8/23/2015

CRITICA. "Cartographies of the Absolute", Alberto Toscano & Jeff Kinkle (ZerO Books, 2015)

Cartographies of the Absolute, Alberto Toscano y Jeff Kinkle, (Zer0 Books, 2015)

Hay libros cuyo contenido es difícil de resumir en un texto de sobrecubierta. Libros que se expanden y ganan terreno al posicionarse de modo táctico y concéntrico. Libros que adoptan una forma totalizadora y cuyo final nos conduce de nuevo al comienzo. Cartographies of the Absolute es un libro de esta clase. Escrito a dúo de modo enérgico por Alberto Toscano y Jeff Kinkle, este trabajo es el primer y más ambicioso intento de plasmar en una obra aquel concepto del “mapa cognitivo” esbozado por Fredric Jameson a finales de los ochenta y que ha orientado no pocos estudios críticos urbanos. Faltaba sin embargo una perspectiva que fuera más allá de las consideraciones espaciales en el ámbito del urbanismo y la arquitectura, una visión de conjunto sobre el principal problema del capitalismo tardío y sus innumerables espectros financieros; a saber, un planteamiento sobre la propia dificultad de representación de la propia coyuntura financiera en la época neoliberal. A esto hay que sumar una ansiedad generalizada por nombrar al sistema. Cartografías de lo absoluto; esto es lo que hacemos cuando tratamos de explorar ese mismo sistema que navega entre la invisibilidad más opaca y su apariencia penetrante en todos lados. Como los monólogos finales de Network (Sidney Lumet, 1976) y Rollover (Alan J. Pakula, 1981) evidencian; el sistema (a saber el capital) es una fuerza de la naturaleza, es una gravedad, como el mar, con sus mareas y flujos y sus dinámicas impredecibles imposibles de desafiar. Un sistema con vida propia y autónoma. Tratar de asir el sistema supone, de facto, incorporar la categoría positiva de totalidad y totalización desmarcándose de las connotaciones peyorativas y ideológicas asociadas.

El problema de nombrar algo (un problema coyuntural o dar con una frase-fórmula) reside en su inmediata osificación o commodification. Más todavía en tiempos en los que el mercado teórico se vende y se compra a la baja. El peligro de un trabajo como éste (y su más que asegurado “éxito”) está en la sustitución de la inquietud crítica por su mercantilizada fórmula o nominación teórico-académica. Por ello, conviene de entrada desechar la idea de que un “mapa cognitivo” tiene que ver con la estética de las conexiones, las relaciones y los mapas (así como sus consiguientes fetiches); o al menos conviene prevenir la llamada a cualquier “cartographic turn” en las artes (de la cual existen varias exposiciones temáticas que sus autores enlistan). Esto no quita que Toscano y Kinkle analicen la obra de Mark Lombardi y sus ansiosos mapas gráficos al mismo tiempo que la conspiración y la paranoia hacen su entrada en el tablero de juego. Más bien, una visión totalizadora supone estudiar el problema desde numerosos puntos de vista sin en ningún momento perder de vista las líneas maestras de esa visión de conjunto.

Principalmente el motivo de este libro queda definido en la parte de atrás con la siguiente pregunta de Jameson: “How much of capitalism can we seen from the moon?” (¿Cuánto capitalismo podemos ver desde la luna?). El reto no es desde luego sencillo, y sus autores se embarcan en un viaje donde percepción y abstracción, realidad y representación, invisibilidad y síntoma son solo pares en el discernimiento de un mapeo del capitalismo y sus fuerzas más ocultas. Toscano y Kinkle comentan que el concepto de “mapa cognitivo” es una de las categorías jamesonianas menos articuladas por su propio autor, y que la llamada a una “estética del mapa cognitivo” se presenta menos como una teoría o técnica formulada y más como un índice de su ubicuidad y un estímulo para su sistematización. (p. 22).

“Cognitive mapping is not just a synomym for class consciousness, it is also intimaly linked to the idea of dialectical criticism, the problem of Marxism and form, the Sartrean idea of totalisation. (…) Jameson’s formulation can still function as a cue for thinking about the present precisely because it does not provide a method, or advance a concept; rather, it poses a problem which is at once political, economic, aesthetic and existential”. (p. 22)

Esto nos lleva a definir con qué clase de libro estamos tratando. Si existe un género al que adscribir este Cartographies of the Absolute, éste sería una modalidad de crítica contemporánea renovada en cuanto a sus formas y objetivos. Una crítica expandida que no puede parar de seguir el hilo de los acontecimientos culturales infectados por las instancias del capital. Para cualquier que desee pensar en términos de qué se nos ofrece a lo largo de más de doscientas páginas: crítica como teoría (criticism as theory). Ya en un momento se nos insta a pensar que la mayor parte de los productores culturales no intentan literalmente generar mapas de la nueva e interconectada realidad global, o al menos dirigirse a ella de manera frontal. Más bien, es la tarea del crítico desenredar los síntomas de, en uno y al mismo tiempo, la consolidación de un nexo planetario del poder capitalista y sus variadísimas luchas para imaginarlas. Esto no exime que la mayor parte de los objetos culturales vengan de artistas y cineastas. El libro está dedicado a la memoria de Allan Sekula (1951-2013) y Harun Farocki (1944-2014), y en él aparecen trabajos como la serie Crisis in the Credit System de la artista Mellanie Gilligan además del intento de filmar El Capital de Marx por Eisenstein retomado más tarde por Kluge en su monumental News from Ideological Antiquity. El “programa” (si es que se le puede llamar así) queda definido al comienzo para lo que vendrá a continuación:

“Cartographies of the absolute is a wilfully paradoxical expression, but one that direct us towards the way in which picturing our social and economic world is a predicament at one technical and, so to speak, philosophical. Capitalism, after all, is a religion of everyday life, an actually-existing metaphysics”. (p. 23).

Penetrar en el sistema es pues, un desafío metodológico y un reto al nivel de la forma al mismo tiempo que una experimentación con todo un conjunto de contenidos variados de todo tipo que van desde el hight art a la cultura popular y la Televisión. Consiste por ejemplo, en pasar de la consabida polémica de una estética de la política (y su consiguiente politización del arte) a una estética de lo económico que la actual crisis financiera ha incorporado de manera irreductible y que ahora mismo esté presente en toda una serie de producciones culturales (principalmente fílmicas). Aquí, el camino abierto por Jameson en La estética geopolítica ofrece vías de interpretación interesantes adaptadas a una coyuntura global incuestionable, puntuado con análisis que alumbran luz sobre la invisibilidad del capital a través de Fish Story de Sekula y las imágenes de Trevor Paglen. Desde la forma pictórica del panorama y las “geografías negras” de los servicios de información e inteligencia que esconden datos y metadatos, este intento de cartografía es abarcador e interconecta espacios residuales y periféricos desgranando la ideología de las producciones culturales que siempre alegorizan el estado cambiante de cosas y hechos.

En tiempos en los que se impugna cualquier relato que se nos presenta como verídico, conviene revisar la simplificación a la que las narrativas de la conspiración nos conducen, pues estas son malas guías e intentos inadecuados para entender el funcionamiento del poder en una creciente y compleja sociedad global. Así, el tema de la conspiración, tal y como Jameson recordaba al final de su presentación sobre los mapas cognitivos (o la tendencia a pensar en términos de conspiración y paranoia) no es sino “un pobre intento de mapeo cognitivo en la época posmoderna; un figura degradada de la lógica total del capital, un desesperado intento de representar el sistema último, cuyo fracaso está marcado por su deslizamiento hacia un puro tema y contenido”.

Si bien el cine ofrece un gran abanico de posibilidades para la interpretación y el análisis, desde los intentos de filmar la crisis financiera desde 2008 hasta las tentativas de cartografiar los espacios del socialismo en las vanguardias soviéticas (Vertov, Eisenstein y también Brecht), es el espacio de la ciudad y los cambios urbanos fruto de la gentrificación y las fuerzas del capital desencadenadas al unísono el que ocupa un buen lugar aquí. Sorprende la cantidad de teoría vertida a partir de un filme que sin llegar a la categoría de “filme de culto” (un filme que espera su momento para ser “de culto”) se convierte en protagonista en el libro. Me refiero a Wolfen, película de horror de 1981 dirigida por Michael Wadleigh y que aquí funciona como una metáfora de la transformación de Nueva York desde 1970; desde la ciudad denominada “jungla de asfalto” cuya criminalidad, peligrosidad a la vez que enorme creatividad quedó reflejada en todo un conjunto de películas de los 70 y 80 (desde la trilogía de Lumet a Scorsese a filmes sci-fi como Escape from New York de Carpenter), al advenimiento de una lógica neoliberal financiera. La pregunta interna que realiza Wolfen es: ¿Qué tienen que ver Wall Street y South Bronx o, como se relacionan? Las transformaciones económicas y políticas de Nueva York son detalladas en un estudio detallado que vincula el capital como trabajo muerto a las sucesivas mutaciones de la ciudad por las fuerzas del FIRE (Finance, Insurance and Real Estate), a la vez que distintas metáforas sobre el vampirismo y otros depredadores son apuntadas. (Pensemos en The Wolf of Wall Street de Scorsese también). Básicamente, Wolfen presenta una trama detectivesca sobre hombres lobo en Nueva York como alegoría de los nativos indígenas convertidos en espíritus cánidos que resisten la gentrificación del Sur de Bronx ante los herederos de los colonizadores (holandeses) de la isla de Manhattan. De Wolfen pasamos a The Wire, en una nueva lectura de la serie y Baltimore.



La temporada 2 de The Wire da paso a uno de los temas mejor explorados por Toscano y Kinkle; la progresiva dependencia del capital a la forma del container y los distintos problemas derivados de la containerización del mundo, para lo que el collage de Martha Rosler Untitled (Cargo Cult), de la serie Body Beautiful, or Beauty Knows No Pain (1965-1974) es la mejor postal. La poética del container, si es que podríamos llamar algo así, da pie a toda una reflexión sobre el arte de la logística y cómo la logística manda sobre la tríada de la producción, la distribución y el consumo. Las obras de arte almacenadas en containers  atravesando océanos es aquí simplemente una imagen que viene a la cabeza, no sin antes cerciorarnos de cómo todas nuestras necesidades de consumo básicas residen en la containerización del mundo y el tráfico marítimo. Pensemos en las recientes misteriosas explosiones en Tianjin (China), de las cuales se desprende no solo la corrupción sistemática (económica y política), y la containerización de la economía y la realidad de los puertos industriales, sino una realidad de explotación humana en el supercapitalismo salido del comunismo chino que recuerda a la pauperización de las primeras fábricas en los albores del capitalismo industrial y que las películas de Jin Zhangke recogen.

La fascinación por la estética fotográfica de este mundo de la logística (desde las imágenes de almacenes de Amazon a las supervistas aéreas de cultivos y autopistas) nos lleva a otro análisis acerca de la abstracción de las formas del capitalismo y el modo de fotografiar, así como la seducción y la deuda que estas fotografías instrumentales tienen con una estética reticular y minimalista propias del modernismo. En resumidas cuentas, un Burtynsky versus Sekula (pasando por Steichen). Sekula asegura que no necesitamos una topografía de la abstracción sino una “geografía política, una manera de hablar con palabras e imágenes sobre cómo tanto el sistema y nuestras vidas dentro del sistema” permanecen como válidas.


La dualidad entre contenido y forma es uno de los argumentos subrepticios que va abriéndose camino. La categorización de que el espacio del arte no es el lugar desde donde comenzar con una crítica del capital es aquí problemática: desde luego que la crítica a Playtime (2013) de Isaac Julien, exposición en la galería Victoria Mirón de Londres, parece justificada en lo que tiene de espectacularización del capital y el sistema financiero del arte (interpretado por la estrella de Hollywood y wanna-be-artist James Franco); su reducción a simple tema o contenido. (No olvidemos que Julien está detrás junto a Okwui Enwezor de la lectura de El Capital en la pasada Bienal de Venecia en una dramatización más teatral que políticamente sincera). Sin duda el mundo del arte (the artworld) más que el arte en sí mismo, plantea contradicciones sobre su propio rol especulativo. De hecho, uno de los puntos favorables en Cartographies of the Absolute es que el arte contemporáneo está al mismo nivel que otras producciones teóricas y culturales, algo que se echa en falta en parte de la producción teórica y filosófica en las últimas décadas. La dificultad no está en esta o aquella esfera de la cultura, sino en la necesidad de una genuina articulación dialéctica cuando tratamos de hacer eso tan complejo que es representar el capital. Insistir en la cuestión de la forma no está de más como último recordatorio, que Toscano cierra con una cita del italiano Franco Fortini sobre la crítica: “Intenta crear en la obra poética o literaria una estructura estilística cuyas tensiones internas son una metáfora para las tensiones internas y tendencias estructurales de un ‘cuerpo’ social moviéndose por una senda revolucionaria hacia su propia ‘forma’” (p. 242). El libreto de Eisenstein de rodar El Capital de Marx permanece sin ser filmado.


8/22/2015

New Order: Restless





8/12/2015

EDITORIAL: Verdad



Hay hechos y hay verdad. Los hechos son verdad. Una manifestación de este calibre no podría ponerse en duda empíricamente sin antes definir el significado del concepto de “hecho” y “verdad”. Cuando Baudrillard declaró hace más de dos décadas que la “Guerra del Golfo nunca tuvo lugar” apuntó en la dirección de una nueva frontera entre los hechos y la verdad, entre la historia y su propio final. Todavía seguimos encerrados en la paradoja o, como nos recuerda recientemente Jameson, “el ciberespacio (aquella descripción presciente del orden cibernético esbozado por William Gibson en Neuromancer, 1984) fue una invención literaria”. Lo real y lo virtual es otro modo de definir la insondable dificultad de la representación. 

La filosofía ha buceado siempre en la naturaleza de la paradoja: la caverna de Platón o la dialéctica entre esencia y apariencia en Hegel, etc. Sin embargo, el empoderamiento de la red ha dado alas a la refutación de cualquier acontecimiento presentado como hecho, esto es, como verdad. Nunca antes opinar había salido tan gratis. Crítica sin consecuencias. No hace falta apelar aquí a ese elemento que siempre hace su aparición de manera anómala, sino retrógrada: conspiración. Solamente concluir que aunque en la horizontalidad de la red todas las voces se presenten en igualdad de condiciones y legítimamente, no TODAS consiguen hacerse escuchar.


8/03/2015

Sistema de sistemas, "Network" (1976) Sidney Lumet


Leyendo Cartographies of the absolute, recién publicado libro de Alberto Toscano y Jeff Kinkle (ZerO books, 2014), es posible renovar los referentes culturales cuando tratamos de pensar esa cosa llamada “totalidad”. Una referencia mencionada de pasada es Network, filme dirigido por Sidney Lumet en 1976 y que ganó varios Oscars. Network cuenta con la actuación estelar de Peter Finch, y de los más conocidos Faye Dunaway, William Holden y Robert Duvall para una película que podríamos denominarla  como comedia dramática o filme satírico. Network describe el mundo sin piedad e implacable (el título completo en España fue Network: un mundo implacable) de la televisión norteamericana y de paso de la sociedad del espectáculo en medio de la crisis de valores de una sociedad norteamericana dividida entre la Guerra Fría y la cada vez mayor influencia del petróleo árabe. De paso, puede verse como una respuesta incipiente a la progresiva neoliberalización de los mercados y como tal, desde la ventaja perspectivista, como un artefacto que anuncia el credo neoliberal sin todavía ser consciente de lo que esto supone.

Howard Beale (Peter Finch) es un veterano y célebre presentador de noticias de la televisión americana al que su cadena va a despedir después de varias décadas de liderar audiencias. Beale atraviesa una crisis existencial y tiene problemas con el alcohol. La reacción de Beale pasa por convertirse en el altavoz del hartazgo generalizado de las clases medias norteamericanas. Su grito “¡estoy harto y no pienso volver a soportarlo!” se convierte en el leitmotiv de esas mismas clases que a la vez que airean iracundos su enfado con el curso de los acontecimientos, expresan su necesidad de entretenimiento y lucha contra el aburrimiento. Beale es el vocero perfecto, el charlatán evangelizador sobre el que levantar un nuevo concepto de televisión “basura”. El nuevo chamán de los noticiarios junto a una pitonisa, un mago y todo un nuevo concepto del show business televisivo. Un profeta de los nuevos tiempos.


Son muchas las escenas de interés de este filme que gana con el tiempo, pero sin duda ninguna ha dejado tanta huella como el discurso del actor Ned Beatty como el todopoderoso señor de los medios de comunicación, Arthur Jensen. Aquí, el discurso de Beatty ejemplifica “el sistema de sistemas”, a saber el capitalismo financiero y multinacional, sin ni siquiera mencionarlo. Una totalidad presentada como un orden de las cosas cercano al orden cósmico o natural, un sistema de grandes resonancias teleológicas. El cruel orden de las cosas que nos es tan actual. Este es el fragmento, en original con subtítulos en castellano.
(Atención especial al viejo orden de pesar de acuerdo a naciones y pueblos/gente).