Tener
un estilo artístico o no tenerlo es una cuestión que ha dejado de estar en el
centro de la educación artística en escuelas de arte y masters. Ésta era una
cuestión heredada de un modelo de masculinidad artística que perseguía la reproducción
del sistema. Un artista ha de tener un estilo, se promulgaba. El poseer un
estilo personal e intransferible era una de las señas de lo moderno y del
modernismo estético. Los estilos de vida son propios del mundo moderno o la
modernidad. Pero el estilo es, al mismo tiempo, una cualidad no estrictamente
vinculada a la identidad del artista sino también un término apto para definir
los modos de vida. Si la década de los setenta es un indicio de las cosas por
venir, el término estilo de vida pronto
lo incluirá todo y significará todo y nada al mismo tiempo. El término se
utiliza para todo y sin embargo no hay un consenso definitorio que nos diga
algo concreto de él mismo, más allá de una nebulosa de asociaciones. La
cuestión del estilo resulta incomprensible para quienes no habitan en
sociedades modernas. Cuestionarlo es poner en tela de juicio la globalización.
Aunque los estilos culturales dependen de las formas culturales, los estilos de
vida son conjuntos de prácticas y actitudes que resultan significativos en
contextos determinados. Como escribe Dave Chaney “…la gente utiliza los estilos
de vida en sus vida cotidianas para identificar y explicar complejos más
amplios de identidad y afiliación (…) Los estilos de vida son, por tanto,
formas pautadas de investir de valor social y simbólico a ciertos aspectos de
la vida cotidiana”.[1]
El
actual fenómeno hipster (que es más masculino
que femenino) puede verse como la reificación suprema de los valores de
construcción de sujeto que la promesa del estilo pudo una vez tener. Está por
ver cuales son las secuelas que este fenómeno dejará en una noción emancipadora
del estilo.