Esta historia oral sobre Joy Division que ahora nos entrega Jon Savage ha debido estar fermentándose lentamente desde al menos hace cuarenta años. Su sabor es el de aquellos licores que con el tiempo ganan en aroma y “cuerpo” y se degustan a sorbitos. El principal “cuerpo” de la historia está ausente, y éste no es otro que Ian Curtis. Sin embargo, en todo este tiempo, Manchester lamenta la ausencia de otros grandes protagonistas de esta historia de la música ya legendaria, empezando por ese empresario un tanto excéntrico que fue Tony Wilson (+ 2007); también Rob Gretton, manager de JD/NO (+ 1999), o el productor Martin Hannett (+1991), entre otros.
No puede entenderse la emergencia de JD sin el anhelo de sobreponerse al paisaje deprimente de Manchester en aquellos días, en el que, según C.P. Lee “había un ambiente gris que podía asociarse con la eliminación de casas adosadas de ladrillo rojo y su recambio por aquellos gulags de hormigón, una sensación de desesperanza que encajaba con las aspiraciones de la época”. La música de Joy Division supuso una banda sonora para días grises en futuristas fortalezas de hormigón armado antes de que la depresión fuera la antesala de su posterior revulsivo hedónico, Madchester.
Junto a Ian Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris, otros testimonios son los de Peter Saville, diseñador responsable de la imagen de las portadas de los elepés y cofundador de Factory; los fotógrafos Kevin Cummins y Anton Corbijn; Richard Kirk de Cabaret Voltaire, la viuda de Curtis, Deborah Curtis, (en ese caso se trata casi siempre de fragmentos de su libro Touching from the distance lo cual da a entender que Savage no pudo entrevistarla o ella decidió pasar página con aquel libro), y Annik Honnoré, la belga de la que se enamora Curtis precipitando el suicidio de éste. Especialmente relevante es el modo en el que, a lo largo del relato oral, se describe el nacimiento de una “escena”. Para tal menester hace siempre falta la contribución de un número de agentes implicados en distintas fases de la producción y la posterior distribución y consumo. Tony Wilson aparece aquí como una especie de Malcolm McLaren mancuniano, y resulta plausible la hipótesis que sin Wilson Joy Division no hubiera nunca existido, pero también que, sin JD, nada de aquello hubiera germinado. Antes que un sello, Factory fue un lugar de conciertos, The Factory, obra de tres socios fundadores, el propio Wilson, Alan Erasmus y Saville, quien realizara el conocido poster inaugural en 1978. El nacimiento de Factory Records no fue con Joy Division, sino con un disco de Viny Reilly titulado The Return of the Durutti Column. Ya aquí Wilson mostraba su cultura y querencia por Guy Debord y el punk junto con una más que clara visión empresarial.
Igualmente importantes en esta “escena” fueron el mánager Rob Gretton, el crítico musical del New Musical Express Paul Morley, y sobre todo Martin Hannett. Éste emerge como una figura pivotal pues el sonido que conocemos y admiramos de Joy Division se le debe a él ya que, sin su “edición”, JD no hubieran tal vez pasado de ser un buen grupo, sin más. Peter Hook y Bernard Sumner recuerdan que no les gustaba nada el sonido de Unknown Pleasures, pues en directo sonaban más duros, más rock, mientras que en el álbum estaban como “editados”, o excesivamente sometidos a los deseos de Hannett. “Me dio la impresión de que obedecían a Martin de manera increíble. Parecía como si fuera una cosa de Martin Hannett, y ellos hacían lo que él les pedía” (Daniel Meadows). Esa limpieza y claridad en el sonido prefiguraba la inmediata entrada de la batería electrónica en “She is Lost Control” y los teclados en “Love Will Tear Us Apart”, es decir, algunos de los grandes detalles que hacían de JD lo que eran.
Joy Division, fotografía de Anton Corbijn
Este mito “en construcción” tiene su propio mártir, Ian Curtis. Uno de los héroes caídos de la historia del rock cuyo baile y puesta en escena hacían incluso dudar al resto de la banda si estaba teniendo un ataque epiléptico en directo o simplemente estaba siendo él mismo. Curtis aparece como todo un artista, alguien que deseaba abandonar la música para irse a Bélgica a abrir una librería, tal vez escribir un libro, todo un poeta del rock y responsable de la imagen escénica de JD y de todo el poso existencial de sus letras, entre referencias a Ballard, Burroughs y Herzog. (Especialmente interesante es el encuentro entre Curtis y Burroughs durante el concierto del Plan K de Bruselas organizado por Annik, en donde el escritor Beatnik ofrecía una conferencia).
La manufacturación de aquella “escena” implicaba no poca artesanía del estilo. Joy Division, quienes al principio se hacían llamar Warsaw, empezaron vistiendo un batiburrillo de cosas de segunda mano para poco a poco ir despojándose de adornos, adoptando el que sería el canon post-punk de rigor, una mezcla estricta de colores lisos, sobrios, camisas con bolsillos y con sentido práctico. La “fascinación” por Alemania nazi y por la Segunda Guerra Mundial, cuyos efectos no vivieron directamente pero sí a través de la generación de sus padres y demás familiares, aparece en Ian Curtis y sobre todo en Sumner. Esta imaginería nazi se prestó a más de una “mala interpretación”, como debe en cualquier apropiación subcultural que se precie.
Ahora instalados en el panteón de la historia del rock y, como estandartes de llamado post-punk, este libro sirve para comprobar el efecto del ethos del punk. Por un lado subyace una condición de clase obrera (más que una conciencia), y resulta especialmente divertido comprobar lo impulsivos e infantiles que Hooky y Sumner podían ser en aquellos primeros días, como chiquillos trasteando sin parar en una aventura llamada rock and roll aunque también capaces de patear la cabeza a cualquiera. Aquellos días adolescentes aunque solemnes en lo musical acabaron con el suicidio de Curtis para, de golpe, hacerse adultos en New Order.
Ese ethos del punk se reflejaba especialmente en el “hazlo tú mismo”, aprende a tocar los instrumentos por ti mismo, a cantar por ti mismo, etcétera. Pero sobre todo, haz y no pienses en las consecuencias de ese hacer. Por esto JD/NO son el paradigma de una actitud donde la ambición no cuenta como algo calculado y diseñado, sino como una suma de talentos cada cual con su personalidad. No hablar de hacer algo, sino permanecer en silencio y, simplemente, hacerlo. El libro termina con esta frase del batería Morris que define a la perfección el espíritu de Joy Division/New Order:
Stephen Morris: ¿Por qué decidimos seguir adelante? Bueno, simplemente seguimos adelante, nunca pensamos, ‘¿Deberíamos seguir adelante o deberíamos dejarlo?’. Fuimos al funeral, fuimos al velatorio en Palatine Road, y fue ‘El lunes, nos vemos el lunes’, eso fue todo. Hasta el día de hoy nunca nos hemos sentado a hablar y decir: ‘Bueno, haremos esto y haremos esto otro y haremos esto también’. Simplemente empiezas a hacerlo y esperas que salga bien, porque esa es nuestra manera de ser.
En resumen, se trata de otro libro ejemplar de ese magnífico escritor que es Jon Savage. Un libro que, me atrevería a decir, puede servir tanto a la mitificación como a la desmitificación.