En este otro post abordé algunas
tendencias del cine actual comercial, especialmente aquella que privilegia la
complejidad. Bastantes realizaciones recientes no hacen sino confirmar que las
grandes producciones se sirven de la complejidad con el beneplácito del
espectador. Puro vicio (2014) de Paul Thomas
Anderson es un buen ejemplo de esto. Resulta atractivo analizar por separado y
al mismo tiempo de manera conjunta la deriva de la narración en la literatura
posmoderna (Thomas Pynchon) y la versión cinematográfica de una de sus novelas.
Aunque el libro de Pynchon sea reciente, estamos ante una tipología singular y
con sello, un “Pynchon puro”. Esto significa un modo narrativo donde el
argumento se expande cual mancha de aceite sobre una superficie en la que los
puntos cardinales, que son los que a la postre dan forma a la trama, resultan
difíciles de cartografiar. La película reproduce fielmente este “mapa
cognitivo” sin extrapolarlo al espacio urbano de la ciudad donde la historia
acontece, Los Ángeles. En este sentido, la película no es en absoluto (el libro
no lo sé) un mapa de la ciudad a comienzos de 1970. Tampoco parece que lo
pretenda.
El rasgo más marcado de este modo de
narración pynchoniano reside en el descentramiento del eje rector de la novela.
De acuerdo, tenemos a Larry “Doc” Sportello, un investigador privado de poca
monta como núcleo indiscutible y a su alrededor pululan una serie de
situaciones y personajes los cuales apenas alcanzan el estatus de “personaje” por
pleno derecho. Más bien, la estructura se asemeja a la construcción del
personaje de “Doc”, y está caracterizada por el desaliño. ¿Puede una película
emplear el desaliño tanto en su estructura formal como en su estética y todavía
pasar como cine de culto o “gran
cine”? Puro vicio no sólo puede,
también lo consigue. Es más, me atrevería a decir que gran parte de la
motivación de PTA es precisamente esa.
Uno de los rasgos de la novela posmoderna
(tal y como en día fuera analizada por Jameson) reside en esta estructura no
centrada o no unitaria de la novela (u obra de arte) moderna. Evidentemente un
conjunto de fragmentos difícilmente pueden conformar una “obra” en sentido
estricto. Más bien, lo que obtenemos en Puro
vicio es una masa o trama o tejido aparentemente informe que alcanza una
resolución o ficción de unidad en el entrelazado final. Algo parecido sucede
con la construcción del personaje de “Doc”, tan alejado del estereotipo de
actuación propia del star system hollywoodiense
de otra época. Lo que tenemos literalmente aquí es este personaje un tanto desastre
pero con la cualidad deductiva detectivesca realzada por los efectos de las
drogas y que a su modo actualiza las tipologías del género literario, el pícaro
holgazán y el detective. El miserabilismo y la novela negra. “Doc” es todo lo contrario
a un Philip Marlowe y, sin embargo, conecta con el espectador actual de un modo
que el detective creado por Chandler nunca lo haría. Esta reescritura de los
géneros es, de hecho, uno de los sellos por antonomasia de Pynchon y también de
PTA. De este modo, tenemos aquí un producto literario y cinematográfico que
certifica algunas de las características del posmodernismo, la estética
“blanda” y las conexiones “flojas” o loose,
que no sólo conectan con los gustos y las tendencias de los públicos jóvenes
sino que también marcan una tendencia dominante en las formas de consumo de hoy
en día.
Puro vicio no es un filme
estrictamente historicista, tampoco un "filme-nostalgia", y su periodización de
los años hippies y contraculturales resulta degustable para un público amplio
que goza con la despolitización y la ironía que se hace de la cultura hippie.
Aquí entonces habría que contrastar el trasfondo crítico, o el inconsciente
político que rezuma la obra original de Pynchon con este filme con aspiraciones
de “obra” aun cogiendo lo mugriento y desaliñado como estética. Es lo que tiene
el estatus alcanzado por algunos directores, especialmente PTA. (Nota:
personalmente prefiero The Master,
ver texto aquí).
Sin embargo, hay que reconocer que PTA hace
las cosas a su estilo, y aun con puntos de conexión con los Cohen o Tarantino,
sabe marcar su territorio. La película con la que la compararía no es, sin
embargo, ninguna de estos cineastas sino más bien esa otra cinta primo-hermana que se expande
cual tela de araña y que es Zodiac
(2007) de David Fincher. Es indudable que PTA o Fincher tienen
un sentido de la narración y el ritmo, un paso, que resulta difícilmente alcanzable
por otros dentro de la industria de Hollywood. Así, ambos pueden hacer
películas a partir de novelas de distinto calado, Fincher con Gone Girl/Perdida, bestseller de Gillian Flyn, o
PTA con material de alto vuelo de Pynchon, y entregar una producción con sello
de autor. Esto no es sin embargo, y como podría pensarse, únicamente fruto de la genialidad
del director sino el resultado de la evolución de la propia industria y los
modos narrativos donde la complejidad y el sello de calidad se fomentan desde
dentro casi como un género por derecho propio.