciones y acontecimientos que escapan a la definición de “trabajo” pueden ser, en determinadas circunstancias, cultura. Y esto es lo que se nos repite, una y otra vez.
Es necesario aportar datos, concretar, informar al lector. Esta última semana hemos sabido, a través del altavoz propagandístico oficial, que el centro Arteleku acogerá la programación del futuro Centro de Cultura Contemporánea, Tabakalera, en Donostia-San Sebastián, que ha pasado a perpetuarse en una especie de limbo mediático a falta de una realidad tangible.
Desgranarle al lector una breve historia de los avatares de este anhelado proyecto cultural equivaldría a prolongarme en farragosas anécdotas y no pocas páginas. Resulta interesante el cambio de dirección de los acontecimientos, pues se ha pasado de una situación en la que Tabakalera centralizaría en su matriz a toda la serie de instituciones culturales más pequeñas, a una prolongación artificial de la vida de esta mega-estructura a costa de aquel organismo vivo, que era Arteleku, que con anterioridad ha sido minado lenta pero progresivamente.
No hace mucho el artista Juan Luis Moraza utilizaba diferentes metáforas del cuerpo y los órganos vitales a la hora de explicar el porqué del fracaso del proyecto del centro cultural La Alhóndiga, a finales de los 80, en Bilbao, una de las más grandes utopías para devolver a la cultura su razón de educación y valor social. Se puede tener una serie de órganos de competencias disciplinares (que conformarían un cuerpo autónomo, único) alrededor de una única y centralizada estructura institucional, y aún así eso no garantiza que el cuerpo en cuestión sea un organismo vivo que pueda caminar por sí mismo pues lo que en última instancia tenemos no es sino un conjunto de fragmentos aislados incapaces de conectarse entre sí y aspirar a una totalidad. Algo del estilo decía Moraza. Metáforas similares pueden rescatarse ahora, más cuando los políticos repiten constantemente que el “corazón del proyecto” está latente. ¿Pero cuál es este corazón? La secuencia es la siguiente: se ofreció la autonomía e idiosincrasia de un centro de arte como órgano (a modo de donante), a un macro-organismo que estaba auto-constituyéndose (a modo de receptor) y, ante la incapacidad de éste para madurar, para ser, ahora se pretende inocular este virus en el cuerpo enfermo que previamente había sido objeto de la extirpación.
Mientras esta respiración asistida se consumaba, la polémica se ha centrado en la disputa entre los partidos políticos ante la posibilidad de que los cimientos y espacios adyacentes de Tabakalera de destinen para integrar la estación del TAV (Tren de Alta Velocidad) y la de autobuses. La cualidad de “infraestructura” de Tabakalera ahoga su condición de “proyecto cultural” en una trama urbana donde la reordenación de otras infraestructuras como la intermodal de autobuses y la estación central del TAV están en juego. La fricción entre cuerpos extraños genera movimientos sísmicos en la rivalidad política, la especulación urbanística a la vez que se repite que el proyecto cultural sigue siendo lo primordial, sea cual sea éste. Posiblemente esta defensa acérrima de la “cultura” deje en una anécdota más esta hipotética hibridación. Una visión distópica del futuro podría hacer que el centro cultural acabara siendo estación de ferrocarril, invirtiendo de paso aquella otra realidad de un entorno próximo, Vitoria-Gasteiz, cuando sobre la antigua estación de autobuses se erigió el actual ARTIUM-Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, explicando así el soterramiento de las salas expositivas.
En el anecdotario provincial hay otras “perlas”, como esa que, alrededor de la necesidad de auto-financiación de los equipamientos culturales actuales en aras a hacerlos sostenibles en estos tiempos de crisis, se presentan los usos del “nuevo” Museo de San Telmo. Antes de conocer siquiera el programa expositivo y los contenidos se dice que se alquilarán parte de las salas a actos, como reuniones empresariales, cócteles, cenas de gala, conciertos, reportajes fotográficos y rodajes publicitarios aunque, quizás para mantener intacta nuestra conciencia de contribuyentes, también se indica que se descartan ceder espacios para la celebración de bodas, con el objetivo de preservar “la línea editorial” del museo. Sin ambages, el plantearse siquiera la posibilidad de que un centro cultural, ¡una institución pública!, acoja bodas deja en evidencia que la “cultura” se ha alejado definitivamente, en un ejercicio de perversión inimaginable, de su verdadero significado, si es que alguna vez tuvo alguno. Boutades aparte, el cuadro resulta cuando menos sintomático. Con los equipamientos culturales y los museos de arte contemporáneos inaugurados al calor del Guggenheim Bilbao, la fuerza centrífuga ha acabado invirtiéndose. Ya no es que expresamente los usos culturales dejaran espacio libre para otros usos comerciales y de representación económica y social dentro de la ciudad, sino que ahora, esas son de entrada las utilidades potenciales, muchas de las cuales pertenecen al ámbito privado y corporativo, a la que las equipaciones tienden. Lo que es lo mismo, el museo como espacio (democrático) para todo, y finalmente, para nada. Cada vez es más difícil encontrar una institución que sea gratis y que a partir del solapamiento de distinto capital simbólico se erija en un espacio de educación y reflexión, iba a decir para la “ciudadanía”, hasta que me he dado cuenta la instrumentalización que de lleva a cabo en su nombre.
El tercer y último capítulo de esta política local se sitúa en las negociaciones que se están llevando a cabo, -con mediadores e interlocutores entre las partes de por medio- entre las instituciones públicas, Diputación Foral de Gipuzkoa y el Gobierno Vasco, con la familia del escultor Eduardo Chillida a fin de buscar una solución al actual cierre de Chillida Leku. Se informa al lector a través, una vez más, del mismo altavoz, que estas dos instituciones planean comprar la totalidad de las esculturas del parque por 80 millones de Euros, pasando la titularidad del ámbito de lo privado, como lo era hasta el cierre, a la pública. Aunque todo esto daría para mucho más de sí, quisiera destacar las palabras del representante de la familia, cuando afirma que la tasación realizada por el Gobierno Vasco representa “la mitad de lo que valen las obras que hay en el museo en el mercado. Lo que hace falta es ver las condiciones que se van a establecer y qué control vamos a mantener”, y también “ochenta millones es la mitad de la cifra en la que está tasada la colección en su totalidad”. Merece la pena fijarse en estos argumentos sobre el valor económico del conjunto y pretender además seguir teniendo el control sobre los contenidos o que, como repiten, no se traicione la memoria del padre.
La ideología del mercado es una ilusión, pues se asienta en una virtualidad que es el precio del mercado, y que existe solamente en el hipotético caso de que, de golpe la totalidad fuera subastada e intercambiada por su valor monetario. Cosa improbable. Como se sabe, buenamente de esto no es factible, se opta entonces por reducir el valor del conjunto a la mitad, debido a que la fragmentación imposibilitaría el mantenimiento de la tasación de la totalidad. De 160 a 80 entonces, y en paz, parece decir una de las partes, y a pesar de ello se complace en repetir dos, dos veces que están cediendo de buena fe, en un acto de generosidad. Este es un falso argumento, pues obliga a las instituciones a pagar un hipotético precio de mercado aunque sea a la baja pero sin un mercado de por medio, es decir, en una operación directa entre las partes contratantes. Conviene recordar algunas cifras. Se estima que lo que costaría el Guggenheim Urdaibai serían 133 millones de Euros (según la iniciativa de la Diputación de Bizkaia), y ésta es una cantidad que el Gobierno Vasco no está dispuesto a asumir. Es decir, la implantación de una estructura nueva en su totalidad costaría eso. The Matter of Time, de Richard Serra, producida y acto seguida comprada por el Guggenheim Bilbao tuvo un precio de 20 millones de dólares (13 millones de Euros). ¿Cómo es posible soltar la friolera cantidad de 80 millones de Euros en adquirir una serie de esculturas de gran tamaño y no quedar paralizado por lo que eso supone? No hace falta hablar de lo que esa cantidad supone en el ámbito de la empresa y la industria en la actual coyuntura. Más si cabe teniendo otros proyectos culturales “estratégicos” (como el propio Tabakalera, o las también llamadas Fábricas de Cultura en Bizkaia y demás) en pleno proceso de conformación inestable. Lo que ocurre es que la simple adquisición de las obras, con o sin el propio valor del suelo, no solucionaría prácticamente nada. Un desembolso semejante dejaría maniatadas a las instituciones, pues además de tener que reflotar una empresa familiar deficitaria tendría que mantener un presupuesto anual fijo en manutención, salarios y programación, siempre y cuando fuese posible programar en ese espacio “sagrado”. La tentación de otorgar al museo de otros usos más allá de la figura de Chillida supondría anular los intereses de la familia, pero además, la posibilidad de hacer algo “fuera” de Chillida no garantizaría un mayor número de visitas, pues el espacio no está capacitado para alojar ninguna otra clase de exposiciones y programación al margen de cual pudiera ser ésta, entrando en la desustanciación de aquello que hace de Chillida Leku su razón de ser: la propia obra del artista alojada en el caserío y diseminada por el parque. La solución inversa, la de hacer exposiciones temáticas alrededor del artista, es ya lo que se ha venido haciendo desde el comienzo, estirando ad infinitum sécula seculórum el legado del padre. Una inagotabilidad que además se replica en el propio mercado, pues los Chillidas están siempre disponibles, siempre hay, sorprendentemente, Chillidas, y en todos los tamaños. Si a pesar de los miles de visitas que acuden a Chillida Leku, éste es deficitario, no queda claro cuál sería la fórmula mágica que el paso de lo privado a lo público haría del centro algo sostenible y viable económicamente. ¿Acaso un redimensionamiento? ¿Acaso soluciones basadas en una ecología de los medios empleados? En realidad lo que se plantea es un chantaje que tiene como contrargumento la imagen de la propia ciudad de San Sebastián así como los correspondientes departamentos de turismo. En lugar de seguir manteniendo la propiedad y acometer una reforma estructural global (en la que, por qué no, pudieran entrar como socios las instituciones de manera proporcional) se propone una completa transacción, dando pábulo a la falsedad de que Chillida, el artista más ilustre, no es querido en su propia tierra, a la vez que Sotheby’s y Christie's dan cuenta de la cotización de la obra del artista. ¿Acaso no se podría dar la vuelta a esto y ver las razones por las cuales no se produce una donación por parte de la familia a lo público tal y como han hecho otros artistas? En medio de todo esto, se me había olvidado decirlo, y como telón de fondo, objetivo prioritario, San Sebastián aspira a convertirse en la Capital Cultural Europea en 2016.
La torre de Atocha se levanta por encima de la ciudad deviniendo en un ojo que todo lo ve aunque muchos preferirían no verlo jamás. |