12/12/2021

RESEÑA: Zeros and Ones (2021), Abel Ferrara

 




Nada en el último Abel Ferrara es lo que parece. Mirando el cartel y el tráiler de la película uno podría pensar que el maldito entre los malditos de los cineastas ha cedido a la industria con un thriller de espías por Navidad. Es muy posible que Ferrara se ha despreocupado de todo eso para retener su derecho más fundamental como artista, responsabilizarse del montaje y de la forma final de su producción. El resultado es un radical “artefacto cultural” donde no sabemos a dónde nos dirigimos, y tal vez el propio cineasta tampoco lo sabe. De entrada, se trata de una película pandémica rodada en mitad de la pandemia. La sinopsis es un mero pretexto sobre el que establecer los temas siempre le han interesado: infección, religión, expiación y culpa. Un militar norteamericano apodado J.J. (Ethan Hawke) está inmerso en una rara trama conspiranoica en una Roma confinada mientras trata de averiguar el paradero de su hermano (interpretado por el propio Hawke), a quien se le describe como un revolucionario, como un comunista y un anarquista. A partir de esta línea mínima, Ferrara despliega una errática escritura cinematográfica cámara en mano por una desasosegante Roma vaciada y angustiosa. La escena inicial, pautada con un elegíaco solo de guitarra de Joe Delia, establece el tono. Oscuridad, miedo y extrañeza. 

Lo que Ferrara ausculta es nuestro mundo, el cual, antes incluso de la pandemia de la COVID-19, se ha revelado como un lugar extraño e inhóspito. Un mundo donde la militarización y el poder dominan nuestros movimientos, nuestros deseos. Post-Assange y post-Snowden, Ferrara indaga en la tecnología como vector dominante del apocalipsis. En su libro La estética geopolítica. Cine y espacio en el sistema mundial, Fredric Jameson proporcionó un nuevo nombre para el “cine político”, describiéndolo como “cine de conspiración y paranoia”. En un mundo globalizado, las corporaciones globales devenían en nodos para cartografiar el sistema-mundo (o el capitalismo multinacional o tardío). Abel Ferrara añade a ese no-género de una perspectiva biopolítica acorde con los tiempos actuales. Éste es cine político y militante al nivel de la forma tanto o más al nivel del contenido. Cine de guerrilla, cine de urgencia en digital, sin importar la calidad de imagen. 

El dualismo del personaje de Hawke plantea la dicotomía entre el soldado/militar y el militante/revolucionario o hacker. “Jesús era un soldado”, se dice. La paranoia mundial gira entonces sobre la hegemonía norteamericana y la Rusia de los magnates del lujo, o la hegemonía del cristianismo vs el terrorismo islámico. El complot para explotar el Vaticano es real o es una alucinación. ¡Qué importa! En un plano concreto se alude al 11-S tal vez como el inicio de una nueva era de derrumbe. Lo que trasluce es el mal no solo como amenaza latente, sino también como plaga bíblica. En un momento crítico, el interrogatorio al hermano revolucionario, éste lanza un “esta máquina mata fascistas”, una clara alusión al eslogan de Woody Guthrie y su guitarra en los años cuarenta. 

La pandemia no hecho sino acrecentar la dimensión biopolítica del control de los cuerpos en un mundo cada vez más militarizado y videocontrolado, en el que las corporaciones tecnológicas venden nuestros datos privados a Estados y a otras corporaciones. Es el ascenso de “la clase vectorialista” (Mckenzie Wark) al servicio del control (ejemplarizado en lo militar). La estampa que aquí se describe es la habitual en accesos, estaciones de tren y parques en París, Londres y Roma, patrullas altamente militarizadas como parte del paisaje urbano habitual. 
Los ceros y unos del título aluden a la información del código binario y también informacional. Los ceros y unos digitales de la abstracción del capital financiero; los positivos y negativos del virus; blanco y negro; noche y día, el bien y el mal. Pero además ahí se muestra una latente Guerra Fría entre bambalinas. Más que con armas y con ejércitos, La guerra contemporánea es una guerra del control de las imágenes, del relato de las mismas. Es por ello que el personaje de Hawke porta siempre una cámara con la que graba, los teléfonos graban imágenes sin parar y de esa información depende que el mundo se salve. 

Pero Zeros and Ones es político al nivel de la forma más que del contenido. Explora esa cualidad de la forma que es la superficie, la textura de las imágenes. Esta insuficiencia de la imagen digital (que ya ha sido explorada por el último Godard, entre otrxs), le sirve para penetrar en la materialidad de la imagen técnica, adentrarse en su abismo. Imágenes texturadas, subexpuestas, granuladas, pantallas e interfaces que transmiten, reflejan, una realidad encantada. Un presente oscuro e impredecible. Esta textura de la imagen técnica es una materia viscosa que entra permea en nuestros cuerpos. Esta dimensión biopolítica de la imagen técnica se ha probado en la pandemia más acuciante, cuando el contacto humano es visto como peligroso y evitable, como infección. Los gobiernos comienzan ahora a tejer un nuevo paradigma de control sobre los cuerpos, sociedades contactless. Esta es la realidad que nos espera.

Como se nos dice en el epílogo del filme (a cargo del propio actor Etham Hawke), es posible tener dos ideas contrapuestas del mundo y que ambas sean verdaderas. Una puede ser una idea negativa y la otra positiva. Y de esto trata la película. Porque después de la noche, como si todo hubiera sido un mal sueño, una pesadilla, aparecen las primeras luces del día y con ellas la vuelta a la vida, los pequeños rituales mañaneros, los pájaros sobrevuelan el cielo y nos dice que a pesar de todo, estamos vivos. Y he aquí que aparecen algunas de las imágenes más bellas filmadas en el cine contemporáneo y que se detienen, con una ternura sin parangón, con el plano desde atrás de la propia hija pequeña del cineasta. El bien gana una vez su batalla al mal.