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¿La moda o el estilo "retro" está presente en la nueva tecnología. ¿Detalle posmoderno? |
Desde la moda y
el estilo, Her está tan llena de
guiños hipster que puede ser ella
misma considerada como un filme hipster. La
pregunta que habría que hacer ahora tiene que ver con si ese grupito de
directores entre los que está Spike Jonze, Sofia Coppola, Pierre Gondry, Wes
Anderson y el guionista y también director Charlie Kauffman y que, como sabemos,
son los responsables de cierto retorcimiento narrativo o metacine (el
equivalente a la metaliteratura en el ámbito del posmodernismo), no son sino
claros ejemplos de cuando cierta actitud indie
deviene mainstream. Porque, ¿no era
éste uno de los sellos más definitorios de lo hipster? Algo similar ocurre con el grupo que firma la banda sonora, Arcade Fire. ¿Es posible adjudicarles la etiqueta de indie?
Uno de los rasgos
más destacados de la actual cultura del entretenimiento es la borradura de
bordes entre lo que anteriormente se consideraba como mainstream, o propio de la cultura de masas, y las expresiones
marginales o todavía no conquistadas por el mercado. Ahora, incluso lo más
minoritario existe en tanto que un nicho para especialistas, de forma que el
mercado ha desarrollado una progresiva especialización e individualización casi
personal. El lema parece ser: a cada consumidor, su producto. Es esto lo que her pone en evidencia, a saber, que la
producción en masa se basa hoy en día en la exclusividad y en la convicción del
consumidor de saberse único y ultrasingular. Theodore cree tener una relación
especial con Samantha, su OS, hasta el momento en el que descubre que miles de
otras personas mantienen algún un tipo de relación similar con el mismo sistema
operativa y que, técnicamente, Samantha está enamorada de unos seiscientos de
ellos. Esta es la gran metáfora del capitalismo de consumo en la era de la
desmaterialización absoluta, y en donde el producto se adapta a las
necesidades, los deseos y la personalidad de su comprador/consumidor.
Desde
este punto de visto, her es un
magnífico retrato del capital en su fase actual, donde las mercancías hace
tiempo dejaron de ser objetos para convertirse en relatos y narraciones, formas
desmaterializadas en las que el capital encuentra el mejor de los modos de
colonizar los cuerpos y las mentes. Una escena a destacar en este sentido es el
instante en el que Theodore y Samantha mantienen su última conversación y donde
él conoce lo ilusorio de su patología amorosa, mientras observa a decenas de
personas subiendo las escaleras del suburbano manteniendo conversaciones
privadas a través de sus audiófonos. Esta colonización de la subjetividad
recuerda a aquellas otras que el cine de ciencia ficción y serie B de los 50 y
60 utilizó, como la invasión de formas alienígenas venidas del más allá secreta
y paranoidemente conquistando la voluntad de los norteamericanos como alegoría
de los peligros de la propagación de las ideas comunistas, véase La invasión de los ladrones de cuerpos
(Don Siegel, 1956). La lectura inconsciente a esto ahora en her tiene que ver con que una vez
asumido el capitalismo como modo de producción dominante, y casi sin capacidad
para imaginar alternativas, sus modos de colonización de la subjetividad operan
desde el sutil sometimiento del yo al consumismo imperante y casi auto-obligado.
La pregunta saliente aquí: ¿qué es el marketing? El marketing es amor, y lo que
el marketing busca es satisfacer el deseo. Es en la exclusividad de esa
satisfacción donde el marketing se afana, sin descanso. El amor es, en este
sentido, la mercancía perfecta.
Pero la
presencia de la moda hipster está
tanto en la película en sí como en un trabajo de vestuario que es igualmente
sutil y lejos de lo estridente, un minimalismo de camisas lisas, jerséis de
lana en vez chaquetas o cazadoras y especialmente los pantalones de fieltro
subidos arriba (con la camisa por dentro). Hay una escena clara sobre esto:
Theodore camina por un paseo urbano una mañana soleada al encuentro de su ex y
detrás suyo camina un hipster de
manual (con su barba y todo) quien también lleva el pantalón del mismo modo. La
estética de her recuerda a un mundo
espejo donde aspectos de la cultura material parecen reflejos de formas que nos
son familiares pero que en realidad pertenecen originariamente a otras
culturas. No es en este sentido casual que la población de Los Ángeles esté
inundada por personas con rasgos asiáticos, turistas japoneses o quizás
transeúntes anónimos salidos de la globalización económica y la libre
circulación por el globo. En este sentido, se ha sabido que Jonze grabó los exteriores en Pudong, un distrito de Shangai, como si fuera un nuevo Los Ángeles. La captura de este "mundo espejo" como el futuro cercano está más que conseguido.
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Imagen del rodaje, Shangai como el nuevo Los Angeles. |
Ésta es una
película que permite encontrar formas que funcionan como códices. Por ejemplo,
la utilización del color en Her merece
una especial atención, especialmente en las camisas del protagonistas que van
del rojo, naranja o un amarillo albaricoque el cual contrasta remarcablemente
con el color salmón del vestido de su hijastra. Es como si Spike Jonze se
hubiera fijado en el gran maestro del color en el cine, que no es otro que
Jacques Demy, para a través de los colores transmitir una empatía y una
atmósfera estética al filme. El contraste entre el rojo (su camisa) y el
magenta (el color de Samantha en la pantalla) es sobreintencionado y funciona a
lo largo de todo el filme, con luces magentas, rosas y tonos similares tanto en
el diseño de las oficinas como en detalles de la urbe por la noche. En
principio, siguiendo cierta lógica de la combinación de colores, se trata de
dos tonos que no están destinados a ir juntos pues pertenecen a la misma gama
cromática. La superposición intencionada en el cartel quiere transmitir algún
significado más allá de un simple efecto colorista. En esta estética, mi
interpretación del color debe más a una buscada simbiosis entre una semiótica
del entorno (environment), un
minimalismo cromático y un ligero toque estilístico que a cualquier otra
voluntad simbolista o metafórica. Lo interesante es que Jonze deja abierta la
puerta a cualquier lectura, incluyendo la del estado del alma.
Por último, no
hace falta demasiado insistir en que una lectura feminista de her se fijaría en un componente
heteronormativo clásico. A pesar de la extraña relación entre un ser humano y
ya no un robot, ni siquiera un ordenador, sino algo más etéreo e inasible como
un sistema operativo, lo que subyace es una típica historia romántica de un amor
que se revela imposible. Lo que destroza a Theodore es la posesión, o el amor
como posesión, establecido en la plácida e
ilusoria ficción del amor como objeto de consumo. “I’m yours, and I’m not
yours” es la dialéctica con la que Samantha responde al ego posesivo masculino.
Sólo entonces, en la caída, Theodore encuentra redención en los hombros de su
amiga (en un final redentor que tranquiliza al espectador y que, a mi modo de
ver, emborrona bastante el resultado final del filme).
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Detalles rosas y magentas por todas partes. Joaquim Phoenix y la soledad masculina. |
Si hace un rato hablaba de lo indie en lo mainstream no es posible dejar de pensar que los actores de her son Joaquim Phoenix, Amy Adams y
también Scarlett Johansson, grandes estrellas ahora mismo. De ésta última solo
escuchamos su voz (Samantha) lo que no impide que técnicamente esta película no
esté en su lista de actuaciones. De hecho, ella es uno de los grandes
ingredientes del filme y así ha aparecido durante toda la campaña promocional. Se ha remarcado esto, la voz, su voz. Y
no sorprende que los espectadores que han remarcado esta voz sensual a ratos,
pero más bien ajada, un tanto ronca, sean espectadores masculinos. Cuando el
cuerpo de la mujer aparece descorporeizado (disembodied),
a lo que tenemos acceso es a su voz. Precisamente una lectura feminista aquí incidiría
en la posibilidad de una crítica psicoanalítica. No hay aquí tanto rastro
interpretativo de la imagen visual de la mujer en el cine salida del clásico de
Laura Mulvey, Placer visual y cine
narrativo, sino más bien esa otra teoría de la subjetividad y la diferencia
sexual explorado por Kaja Silverman en su
The Acoustic Mirror; The Female Voice in Psycoanalysis and Cinema, en donde
la voz de la mujer sirve como reflejo en el espejo de no pocas patologías
masculinas, y que van desde la especularidad a la castración, y del
exhibicionismo al narcisismo por citar solo algunas. La voz de Samantha
alimenta el placer masculino, mientras que éste no puede dejar de pensar en la
negación del cuerpo real y la figura estelar que le da voz (Scarlett
Johansson), proyectando aún más su fantasía e imaginario. Una voz anónima de
mujer hubiera, por otra parte, despertado otro tipo distinto de fantasía, más
universal y a la vez más personalizada a cada espectador. Lo interesante de una
interpretación feminista y psicoanalítica en her no está en la condena o juicio que despierta, sino en el camino
analítico y explorativo que pudiera darse en el interior de una época (que es
la nuestra) en donde todo lo sólido se ha desvanecido en el aire.