Uno de los reproches que se le hacen a
Xavier Dolan es su capacidad para crear fugaces momentos sublimes en sus films.
Juste la fin du monde (2016), su
última película, no hace sino exacerbar estas críticas. El esteticismo de Dolan
está al servicio del argumento, podrían argumentar sus defensores. Hay una
estética pop en este cine que no se esconde, es más, se exagera. ¿Megalómano?
¡Siempre! La energía desplegada por el joven canadiense de 27 años bien podría
leerse en clave de agotamiento y sublimación. El regalo que les hace a los
actores de Juste la fin du monde no
es pequeño. Lo que Dolan querría ver en el espejo es la cara de un Philippe
Garrel rejuvenecido y pop. La contemplación de los primeros planos sostenidos,
la piel, el sudor bien podrían ser las marcas de identidad del francés. Pero el
purismo deja paso a una estética que la fotografía contemporánea, incluida la
comercial, ha explorado sobremanera. Ello no quita para que haya momentos de
intensidad verdaderamente bellos.
Cuando la crítica acusa a Dolan de ser un realizador de videoclips no
yerra demasiado en el tiro. ¡Pero qué realizador de videoclips! habría que
añadir. El videoclip es, sin menosprecio, una forma auténticamente posmoderna.
Que el cine beba del videoclip forma parte de su lógica. En una estética
posmoderna los medios y géneros se refunden hasta hacerse indistinguibles. La
escena del colchón en Juste la fin du
monde ha de encuadrarse como una de las cimas del cine contemporáneo de la
fusión entre imagen fílmica y música. Superbe.