This is a space for criticism, critique and meta-commentary.
Este es un espacio personal para la crítica y el meta-comentario.
“The dialectical critic of culture must both participate in culture and not participate. Only then does he/she do justice to his/her object and to him/herself”.
Theodor W. Adorno, ‘Cultural Criticism and Society’
Este sujeto de la izquierda bien podría representar al
mismísimo, al innombrable. Él es de carne y hueso aunque su nombre haya sido
demonizado por los media. El affaire Lance Armstrong poco tiene que ver con el deporte. La
trama más sofisticada de dopaje de la historia no tiene nada que ver con el
deporte. Su dimensión es otra. Mejor, resulta fascinante comprobar cómo la
sociedad del espectáculo necesita su carnaza a intervalos regulares. El recién
publicado informe de la USADA (resumen de 200 páginas, completo de mil) puede
leerse como una verdadera novela negra. Nada, o poco de deporte en sus páginas.
Más bien conspiración sacada de una novela de DeLillo sobre un personaje cuya
biografía bien podría servir a cualquier escritor de talento posmoderno (DeLillo
incluido). La actualidad de la conspiración pasa por esas páginas, bien
noveladas por ese héroe de la justicia que es Travis Tygart, CEO de la USADA.
Los detalles que recorren los testimonios de los ex ciclistas resultan
sabrosos, dignos de una gran producción. Pero la presunta sofisticación de los
métodos dopantes quedan rebajados a simple know-how. En pleno Tour de Francia la
mejor manera de que el EPO circule es desde la normalidad del día a día. Una
lata de Coca-cola basta como idea: las dosis en pequeñas jeringas dentro de una
lata vacía que pasa de mano en mano. Después de usarla se estruja la lata y a
la papelera más próxima. ¿A quién se le ocurriría mirar dentro de una lata de
referesco? Y así multitud de historias hasta pasar a cómo LA ejercía su hegemonía
fuera de la carretera. El pulso férreo, el estás conmigo o contra mí, la
venganza y la fidelidad.
Pero a mí lo que más me apasiona, como siempre, son las
lecturas dialécticas, históricas. La de mayor interés es aquella que relaciona
el ascenso de LA en el Tour cual escalada armamentística en plena la Guerra
fría. Rudy Pevenage, quien fuera entrenador del alemán Jan Ullrich, lo ha
explicado a raíz del escándalo; en 1998 el affaire Festina supuso un golpe decisivo
al corazón del ciclismo (y del Tour). El ganador de ese año, Pantani, sabemos
cómo acabó. Sin embargo una nueva era comenzaba. Un americano superviviente de
cáncer y que había confesado ante testigos (lo que a la postre ha sido su
perdición) en la sala médica que había tomado de todo emerge al año siguiente,
1999. Precisamente el tratamiento de un cáncer no conlleva medicinas inocuas.
Pero lo interesante comienza cuando dos años más tarde Ullrich, alemán de
Rostock, forjado en la escuela del Este, está en la forma de su vida, en su
plenitud y… el americano literalmente juega con él. El alemán va con agua clara
pero la superioridad del yanki es tan abrumadora que el primero comienza a
imitar al segundo, calcando todas sus estrategias, comprando los mejores
co-equipieres y, como no, buscando el Gran Método (The Great Method). Comienza entonces una escalada
tácita que desemboca en la Operación Puerto y la pillada del alemán, mientras
que el causante involuntario de todo el deterioro pasaba literalmente por el
arco del olimpo. “Nos obligó a hacerlo”, dice Pevenage, mientras LA (con las
iniciales basta) contaba parece ser con el beneplácito del organismo
internacional, la UCI (Unión Ciclista Internacional), en una nueva prueba de
que policías y malhechores forman una única empresa. Como se ha dicho en
algunos foros especializados, el informe de la USADA deja a The Wire en un juego de niños, y los
tentáculos de LA para sí los quisieran Avon Barksdale o Marlo Stansfield; SMS a
altas horas, amenazas verbales en los restaurantes, boicot y hundimiento de
empresas de bicicletas (por ejemplo la del tres veces ganador del Tour Greg LeMond) forman parte de la agenda diaria de LA, quien de paso representa todo
aquello que hace despreciable al espíritu capitalista norteamericano.
Y de la EPO en jeringa se pasa a las auto-trasfusiones de
sangre mientras los llamados “vampiros” (inspectores nocturnos de la UCI, o la
AMA) hacían su aparición sin avisar, hasta llegar al sistema ADAMS un régimen
de control por el que el deportista tiene que estar localizado las 24 horas del
día. Régimen carcelario. Y los ciclistas pasan por ello. Pincharse un brazo y
una pierna puede ser en ocasiones de una cotidianeidad aburrida y rutinaria.
Las metáforas de todo esto pueden extenderse al mundo del
llamado trabajo inmaterial y sencillamente la semana pasada en las jornadas de
EREMUAK en el Museo Artium de Vitoria-Gasteiz se me ocurrió preguntar por
¿quién paga el trabajo del arte? No quien paga el arte sino quien paga el
trabajo del artista. El artista de Hamburgo Cristoph Schäfer me contestaba que
el que paga es el propio artista, esto es, él mismo paga su propio trabajo, y
para explicarlo recurría al símil del dopaje sanguíneo, en el que uno mismo se
reproduce a sí mismo de manera mejorada mediante su propio cuerpo, su propia
sangre. Esta es una metáfora que el crítico alemán Diedrich Diederichsen ha
llamdo “Eigenblutdoping” en su libro del mismo título; Eigenblutdoping. Selbstverwertung, Künstlerromantik, Partizipation, (2008). La auto-transfusión de
sangre sirve entonces como síntoma de los tiempos, donde la auto-vampirización
campa a sus anchas. ¿Serán los ciclistas pioneros en nuevas modalidades de
trabajo inmaterial y de auto-explotación del cuerpo? Obviamente Schäfer se
refería a Diedrich. Días más tarde comentaba la anécdota-situación con el
artista Asier Mendizábal quien me recordó un encuentro con el mismo Diedrich.
Cuando estabamos trabajando en agosto del 2007 para la exposición de Asier en
el MACBA de Barcelona (enero 2008) nuestro encuentro-comida con Diedrich, quién
escribiría después uno de los textos del catálogo, derivó hacia esas mismas
prácticas dopantes en el ciclismo. La metáfora de la auto-transfusión cobró
vida en esa comida, tal y como el crítico alemán se lo reconociera al propio
Asier tiempo después, una vez su libro Eigenblutdoping fuera publicado (así también el catálogo
del MACBA).
Extraer tu propia sangre, enriquecerla con glóbulos rojos
oxigenados y guardarla en la nevera en bolsas de plástico del color amoratado
de chuletas viejunas parece que ha sido la práctica habitual en el deporte de
las dos ruedas.
Cosmópolis es un gran ejemplo de cine financiero, ese género en
ciernes que apunta a revitalizar zonas sin colonizar del ciberpunk y el genre
noir en un nuevo
híbrido apropiado para nuestros “tiempos interesantes”. Hacía bastante que una
película no estimulaba zonas dormidas de mi cerebro como ésta, algo que me ha
llevado a rescatar del estante ese ejemplar de Don DeLillo a punto de empolvar.
David Cronenberg captura con parsimonia el ambiente interior de la limusina
blanca recorriendo Nueva York, con Eric Packer a bordo a la búsqueda de un
corte de pelo. La literalidad (o fidelidad) del largometraje con respecto a la
novela es completa, con pasajes de conversación idénticos. Si Cronenberg dice
que escribió el guión en dos días no hay más remedio que creerle; Cosmópolis es puro DeLillo y eso significa
que el texto adquiere una relevancia existencial en la película, para la
exasperación del espectador-tipo.
Hasta aquí todo bien, cinematográficamente impecable y sin
concesiones a aquellos espectadores que esperan un momento de acción (léase un
instante de convención). Pero sin duda, donde Cosmópolis impacta más es por su condición
teórica. Se la puede ver como una sesión de teoría, parecido a cómo Packer
recurre a su profesora de “teoría” para debatir sobre el capitalismo global.
Desde este punto de vista, que nadie confunda dos planos opuestos; por un lado
la verosimilitud cinematográfica con lo que en la película se dice y, por el
otro, la veracidad del análisis del propio discurso teórico sobre el capital.
En la reseña sobre Le Capital de Costa-Gavras ya señalé que el llamado capital
financiero ha devenido en una abstracción virtual que ya nadie sabe como
funciona. Cosmópolis supone, en este sentido, la constatación de que la ficción y la jerga
inventada con fines literarios puede capturar fehacientemente el espíritu de
esa misma abstracción. Cosmópolis lo hace, y esta obra literaria paradigmática de la novela
post-11-S y que está localizada en el cambio de milenio (año 2000) golpea ahora
más que nunca en el corazón del sistema cultural y socio-económico. Se dan en
esta novela, en este filme, incontables detalles que muestran a DeLillo como
una mente presiente, adelantada a su tiempo. Toda la parte de la limusina es un
ejemplo de un tipo de ciencia-ficción crítica que ya no necesita de
persecuciones espectaculares ni planetas extraños para instalarse como una
parábola de nuestra realidad. La segunda parte, la conversación de Packer con
su potencial asesino político, Benno Levi, es un tipo de ciencia ficción
diatópico o “miserabilista”. Existen en la película (y en el libro) incontables
detalles, todos ellos resumidos en la sentencia de apertura: “La rata deviene
moneda de curso legal”. La simple imaginación de ello, deviene en un
disparadero especulativo desasosegante, a la par que la frase (transformada
para la ocasión) con la que comienza El Manifiesto Comunista de Marx y Engels aparece en las
pantallas de neón cual un Jenny Holzer: “Un espectro recorre el mundo… el espectro
del capitalismo”.
Pero no conviene pasar por alto dos grandes momentos del
filme: los títulos de crédito del comienzo, un “paneo” de un lienzo donde se
inscribe progresivamente un dripping de Jackson Pollock y un final con los campos de color
transcendentes de Mark Rothko. Aquí se encuentra en estado puro el genio de
Cronenberg, quien quiere decirnos algo muy concreto con estos popes del
Expresionismo abstracto americano (los cuales forman por ejemplo el pilar de
los Guggenheim). La inventiva sobre Rothko viene determinada por un pasaje
hilarante acerca del deseo de Packer de comprar no un Rothko recién salido al
mercado sino, ¡la Capilla Rothko al completo!, en su totalidad (paredes
incluidas) para instalarlo en un bloque inmobiliario de su propiedad. Aquí,
DeLillo apunta no solo al modernismo tardío como sinónimo de un capitalismo
igualmente tardío, sino que plantea unas interesantes paradojas sobre el valor
de cambio del arte y la reificación de la mercancía. Cronenberg recoge el
testigo y lo lleva todavía más lejos. La virtualidad del capital financiero en
la que Packer está instalado necesita de cosas materiales, fetiches que pongan
en circulación una idea del dinero atrofiada por el capital. De este modo, el
costo de la Capilla Rothko deviene en un medidor de lo que todavía el dinero
significa en la era del capital. Este pasaje del libro da cuenta de esto:
“- Dinero por un cuadro, dinero por cualquier cosa. Me
costó lo mío entender el dinero – dijo ella -. Me críe entre comodidades. Me
costó un tiempo pensar en el dinero, contemplarlo en su justo punto. Y empecé a
mirarlo a fondo. Miraba los billetes y las monedas incluso de perfil. Aprendí
qué se sentía al amasar dinero y al gastarlo. Me pareció intensamente
satisfactorio. Me ayudó a ser persona. Pero ya no sé en qué consiste el
dinero”.[1]
El otro momento a enmarcar es la formalización del
interior de la limusina y el estado de alerta, sudoroso, constante y simbiótico
de Eric Packer, para quien por momentos los números infinitesimales de las pantallas
de cromo parecen respiran en su piel y en sus ojos. El “vampiro” Robert
Pattinson es un más que creíble Packer. Este asunto de las pantallas como
interfaz ya lo definía en la anterior reseña sobre Le Capital, y aquí adquiere una presencia
metafórica de alto voltaje, resumida en esta divagación poética sencillamente
impresionante:
“Miró más
allá de Chin, hacia el fluir de números que corría en direcciones opuestas.
Entendió cuánto significaba para él todo ese desglose pasajero de datos en una
pantalla. Estudió los diagramas y figuras que ponían en juego patrones
orgánicos, alas de ave, la cámara en abanico de una concha de molusco. Era un
pensamiento superficial sostener que los números y los gráficos equivalían a la
fría comprensión de las energías humanas levantiscas, toda clase de ansia y de
sudor nocturno reducido a lúcidas unidades en los mercados financieros. De
hecho, los propios datos tenían alma, resplandecían, un aspecto dinámico del
proceso de la vida misma. Esa era la elocuencia de los alfabetos y de los
sistemas numéricos, plenamente plasmada en forma electrónica en el binomio de
ceros y unos del mundo, el imperativo digital que definía cada aliento de los
miles de millones de seres vivos en el planeta. Ahí estaba el bullir de la
biosfera. Nuestros cuerpos y los océanos estaba ahí plasmados, presentes,
cognoscibles e íntegros”.[2]
[1] Don DeLillo, Cosmópolis, Bestseller Internacional, Seix
Barral, 2003.
El pasado 5 de octubre tuvo lugar
la Emisión 1. Una voz sin cuerpo, hacia
el amor, Special Issue de Mugatxoan. El lugar desde donde se emitió este
programa fue el Museo San Telmo de San Sebastián. Organizado como una emisión
de radio en directo pero con un público presencial, diferentes intervenciones
cuestionaron el estar aquí y en otro lugar al mismo tiempo, la presencia de la
voz y la ausencia del cuerpo, el cuerpo sin voz y la potencialidad de la radio
como un aparato de producción y distribución. Bertolt Brecht escribió en
su “The Modern Theatre Is The Epic
Theatre” sobre la necesidad de convertir los lugares de entretenimiento en
órganos de comunicación de masas. ¡Ópera con innovaciones! Cuando habló sobre
la radio, se expresó en términos parecidos. “Pero no es para nada nuestro
trabajo renovar las instituciones sobre la base del existente orden social por
medio de innovaciones. En su lugar nuestras innovaciones deben forzarlas a
rendirse a esa base. Por lo tanto: para innovaciones, ¡en contra de las renovaciones!”
(la traducción es mía) Cuando algunos años atrás escribí mi un texto para el
volumen “Curating and the Educational Turn” (Open editions/De Appel) este grito
de “For innovations-againts renovation!” se convirtió en el leitmotiv. De
aquella reflexión teórica salieron después varios talleres impartidos, “Crítica
Práctica” en dos ediciones y tres talleres sobre
auto-reflexibilidad y auto-consciencia. Mi emisión para la radio fue, el
resultado de otro ensayo sobre el amor como producción, la materialización de
un espíritu en un aquí y ahora y el desarrollo natural de mi sección Pop
Político en este blog “Crítica y metacomentario”. Una partitura a ser
interpretada y un adelanto del inminente taller en Arteleku como continuación
de este Una voz sin cuerpo, hacia el amor.
Ahora una vez pasados esos días que fueron del 9 al 11 de octubre, solo puedo
escribir desde la conmoción y el afecto. Pero, ¿quién me iba a decir a mí que
este taller sería el campo de testeo teórico-práctico de eso tan difícil de
explicar que es la dialéctica hegeliana? Ahora, después he vuelto a Hegel quien
en su fragmento “Love” (“Early Theoretical Writings”) escribió: “Love is
stronger tan fear. It has no fear of its fear, but, led by its fear, it cancels
separation, apprehensive as it is of finding opposition which may resist it or
be a fixed barrier against it”. Mi profundo sentimiento de agradecimiento a Blanca
Calvo, Jon Munduate, Teresa María Diaz Nerio, Tasio Ardanaz, Larraitz Torres,
Isabel de Naverán, Maite Garbayo, June Crespo, Idoia Zabaleta, María Jerez,
Cristina Blanco, Amaia Urra, Txaro Fontalba, Sandra Cuesta y Mar Torre.
Aquí, la partitura:
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Buenas tardes
Esta emisión radiofónica gira sobre el
amor. Sobre el amor como contenido y sobre el amor como forma. Al habla, con
ustedes, en directo, Peio Aguirre.
El texto “El amor como producción: una
pequeña teoría de la economía del arte” ha aparecido recientemente en
castellano en el fanzine PIPA, un proyecto que aspira a aunar de manera
renovada la crítica de arte, el feminismo y la teoría crítica.
Pensado y proyectado hace cuatro años, este
ensayo apunta hacia una politización de los afectos y una canalización de las
energías libidinales. Se trata de repensar el significado de los afectos poniéndolos
a trabajar al unísono con el intelecto. El amor, la fuerza del amor, es
abordado aquí desde un punto de vista que no coincide con la llamada
“inteligencia emocional” (concepto éste importado desde la psicología y
aplicado al ámbito de la creatividad, si no directamente al territorio de lo
empresarial).
Este texto ha sido republicado ahora en
inglés para el Cuaderno 1, Una voz sin
cuerpo, hacia el amor de Mugatxoan.
Amor, pasión, afecto, recuerdo,
sentimiento y anhelo son todas ellas categorías que han movilizado siempre un
impulso para la creación, aunque elaborar un ensayo crítico con el amor como
explicación de ésta o aquella obra de arte o de éste o aquel impulso artístico
ha sido tradicionalmente considerado como cercano a la ideología del idealismo.
En
este ensayo no busco ninguna reivindicación del amor como contenido, es decir,
como argumento o asunto para una tematización que acaba siempre anulando el
potencial transformador de aquello que se pretende trasladar. Intentar asir el
amor en tanto forma y no como contenido aparece entonces como un objetivo de la
utopía. Quizás el rasgo más inasible del amor se encuentre en su condición de
ser una economía, y que como tal, opera a la vez en el terreno de lo visible y
lo invisible. Su naturaleza es escurridiza y sus efectos devastadores. El amor
(como por otra parte el arte), no puede escapar a la representación o, al
menos, queda sometido al funesto hechizo de la representación y sus imaginarios
objetos.
Pero,
¿qué es el amor en sí mismo?
El
tema “Love, in itself”, (El amor, en sí
mismo) de Depeche Mode, publicado en 1983 en el álbum Construction Time Again trataba sobre esto.
There was a time
When all on my mind was love (love
love love)
Now I find that most of the time
Love’s not enough in itself
Había un tiempo
Cuando todo en mi cabeza era el
amor (amor amor amor)
Ahora veo que la mayoría de las
veces
El amor no es suficiente en sí
mismo
El
amor como contenido, el amor como forma; ésta es la dialéctica.
Algo
de esta disonancia o distorsión tenía ya lugar en el Romanticismo alemán,
cuando se daba un desbordamiento del contenido sobre la forma. Incapaz ésta de
contener el irrefrenable ímpetu del contenido, hacía saltar todos los pestillos
auto-impuestos por la forma con la exhuberancia emocional como resultado. Que
en pleno Romanticismo el amor fuera un modo de idealismo no podía sino esconder
su condición verdadera de servir de tapadera para la reproducción de la
sociedad.
Pero
si el clasicismo (de tipo griego) se caracterizaba por la armonía entre forma y
contenido, el Romanticismo desequilibró la balanza hacia la segunda,
precediendo a su vez a su posterior inversión durante la modernidad y
ejemplificada por los diversos formalismos (de tipo ruso, o checo) los cuales
pasaron el contrapeso hacia el otro lado: las cualidades formales de la obra de
arte.
El
amor, como motor del quehacer humano es a la vez excedente del intercambio y
del vivir juntos a la que la naturaleza nos obliga. El amor se enfrenta a
aquellos binarismos que han hecho de cualquier dialéctica genuina un territorio
abocado a su domesticación, esto es, un método, o peor, una filosofía; amor
particular versus amor universal, amor de calidad o en cantidad, amor teórico y
práctico, viejos y nuevos amores, el amor pasional o la camaradería, el amor
cortés, el platónico, el fou y demás.
Se
le reconoce a algunas ramas del POP la cualidad de aunar en sus canciones el
amor como forma y el contenido. Pocas veces esta relación llegó tan lejos como
en el profeta del POP, Paddy McAloon, de los Prefab Sprout, en su búsqueda de
la canción pop perfecta.
“When
love breaks down”, publicada en 1984, da cuenta de ello:
Pero
además de un conjunto de sentimientos clasificados de muy distintas maneras el
amor es también una economía. Las preguntas que salen al paso son: ¿puede el
amor convertirse en una metáfora de la producción? ¿puede hacerlo en tiempos en
los que la post-producción parece el modo dominante de relaciones económicas?
¿cuál podría ser una teoría del amor como producción? ¿cuáles serían sus
principios regidores? ¿quienes sus destinatarios? ¿cuál la forma empleada, el
canal y el modo de dirigirse?
El amor como producción es un amor
materialista; ésta es la dialéctica. Y su máximo representante lo fueron
Bertolt Brecht, Helene Weigel, Ruth Berlau:
Brecht escribió, en su libro póstumo Me-Ti, libro de los cambios:
“Kin-jeh
sobre el amor”
“(…) pero el amor debe considerarse por separado,
porque es una producción. Para bien o para mal, transforma al amante y al
amado. Ya vistos de fuera, los amantes aparecen como productores, y productores
de un orden superior. Delatan una pasión y una voluntad inquebrantables, son
blandos sin ser débiles y buscan siempre el modo de realizar
acciones desinteresadas (y no en beneficio exclusivo del ser amado). Construyen
su amor y le confieren cierto carácter histórico, como si contaran con un lugar
en los anales de la historiografía. (…) Es propio de la esencia del amor, como
de otras grandes producciones, el que los amantes se tomen en serio muchas
cosas que otros tratan a la ligera: los más mínimos contactos, los matices más
imperceptibles. Los mejores consiguen armonizar totalmente su amor con otras
producciones, y su desinterés adquiere entonces un carácter general, su
creatividad beneficia a muchos y ellos mismos apoyan todo cuando es
productivo”.
Se trata aquí de pensar el amor desde una
perspectiva materialista sin en ningún momento perder de vista la cuestión de
la producción: cuánto produce el amor, cómo se da esta producción, cuales son
sus desvíos, sus líneas indirectas y por encima de todo qué es lo que produce.
El amor como producción es, del mismo modo, una llamada, un impulso, un eslogan
que descansa en una economía del inconsciente. Un ejemplo concreto de amor
“materialista” (a lo Brecht) es el siguiente poema, titulado Quiero
ir con aquél a quien amo…
Dice:
Quiero ir con
aquel a quien amo
No quiero
calcular lo que cuesta.
No quiero
averiguar so es bueno
No quiero saber
si me ama.
Quiero ir con
aquel a quien amo.
Pero, ¿cómo puede darse una canción de
amor materialista? O ¿Por qué la vanguardia del post-punk fue tan dada a la
deconstrucción y al marxismo?
La respuesta puede ser “Anthrax”, de Gang
of Four (la banda de los cuatro), un tema de 1979 que modifica los
tradicionales conceptos del amor y las canciones de amor.
El amor surge
muchas veces como algo sobre lo que cantar,
Porque la mayoría
de los grupos sacan el máximo provecho de sus canciones sobre enamorarse
O lo felices que
van a ser en el amor,
De vez en cuando
te preguntas por qué estos grupos cantar sobre ello todo el tiempo - Es porque
estos grupos piensan que hay algo muy especial en ello.
O eso, o bien
porque todo el mundo canta y ha cantado siempre
sobre ello.
Ya sabes que a punto
de parir una canción se tiene que estar inspirado
Y nada inspira lo
suficiente como el amor.
Estos grupos y
cantantes creen que apelan a todo el mundo
Al cantar sobre
el amor porque al parecer todo el mundo tiene o puede amar
O eso es lo que
quieren hacer creer de todos modos
Sin embargo,
estos grupos parecen estar de acuerdo con la creencia de
que el amor es profundo
en la personalidad de cada uno.
No creo que
estemos diciendo que haya nada malo en el amor,
Simplemente no creemos que lo que suceda entre dos personas
Debería
envolverse con misterio.
Para información de los radio-oyentes la
semana siguiente tendrá lugar, en Arteleku, y dentro de Mugatxoan, el taller de
auto-consciencia y auto-reflexibilidad: hacia el amor. Para los cuatro días de
taller lo que cuenta es la disposición y la apertura a la improvisación. Se
trata de un taller teórico-práctico, entendida la conversación como praxis. La
convocatoria está ya, cerrada. Los y las participantes, seleccionadas.
El taller de auto-reflexibilidad y
auto-consciencia desarrollado durante el pasado mes de febrero, en el Museo San
Telmo, giró sobre la posición del hablante en la representación y sobre los
modos en los cuales el sujeto toma consciencia de sí partiendo de la presencia
o la ausencia del cuerpo, el régimen de la visión o la alteridad de la voz.
Asimismo se apuntó a otros procesos de subjeción como la conciencia de clase o
las relaciones de poder. Diferentes materiales fílmicos dirigieron la atención
hacia estas cuestiones provocando una situación de alerta en el ser y estar
(tanto individuales como colectivos).
El nuevo taller se anuncia como
continuación o intensificación de esa experiencia, a la vez que una nueva
oportunidad donde se pondrá el énfasis en el sujeto como productor; una mayor
autoconsciencia debería acompañar un aumento de la capacidad de producción.
Desde el “autor como productor” de Walter Benjamin, al “autor como receptor”
que la teórica Kaja Silverman identifica en el último Jean-Luc Godard la
cuestión de la producción atraviesa la pregunta de qué es un autor, cómo y
cuando esta figura aparece y cual es su relación con la producción de afectos.
Al final de JLG/JLG Autorretrato de
diciembre (1995) Godard dice, casi a modo de conclusión: “He dicho que amo,
he aquí la promesa. Actualmente, me tengo que sacrificar para que la palabra
amor tenga sentido. Para que haya amor sobre la tierra”. Este aserto, a modo de
motto, nos lleva a la pregunta: ¿cómo
puede darse una forma creativa que signifique el amor como producción? En su
ensayo, Silverman señala una serie de transferencias entre dar y recibir, entre
devenir emisor o optar por ser receptáculo, reflejo y al mismo tiempo
propagador de estímulos externos.
Esto nos alerta de nuestra posición en
tanto emisores como receptores. Pero cualquier teoría del amor que se elabore
no puede prescindir de su contraparte, esto es, el poder. Una teoría del amor
como motor de la relaciones en el arte puede convertirse en un proyecto
político, y hacer visible el modo en el que las relaciones institucionales
están movidas por energía libidinales es poner en práctica esta teoría del amor
que es también una teoría del poder.
Amor y poder es, aquí, otro de los temas.
La dialéctica del amo y el esclavo es un
conocido capítulo en La fenomenología del
espíritu de Hegel donde se da una definición de la auto-conciencia del
sujeto a partir de “la lucha a muerte” que establece éste por el reconocimiento
del otro (otro sujeto). A partir del lenguaje abstracto, Hegel describe el
encuentro entre dos conciencias en la que una esclaviza a la otra (quien cede
ante una mayor pulsión de muerte). Se establecen entonces las categorías del
amo y el esclavo. El segundo sirve al primero, quien goza de los frutos de su
trabajo, pero éste, al trabajar la materia y la naturaleza con sus propias
manos, adquiere una auto-conciencia distinta a la de su ocioso amo quien queda
a su vez en una situación de dependencia del esclavo produciéndose así una
última nivelación final entre las dos conciencias. Este pasaje ha sido visto, a
veces vulgarmente, como la realización de la dialéctica hegeliana de la tesis,
la antítesis (la negación) y la síntesis (como la negación de la negación).
Así pues, el amor, también, entre el amo
y el esclavo: “Master and Servant”.
En 1984, en Berlín, Depeche Mode se
aficionó a la estética del cuero. Tenía que ser Martin L. Gore quien compusiera
el siguiente tema. “Master and Servant”, publicado en el álbum Some Great Reward.
Dice, la canción:
Es un montón como
la vida
Hay un nuevo
juego
Nos gusta jugar
ya ves
Un juego con
realidad añadida
Me tratas como a
un perro
Ponme debajo de
rodillas
Lo llamamos amo y
esclavo
Lo llamamos amo y
esclavo
El taller analizará maneras de estar,
posiciones y casos de formas de vida derivadas de una posición productiva en la
contemporaneidad. Está dirigido a personas que desarrollen prácticas
artísticas, creativas, teóricas y cognitivas en cualquier modalidad o
disciplina. Se fomentará la reflexión colectiva sobre estas cuestiones a partir
de materiales de trabajo como lectura de textos, visionado de películas y
debate dentro del grupo. El taller tendrá un carácter teórico-práctico. Se
establecerá sobre unas pautas reflexivas y se fomentará la voluntad de
participar y contribuir al debate y al conocimiento colectivo. Se trata de
aprender a estar en la falta, en la incompletitud, calmando de este modo la
ansiedad.
Y para acabar esta emisión, nada mejor
que la voz de Sarah Cracknell de Saint Etienne y la propagación del amor en
digital estéreo.
“I’ve got your music”
When I'm alone,
in my phones, I feel love in digital stereo When in love, I can lose you I move with the
music, the music moves with me I can't let go, I can't let, I can't let go, I can't
let go, go, go….