1/26/2018

1/19/2018

Villa Planchart. Gio Ponti (1953-1957)


Villa Planchart, del arquitecto italiano Gio Ponti, construida en Caracas, Venezuela, en un proceso que comenzó en 1953 y concluyó en 1957, es una casa-vivienda cuya historia ejemplariza la relación cliente-arquitecto. Una villa en la que la narración alcanza un punto determinante en su ser; una villa-relato que comienza en 1953 cuando el Armando y Anala Planchart visitan Milán y deciden encargar una vivienda a Gio Ponti. Como pareja amante del arte y la arquitectura, la pareja se había fijado en un proyecto del italiano en la revista Domus, que el arquitecto fundo en 1928 y dirigió hasta su muerte. El deseo era una vivienda bajo el principio constructivo de la modernidad. Tratándose de un acaudalado matrimonio con negocios en el sector de la automoción, Milán debía ser un destino tanto empresarial como cultural. Cuando Ponti recibió a la pareja les hizo allí mismo en la oficina un boceto un tanto disciplente que fue rechazado por Anala. Los Planchart quería algo muy concreto, una casa abierta con vistas a El Ávila. Surgió de ese modo una estrecha relación de trabajo primero, y de amistad después, que se fraguó en una conversación epistolar entre Milán y Caracas. 

De esta conversación salió esta obra de arte y una arquitectura que no solo refleja la personalidad del cliente hasta en los aspectos más íntimos y privados, sino que permite al arquitecto desarrollar todo su imaginario, desde la forma exterior de la villa, el mobiliario, la decoración interior y la cubertería. De esta alianza nace el logotipo invertido de las dos As (Armando y Anala) que forman un diamante. La forma del diamante, el rombo y otros signos astrológicos sirven para que Ponti ponga en marcha sus cinco sentidos y una imaginación desbordante en cada detalle. En esta obra Ponti emerge como un arquitecto-artesano-artista. La entrada a la villa incorpora esta simbología de proceso continuo de la naturaleza; techumbre que filtra el agua al estanque que desborda.


Los muros flotantes, como pieles, rebasan los límites perimetrales dando una sensación de ligereza y movilidad (una línea de luz durante la noche amplifica esta impresión). Uno de los aspectos más llamativos, no perceptibles en estas fotografías, es la composición del material de la fachada. Se trata de un teselado o mosaico de pequeñas piezas trabajadas irregularmente en la superficie de manera que genera un textura física y visual indescriptible. El mosaico o teselado es algo que forma parte de la estética de la modernidad caraqueña como se puede comprobar en la Universidad Central de Venezuela y en otros lugares de la ciudad. Hay una diferencia entre el funcionalismo de la Universidad, su pragmatismo típico del Movimiento Moderno, su fidelidad incluso, y la sensualidad de este trabajo que encaja mejor en una definición estética más propia del Modernismo tardío. Mientras que la Universidad, inaugurada en la misma década, es una elaboración moderna aplicada en todo su esplendor en una fecha tardía, la construcción de Ponti encaja de lleno en una necesidad de ir más allá de los preceptos de los maestros Mies y Corbu. Ambas construcciones, sin embargo, encuentran su razón de ser en el proceso de modernización capitalista del país en ese periodo. Una modernización que junto a autopistas y grandes infraestructuras permitió, al mismo tiempo y sin contradicción, obras de arte en forma de arquitectura que no excluye el elitismo: joyas como ésta. Es la función del arte de la época de Calder a Soto, la que de alguna manera sutura los límites entre lo público (de la Universidad) y lo privado (los Planchart). 






Como decía, resulta difícil capturar fotográficamente la villa. Para una observación del interior se puede recurrir a otros artículos y reportajes de la villa en Internet. Sin embargo conviene señalar la importancia de los muros interiores policromados y el color en su conjunto (por no hablar del patio interior que recoge el agua de la lluvia, mientras que por la noche, permite observar las estrellas con un recogimiento único. El arquitecto aquí realiza diferentes pinturas (formas geométricas sensuales sobre mesas, encimeras, azulejos, paños de color, etc.)


Otro elemento destacado es el gran trabajo de artesanía en el interior, por ejemplo los suelos de mármoles irregulares con juntas raseadas en un ejercicio de virtuosismo difícil de ver. El mármol fue enviado desde Italia y todo un equipo de artesanos establecidos en Caracas trabajaron en este y otros materiales de la casa. Hay que tener en cuenta que en la década de 1950 Venezuela recibía gente de todo el mundo (de Europa principalmente de Italia y España), y con ello, talentos artesanos especializados en tradiciones y culturas locales. Venezuela ha sido tradicionalmente una tierra de bienvenida e integración: los europeos, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, prosperaron al participar en la campaña de modernización del país. Al igual que los refugiados económicos de los países vecinos. Puede decirse sin rubor que esta obra únicamente pudo hacerse en este país, pues recoge una serie de singularidades que la hacen especial: una modernidad singular.

Esta sensualidad en los materiales y en su trabajado hace que venga a la mente otro italiano, Carlo Scarpa, quien no por casualidad diseño el Pabellón de Venezuela en Il Giardiani de Venecia en la misma época, 1956. Todo encaja. 

Otro elemento destacado es la importancia dado por Gio Ponti al display. Él, que había concebido la Paretta Organizzata como un módulo de diseño donde poder recombinar artefactos culturales de modo indefinido, piensa en la casa en los mismos términos. Hay detalles, en la cocina por ejemplo, que son verdaderas formas de display. El juego está presente por doquier. El placer también. Hasta los sistemas de iluminación pueden verse como marcos donde interactúan formas, colores y objetos (cristales y vidrios). 







Esta imagen (lamentablemente cortada por arriba, techumbre en voladizo) recuerda a la silueta de la capilla de Ronchamp de Le Corbusier. Hasta ahí el paralelismo: el parecido cutáneo. El resto es sensualidad. 


1/09/2018

The Disaster Artist (2017) dirigida por James Franco





El artista desastre es una especie que existe antes de que seamos capaces de apercibirlo. En el cine, sin embargo, es a menudo la producción la que atenúa las incapacidades del artista desastre. La película de James Franco tiene la capacidad de confrontar el talento junto con el deseo para hacernos ver que solo con lo último no es suficiente. He aquí una oportunidad para el lucimiento de Franco, quien en su faceta actor-performer ha adquirido un lugar propio en el star-system del cine. Como es sabido, esta película trata sobre el fenómeno The Room, la que está considerada por la crítica como una de las peores películas de la historia que, de tan lastimera, ha adquirido un estatus de filme de culto. The Disaster Artist es la historia de Tommy Wiseau, la persona detrás de The Room, así como el actor Greg Sestero, quien en un libro homónimo relató la experiencia de filmación de la infame película convertida en famosa. El punto fuerte de The Disaster Artist es precisamente Tommy, interpretado por el propio James Franco en un ejercicio de personalismo que enfatiza su lado de “proyecto personal”. La personalidad excéntrica y carismática de Tommy es un imán para Sestero (interpretado ahora por el hermano de James Franco, Dave). Este duelo interpretativo entre los hermanos Franco, James y Dave, coloca la realización en un juego familiar entre autoridad y fidelidad, seducción y traición, devoción y una especie de fascinación por el hermano mayor. La interpretación aquí es entendida como actuación, acting. Nos encontramos ante una metaficción sobre la actuación y sobre el oficio de ser actor. La actuación sonrojante en The Room, y todo lo que rodea su filmación, añade una plusvalía a recuperar: realizar una buena película a partir de una mala. El personaje real de Tommy Wiseau es demasiado bueno y  demasiado fuera de toda onda. Es ahí donde James Franco se emplea a fondo y sus intereses en el arte de performance adquiere consistencia. The Performer Artist, habría que añadir, como coletilla a un filme que sin el aura del gran cine es capaz de hacernos reflexionar sobre las pasiones de la fauna que habita el imaginario de la fábrica de los sueños.

  
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