La revitalización de la dialéctica no es
de nuestro tiempo, aunque el término continúa siendo utilizado profusamente en
el interior de diferentes aparatos críticos y discursivos. ¿Qué es sin embargo,
la dialéctica? Regresar a Hegel y a Marx es entonces un requerimiento aunque
también existen pensadores, artistas y creadores en distintos ámbitos que son
profundamente dialécticos, aún sin saberlo o sin ser consciente de ello. De un
modo parecido, existen infinidad de ejemplos y situaciones en producciones
culturales que son dialécticas o, al menos, pueden dibujar un planteamiento
dialéctico del mundo y sus relaciones. Esto incluye algunas producciones dentro
de la cultura popular, especialmente en el actual tránsito desde el cine, como
baluarte tradicional de calidad cultural, a la televisión (en las hoy en día
exitosas series televisivas). Un modo de funcionamiento de la dialéctica
mediante un caso de estudio podemos encontrarlo en The Wire. El problema del tráfico de drogas deviene en el principal
factor de aumento de la criminalidad en la ciudad de Baltimore. La policía
combate este tráfico siguiendo los hilos de las “esquinas”, intentando
cartografiar el orden que se esconde detrás del trapicheo cotidiano. La
situación es afín tanto en la ficción como en la realidad, pues si por algo
caracteriza The Wire es por un tipo
de realismo que alegoriza la sociedad en la que se inspira y a la que va
dirigida, en un claro ejemplo de comunidad representándose a sí misma o
adquiriendo una auto-conciencia gracias a esas mismas herramientas de realidad.
Pues bien, resulta que la lucha contra
ese tráfico de drogas es solo la punta del iceberg de la complejidad de la
ciudad, en la que el decline industrial del puerto, el urbanismo descontrolado
y el factor racial dejan por el camino un reguero de incoherencias de las que
las instituciones son a la vez responsables e irresponsables. Estas
instituciones son la policía, el ayuntamiento, el aparato judicial y el sistema
educativo. Esto es, principalmente los pilares de aquello que Althusser
denominaba los Aparatos ideológicos del estado. En la temporada 3, el sargento
Howard “Bunny” Colvin se atreve con una iniciativa personal de corte
experimental (totalmente a espaldas de sus superiores, incluyendo a la instancia
suprema del gobierno de la ciudad, el alcalde). El experimento de Colvin es
como sigue: si se crearan zonas específicas para el tráfico de drogas, si éstas
salieran de una vez de las “esquinas”, si la policía dejara de controlarlas en
medio del caos de la ciudad, a lo mejor las estadísticas de criminalidad y
descenderían. Esta especie de mercado libre
para la droga generaría sus beneficios; los propios dealers dejarían la guerra entre las bandas por el control del
espacio, y se guiarían por la lógica de la competencia y la calidad del “producto”
típico del mercado, dejando atrás la dinámica de la territorialidad que solo
trae violencia entre las bandas con la amenaza que eso supone para la
población. Los balas “perdidas” de los tiroteos ya han causado muertes de
inocentes. La creación de un “enclave” específico, una zonas libre y autónoma,
liberaría a los barrios de la lacra de la droga mientras que “Hamsterdam”
(guiño irónico a la permisividad de las drogas en la capital holandesa) se
convertiría en un territorio con contornos definibles protegido por la policía.
La transgresión de Colvin es múltiple, pues no solo omite esta información a
sus jefes, controlando la zona gracias a un grupo de fieles policías, sino que
además lanza el mensaje de que la policía permite el tráfico y el consumo de
drogas. Algo que, de regreso a la realidad, todo el mundo sabe que ocurre de un
modo u otro.
La legalización de la droga es, en el
fondo, el proyecto de Colvin (aunque una legalización circunscrita a un
“enclave”). El hecho de que “Hamsterdam” se establezca en la ciudad sin que
transcienda social y mediáticamente (sin que incluso llegue a los oídos de los
altos cargos y al alcalde) da una muestra de la dificultad de cartografiar el
tejido urbano de las grandes ciudades, donde existen zonas privilegiadas y
zonas completamente ocultas a los intereses políticos y económicos.
“Hamsterdam” es lo más próximo a una utopía, a una representación utópica. Pero
mientras que las estadísticas de criminalidad comienzan a bajar, el ayuntamiento
se mueve por puro electoralismo y partidismo hipócrita. El descenso del crimen
es, entonces, un dato doble, pues por un lado puede catapultar las intenciones
escondidas de aspirantes a la alcaldía (como Tommy Carcetti) y al mismo tiempo
puede aniquilar al alcalde, si un inoportuno periodista desvela el secreto de
“Hamsterdam”. Una misma cosa puede ser vista, como algo positivo y como algo
negativo a la vez. Pero la escena clave para comprender la oscilación de la
dialéctica y el funcionamiento de la utopía es aquella en la que Colvin decide
mostrar a Carcetti la verdad de su iniciativa (algo que recuerda al recorrido
de Mr. Scrooge en el Cuento de navidad de
Charles Dickens). Después de barajar todos los pros y los contras de la
situación, finalmente Colvin lleva a Carcetti al “enclave”, y la cara de éste
bajando del coche sin dar crédito a lo que sus ojos contemplan es la imagen
congelada del shock de la dialéctica.
La utopía se torna distopía sin renunciar a la utopía. “Hamsterdam” es como un
jardín de las delicias inasumible desde el ningún punto de vista moral y ético.
Pero funciona. Los efectos positivos y comprobables en un lugar son a expensas
de otra realidad paralela donde impera la auto-destrucción de adultos, niños y
familias. Lo bueno y lo malo existen a la vez y al mismo tiempo y su imagen es
la de la contradicción, y un buen método para vislumbrar el pensamiento
dialéctico es prestar atención cuando se dice de que algo es, o está, en
contradicción. Para Colvin, transgredir la ley es la única forma de conseguir
cambios sustanciales, aunque eso suponga hacer tratos con mafiosos.
Otro ejemplo. En “Utopia as Replication”,
uno de los ensayos más comentados de Valences
of the dialectic (Verso) Fredric Jameson analiza la dialéctica desde este
cambio de “valencia”, de lo positivo a lo negativo y viceversa, enfatizando la
ambivalencia que el propio capitalismo tenía para Marx. Entonces, por ejemplo,
algo distópico puede contener en su interior partículas de utopía. Jameson
explica esto a través de Wal-Mart, una cadena de supermercados norteamericanos
convertida en la mayor empresa del mundo; todo el mundo lo crítica, por razones
de explotación salvaje obvias pero todo el mundo acude a ellos, por sus bajos
precios y comodidades… de manera que la afirmación de que Wal-Mart está
“matando el capitalismo de libre mercado en América” representa la negación de
la negación en Marx, la más pura expresión de la dinámica del capitalismo el
cual se devora a sí mismo y el cual abole el mercado por medio del mercado
mismo. Esto no quiere decir que Wal-Mart sea utópico per se (y mucho menos que
Jameson lo celebre).
Más bien: “This does not mean that Wal-mart is positive or that anything
progressive can come out of it, nor any new system: yet to apprehend it for a
moment in positive or progressive terms is to open up the current system in the
direction of something else”.
Jameson sugiere que el anti-capitalismo
puede provenir de los lugares más insospechados, mientras que su fe en la utopía
(uno de sus grandes temas, situado en el interior de todos y cada uno de sus
textos) como programa político se sitúa en la necesidad de despertar las partes
de la mente atrofiadas o adormiladas que nos impiden imaginar cualquier
alternativa al orden existente. Wal-Mart le sirve para volver a definir, una
vez más, las propiedades de la dialéctica: “The
dialectic is an injunction to think the negative and the positive together at
one and the same time, in the unity of a single thought, there where moralizing
wants to have the luxury of condemning this evil without particularly imagining
anything else in its place”.