|
Mark Fisher (1968-2017) |
ENTREVISTA CON MARK FISHER
“La única manera de tomar el control consiste en una
democratización de la política y el trabajo”.
Peio Aguirre
La
reciente publicación del libro de Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? (Caja Negra Editora,
2016), supone una sacudida teórica que nos informa de algunos de los males
agudizados a partir de la crisis bancaria de 2008 y la reorganización de los
poderes neoliberales para entrar en una fase de capitalismo más agresiva si
cabe. Fisher, crítico musical y escritor británico, recurre a un conjunto de
ejemplos culturales salidos de la televisión, el cine, la literatura y la
política para trazar los principales rasgos y mecanismos del realismo
capitalista; el desmantelamiento de los servicios públicos, la cultura del
consumo, la expansión de la burocracia al sistema educativo, y los desordenes
de atención, el estrés y la depresión que incapacitan al sujeto individual para
cualquier capacidad de agencia colectiva. El famoso eslogan de Margaret
Thatcher, “No hay alternativa”, al neoliberalismo económico y el libre mercado,
sirve a Mark Fisher para trazar el recorrido del realismo capitalista. En esta
entrevista le hemos preguntado por su libro de amplio recorrido que ahora se
presenta en una cuidada edición.
Peio Aguirre: Esta traducción de Realismo
capitalista. ¿No hay alternativa? (libro publicado originalmente en 2009)
se produce en un clima político global de extrema confusión. ¿Cómo ha cambiado
el mundo en este lapso de tiempo? O mejor todavía, ¿cómo definir sintéticamente
al lector en lengua española que es el realismo capitalista?
Mark Fisher: Siempre digo que el realismo
capitalista es más fácil de identificar que de definir. La manera más sencilla
de definirlo es la creencia de que no hay alternativa al capitalismo. Pero el
problema de definirlo de ese modo está en que no es –no al menos en lo principal–
una creencia que los individuos sostienen conscientemente. Es más como un campo
ideológico transpersonal, quizás más claramente manifiesto en la forma de un
tipo de aceptación fatalista en el dominio capitalista, una aceptación de que
las demandas del capitalismo neoliberal son “realistas” y, a la inversa, una
idea de que cualquier alternativa a esta forma de capitalismo es inviable o
impensable. Otro modo de pensarlo tiene que ver con un tipo de deflación de la
conciencia. El realismo capitalista es solo posible una vez varios grupos de
conciencia (la conciencia de clase; la conciencia socialista-feminista y
también la conciencia psicodélica de la provisional y plástica naturaleza de
cualquier cosa experimentada como “realista”) han sido suprimidos.
Escribí el libro cuando una forma de realismo capitalista
–el modo Clinton-Blair, establecido en los noventa y consolidado en los dos mil–
entraba en una crisis masiva. Desde entonces, hemos visto un modo más agresivo
de realismo capitalista, manifestado en los programas de austeridad impuestos
en el despertar de la crisis del crédito. Ahora hay signos de que esta segunda
fase de realismo capitalista se está ejecutando con problemas. Estas dos fases del
realismo capitalista dependían del posicionamiento de una “zona central”, un
sentido común alineado con los instintos de la élite corporativa y los
“expertos” financieros. La anterior zona central ya no se sostiene, se está
agrietando bajo la presión de la izquierda y la derecha. Los experimentos de izquierda
en Europa –de Syriza a Podemos a Jeremy Corbyn en el Reino Unido– están
soportando una presión extrema, y esto ha servido para subrayar el enorme poder
institucional que ha sostenido al realismo capitalista.
Peio: Recientemente
ha habido una serie de intentos teóricos por nombrar el sistema actual, como si
la propia categoría de posmodernismo o posmodernidad, como la lógica cultural
del capitalismo tardío tal como la definiera Fredric Jameson, ya no sirviera o
estuviera obsoleta. Se han acuñado los términos metamodernismo,
altermodernismo, etc. ¿Hay en tu obra una intención de definición sistémica o se
trata más bien de un trabajo ensayístico de corte subjetivo?
Mark: Bueno, veo el realismo capitalista
como la próxima fase del posmodernismo que Jameson analizó tan bien. El
realismo capitalista es una clase de posmodernismo naturalizado. Lo que todavía
era algo reseñable cuando Jameson avanzó por primera vez sus tesis sobre el
posmodernismo –la ubicuidad de los media capitalistas, la dominación de todas
las áreas de la vida y la conciencia por las categorías del marketing– es ahora
algo que se da por sentado.
Peio: La
educación y la burocracia son dos de los temas que abordas en tu libro, ambos
amparados en tu experiencia como profesor de instituto. Lo que en el fondo se
trasluce es una completa conquista de la salud mental por el capitalismo, de
los cuales la ansiedad y la depresión parecen sus síntomas más visibles... ¿Hay
alguna alternativa a sus efectos más inmediatos?
Mark: La
primera cosa a destacar aquí es que la ansiedad y la depresión no son efectos
accidentales o laterales del actual sistema. Un cierto nivel de ansiedad, un
cierto nivel de depresión; estos son altamente funcionales para la forma
dominante de capitalismo. La ansiedad es la inevitable respuesta a una
precariedad generalizada. Es tanto un arma del realismo capitalista y un fin en
sí mismo. La ansiedad es en sí misma incapacitante: individualiza y responsabiliza,
precisamente tal y como el neoliberalismo en general lo hace. A fin de
contemplar una alternativa a esto, creo que necesitaríamos cuatro
transformaciones fundamentales. La primera es un cambio de la precariedad a la
seguridad –una renta básica podría jugar un papel al generar este nuevo sentido
de seguridad, pero requeriría de cambios existenciales, un rechazo a la ética
del trabajo y un diferente ritmo de vida de aquella impuesta por el
ciberespacio capitalista.
El segundo cambio es un rechazo de los valores
neoliberales predeterminados. Como argumento en mi libro, el realismo
capitalista se impuso a través de lenguajes y comportamientos que se
convirtieron en una segunda naturaleza, prácticas y discursos aparentemente
vacíos y lleno de lugares comunes que sirvieron para normalizar los valores de
la empresa capitalista, y para hacer que cualquier alternativa a ellos –por
ejemplo los servicios públicos– parezcan pintorescos y anticuados. Desafiar y
desarraigar estos valores dados será fundamental si queremos salir de realismo
capitalista. La tercera cosa es la producción de un nuevo sentido de la
pertenencia. La izquierda habla de solidaridad pero la derecha ha sido mejor en
la producción de un sentido de pertenencia para sus seguidores, porque hace un
llamamiento a las formas confeccionadas de pertenencia (por lo general
nacionalismos reaccionarios) que se mantienen unidos por el odio hacia un otro
racializado. Tenemos que articular un sentido diferente, no identitario de
pertenencia, un sentido de pertenencia que tiene que ver con estar en un
movimiento. La cuarta cosa, y de ninguna manera la más insignificante, es un
movimiento hacia la democracia en el trabajo.
Uno de los tropos que ganaron el reciente referéndum
sobre la adhesión del Reino Unido a la Unión Europea para la campaña del
“Leave” fue “recuperar el control”. Por supuesto, esto se expresó en términos
nacionalistas, pero el lema resonó debido a la profunda sensación de privación
y la impotencia que muchas personas sienten en el Reino Unido neoliberal. Es
crucial que sigamos apuntando a las fuentes reales de esta impotencia: no los
extranjeros, sino el capital global. Es igualmente crucial que articulemos la
manera de poner las cosas bien, a través del desarrollo de la conciencia grupal
y la agencia colectiva.
Peio: He
visto tu libro colocado en la sección de “economía” en librerías
“especializadas” en pensamiento y cultura. Tu bagaje es principalmente cultural, en concreto, eres crítico musical. ¿Piensas
que se está produciendo una “culturización” de la política a la par que una
politización de la cultura?
Mark: Espero que no. No hace falta decir que la cultura es importante. Pero
gran parte de la izquierda organizada todavía pasa por alto el poder de la
cultura, la forma en que las luchas hegemónicas no solo pueden ser combatidas
en una arena política estrecha, sino en términos de lo que la gente consume, lo
que escucha, las identificaciones que forman y demás. Pero también hace falta
decir que una lucha que se lleve a cabo solo en el ámbito cultural no obtendrá
mucha tracción. Al mismo tiempo, sin embargo, la misma oposición entre la
cultura y la política no es especialmente útil. Es mejor decir que la
cultura empapa la política: ¿qué política podría decirse que tiene lugar
fuera de la cultura? Es mejor decir que la cultura
empapa la política: ¿qué política podría decirse que tiene lugar fuera de la
cultura?
Peio: Durante
la década pasada, tu blog k-punk fue la punta de lanza para una comunidad
crítica que discutía sobre música, teoría y también política. Hace poco escuchaba a alguien decir que
los blogs han sido un fracaso tan grande como los zepelines. ¿En qué lugares se
produce ahora mismo el disenso y la crítica, y cuales son las posibilidades de
los llamados nuevos medios?
Mark: ¿Han
sido los blogs un fracaso tan grande como los zepelines? Eso parece un poco
hiperbólico para mí sobre todo porque, como dices, gran parte de mi influencia
y reputación se construyó en la blogosfera. Solo podría decirse que los blogs
fueron un fracaso tan grande como los zepelines teniendo en primer lugar unas
expectativas exageradas de los blogs. Hay que reconocer que muchas de las
novedades más interesantes en la teoría y la filosofía de la última década –desde el
realismo especulativo al aceleracionismo– no habrían ocurrido sin
los blogs. En un momento determinado, los blogs proporcionan una velocidad de
discurso que no puede ser igualada por ninguna otra red de discurso. Al mismo
tiempo, las solicitudes de nuevos medios de comunicación se han vuelto desproporcionadas.
A menudo comparo la relación entre los nuevos y los viejos medios de
comunicación con la edad de un bebé que se aferra a un anciano artrítico, pues
no puede sostenerse sobre sus propios pies. En su mayor parte, sin embargo, si
las ideas desean tener mucha más tracción hegemónica, deben pasar a través de
los medios de comunicación “viejos”. Es obvio que sin duda ahora la hegemonía
implica claramente un mosaico de medios impresos, difusión-transmisión y medios
online, con las diferentes velocidades y capacidades con las que cada una
opera.
Peio: Tu
siguiente libro, Ghosts of My Life.Writings on Depresion, Melancholia and Lost Futures (Zero Books, 2014)
indaga en lo que denominas, siguiendo a Franco Berardi “Bifo”, la “lenta
cancelación del futuro”, o lo que viene a significar una dificultad para la
invención y la creatividad genuinas. ¿Cuál es la diferencia con el eterno
retorno y la nostalgia ya diseccionados por el posmodernismo?
Mark: Ninguna
en esencia. Mi argumento es simplemente que las características tales como el
pastiche y la apropiación eran remarcables y dignas de mención en la primera
fase extravagante del posmodernismo y que ahora se dan por sentado. Cuando
Jameson teorizó el posmodernismo todavía era posible sentir la comparación con
la modernidad, quizá sobre todo con lo que he llamado modernismo popular. Pero
ahora el problema es que lo retro se ha convertido en estándar, no hay
prácticamente nada que no sea retro. Por lo que el fenómeno se ha vuelto
invisible, de un modo en que el posmodernismo “clásico” nunca lo fue.
Peio: Me
gustaría preguntarte por Zero Books, una editorial que casi nace a la par de tu
primer libro y que ha evolucionado de una manera pasmosa. ¿Estamos viviendo un
tiempo para la revitalización de la teoría crítica en los márgenes o
intersticios de la academia?
Mark: Creo que sí. Eso ha continuado con
Repeater Books, la editorial con la que trabajo ahora y que está dirigido por
la mayoría de las personas clave que configuraron Zero. Sin duda, la aparición
de para-espacios de pensamiento fuera de la academia tiene mucho que ver con
las asfixiante y altamente burocráticos condiciones en la educación que he
descrito en Realismo Capitalista.
Estos para-espacios son un producto de la frustración con esas condiciones.
Peio: Resulta
inevitable preguntarte por la actual situación política en el Reino Unido y los
efectos inmediatos del “Brexit”. Resulta pertinente aquí aquel otro eslogan de
Thatcher de 1979, “I want my money back!”, reclamando el dinero que el Reino
Unido había invertido en la primera Comunidad Económica Europea. ¿Qué horizonte
se vislumbra?
Mark: Es muy
difícil de decir. Lo único que está claro es que un mes después de la votación
los que hicieron campaña por abandonar la Unión Europea no tenían ningún plan
en absoluto para lo que ocurriría en caso de ganar. Parece que el voto fue una
especie de voto de protesta que salió mal. Como he dicho anteriormente, la
campaña del “Leave” atrajo el sentimiento de impotencia de la gente, una
sensación de impotencia que se llevaron con ellos a la cabina de votación, con
el resultado de que muchos votantes se quedaron perplejos cuando en realidad
ganaron. En cierto modo, el voto del “Brexit” fue un voto contra el realismo
capitalista. Los puntos de vista de los “expertos” y los tecnócratas de la
élite capitalista corporativa, interminablemente citadas por la campaña de
permanecer en la UE fueron visiblemente rechazados. Pero esto fue una sacudida
del realismo capitalista a la política de la fantasía, una fantasía cargada de
lo que Paul Gilroy llama la melancolía post-colonial, una especie de melancolía
que nunca se ha enfrentado o aceptado al fin del imperio. La retirada del
realismo capitalista a la fantasía regresiva sugiere un futuro muy desgraciado.
Pero si la derecha abandona la modernidad en favor de este tipo de nostalgia
política, ello despeja un espacio para la izquierda para recuperar lo moderno.
La modernidad que la izquierda debe defender es cosmopolita, internacionalista,
tecnológico y democrática. La izquierda debe decir que ofrece las únicas
soluciones reales (en contraposición a las fantasmáticas) al sentimiento de
privación de derechos que la campaña del “Leave” utilizó de manera tan
oportunista. La única manera de “tomar el control” consiste, no en un flácido
recalentado nacionalismo, sino en una democratización de la política y el
trabajo. Tenemos que ser visto para alinearnos con estos objetivos, con esta
visión.
*
Publicado originalmente en El Estado Mental, 7-08-2016