“La memoria es una imagen del futuro”
aparece sobrescrito al comienzo de Labo
(2019), un documental de Jesús Mª Palacios. En apenas catorce minutos este
filme irradiante describe el estado actual de la Universidad Laboral de
Tarragona, inaugurada en 1956 con el nombre de Francisco Franco y por la que
han pasado distintas generaciones de estudiantes. Se trata de una pieza sobre la
historia, que ésta ahí, al alcance de una mirada dialéctica. Documental y
cortometraje, Labo es también un filme
de archivo que rescata metraje y documentos, los cuales se revelan en toda su
actualidad punzante. Rastros en el paisaje y la arquitectura al lado de
PortaAventura.
Con un ritmo y un diseño de sonido
tensionado, Palacios crea una angustia in crescendo mientras descubrimos las
estancias, los parterres, las instalaciones, aulas y comedores que una vez
acogieron a chavales llamados a ser clase dirigente o proletariado al servicio
de la patria. El uso (justificado) del blanco y negro nos sitúa en un presente
que es pasado; como espectadores debemos interpretar si se trata de fotos fijas
o grabadas en vídeo, imágenes de archivo o del presente. La voz del actor Josep
Maria Pou, ex alumno de la Universidad, leyendo el discurso de bienvenida del
Ministro de Trabajo, Girón de Velasco, a los estudiantes admitidos resulta espeluznante. Labo retrata una de las muchas
Universidades Laborales que el Régimen erigió por toda España como institución
garante de la ideología, nacional y católica, del Estado. La diferencia de esta
Universidad del resto estaba en la modernidad empleada, tanto en la
arquitectura como en el arte. Éste es uno de los principales temas en el
documental, a saber, las relaciones entre arquitectura e ideología.
A comienzos de los años cincuenta el Régimen
franquista hace un giro en su política internacional, tratando de mostrar el
mundo el punto en el que al desarrollismo económico le sigue una imagen de
renovación y modernidad. La arquitectura moderna sirve a esta nueva imagen. Concebida
en 1953 y concluida a la carrera sólo tres años después, la Laboral de
Tarragona clausura la tendencia del Régimen de asociar su ideario con el
clasicismo renacentista de la que El Escorial era el modelo. A diferencia de la
Universidad Laboral de Gijón del arquitecto Luis Moya, en Tarragona se aplicaron
los ideales del Movimiento Moderno recogidos en la “Carta de Atenas” (1931).
Esto es, un modelo funcionalista que recogía la teoría de las ciudades jardín y
la disposición de los edificios aislados y rodeados de zonas verdes. En un
entorno arquitectónico ideal, el alumnado se encontraba en una ciudad con total
autonomía. La arquitectura se cumplía en tanto “programa”, un espacio donde
nada le falta al usuario: ropa deportiva, higiene, libros, ocio y demás. Este “programa”,
que podría asociarse al del socialismo en origen, lo es también del fascismo, y
especialmente fue así durante el llamado periodo de Entreguerras, especialmente
en Italia y España. Uno de los rasgos del fascismo español se caracterizó por
esta racionalización, o presencia del Estado sobre todas las cosas y todos los
órdenes de la vida. El lema “una grande y libre”. Sin duda, lo que sesenta años
después más llama la atención en la locución fascista que aparece en Labo son las palabras “proletariado” y
“clase obrera”.
Junto con la arquitectura, el arte. Uno
de los arquitectos del complejo, Manuel Sierra, convocó a los ganadores del
concurso para el ábside, la cripta y la estatuaria de la basílica de Aránzazu, esto
es, Carlos Pascual de Lara, Basterretxea y Oteiza, cuyas obras estaban entonces
paralizadas por el recurso del Vaticano, para integrar y decorar con su arte
los amplios espacios de la Universidad. Otros artistas vinculados a la
abstracción también fueron llamados y en mayo de 1956 se expusieron en la Sala
Recoletos de Madrid los proyectos, algunos finalmente realizados y otros no, de
un nutrido número de la vanguardia española. De nuevo las relaciones entre arte
e ideología se complejizan: la posibilidad de aportar artísticamente en un
contexto y entorno modernizado, ideal a los ojos de la vanguardia, aunque
social y políticamente reaccionario.
Toda esta intrahistoria, y mucho más,
aparece condensado en apenas catorce minutos. Sería hacía 2012 cuando recibí en
mi celular una serie de SMS de alguien no registrado en mi lista de contactos.
Era Jesús Mª Palacios, quien me enviaba unas fotos de pinturas de murales
preguntando si podían ser de Néstor Basterretxea. Confirmé una de ellas. Siete
años, como poco, ha tardado Jesús Mª en dar con la forma apropiada para Labo, todo un ejemplo de la conjunción
entre forma y contenido. Él mismo es autor de otro cortometraje, La casa vacía (2013), sobre la vivienda
y estudio que Basterretxea y Oteiza, junto a Luis Vallet, construyeron en la
Avenida de Francia en Irún a finales de los años cincuenta.
La parte final de Labo es de una gran belleza, pues pasa del pasado (de la historia)
al presente, en donde la transformación industrial no ha hecho sino alterar el
paisaje y su equilibrio natural. Jesús Mª Palacios permite lo que se les debe
de exigir a las obras de arte: que cada espectador saque sus propias
conclusiones, que cada cual piense por sí mismo.
Las palabras del arquitecto Emilio Varela
cierran la película:
Y ha quedado la piedra
silenciosa e inmóvil
Sin nombre ni signos
sin voz alguna ni significados
Testigo mudo de otro tiempo
lento y largo latido del espacio
Ahora señal de nada y nadie
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como al principio