Super 8, 2011, de J J. Abrams, cartel de la película |
Super 8, la película del verano en las carteleras, es una pirotecnia tan espectacular como vacua que solo se explica como un producto comercial de aspira a ocupar duración en la memoria. Dirigida por J. J. Abrams y producida por Steven Spielberg, su razón de ser no es la de contar ninguna historia nueva ni siquiera cortocircuitar nada del cine actual más mainstream, sino su razón de ser simple y llanamente es servir de homenaje a producciones cinematográficas del pasado. Conscientemente historicista, Super 8 es una gran cita rodante, o según se mire, una auto-cita redundante estando como está Spielberg de por medio.
Cuando una película comienza con el logo de E.T. y además tiene no pocas escenas de adolescentes en bicis de bmx, entonces deja bien a las claras cuales son sus credenciales.
Podría resumirse que todo en esta película intenta parecerse o mejor, dicho evocar, a la filmografía de su productor. E.T., Encuentros en la tercera fase, Minority Report, La guerra de los mundos, A.I. Inteligencia Artifical en tanto director, y Los Goonies, Gremlims, o Regreso al futuro en su faceta de productor. Y es que todo en Super 8 huele a Spielberg. Nada que objetar en ello; la película responde a las espectativas, en su mezcla de ciencia-ficción, aventura, film de terror y comedia, sin que sea puramente nada de todo eso, Super 8 merece ser vista más desde la sintomatología que provoca que desde el análisis formalista. Su forma es tan predecible, tan llena de estereotipos y clichés que no resulta difícil contemplarla desde una posición presciente. Resulta más jugoso hurgar en las razones por las cuales el factor nostalgia se ha convertido en la marca identitaria con la que se vende el “producto” en sí. Como decía, esta es una película sin historia o narración, en el sentido convencional del término, cuya existencia es meramente servir de recordatorio a nuevas generaciones de espectadores que no vieron en su día películas como E. T. o Los Goonies a la vez que conectar con aquellos entonces niños y hoy adultos. Conquistado el público antes de empezar, el “producto” ya ha ejecutado parte de su función, ahora solo queda hacer pasar un buen par de horas. Y esta parte de la función la cumple con creces. De este modo, su lógica citacionista, referencialista e historicista se vuelca sobre un pretexto gigantesco, un McGuffin a escala monumental que es la propia narración en sí, esto es, la historieta de un grupo de chicos que ruedan una película de zombies (homenaje a La noche de los muertos vivientes de George G. Romero) y donde se ven envueltos en una trama con las fuerzas armadas norteamericanas y un ser monstruoso y alienígena.
Siendo éste el argumento, es la nostalgia la que ocupa el primer lugar del ranking en cuanto a contenido. ¿Cómo lo hace? No solo está todo el arsenal citacionista y referencialista a películas que conformaron el imaginario de toda una generación sino que el énfasis en la técnica del super 8 hace de esta nostalgia una herramienta fácil de manipular. Así, el propio Abrams (guionista y director televisivo de series de éxito como Felicity, Lost y Fringe y aquí en su primera incursión como director de cine) y Spielberg son capaces de hacer el salto autobiográfico y recordar sus comienzos en el cine siendo adolescentes recreando en este nuevo grupo de chavales (viene a la memoria también Stand by Me, 1986, de Rob Reiner) todo un imaginario adolescente hoy perdido, o mutado en la colección de fotografías de los nuevos móviles y iPods. Pero obviamente, el super 8 en tanto formato amateurista remite a una condición de autoría que también está en vías de extinción, por no hablar de la propia tecnología en sí, prácticamente hoy extinta. El gancho de la low-tech dentro de una producción tan high-tech (la escena del descarrilamiento del tren resulta espectacular en sus efectos especiales) ya consigue empaquetar el “producto” con una buena dosis de buenintencionismo. Unos chicos ruedan un corto en super 8 que el espectador puede contemplar como bonus track en los títulos de crédito (la película dentro de la película). Pero es sin duda la nostalgia de la pérdida de una tecnología (la analógica) por su posterior y actual modelo digital lo que refuerza el componente nostálgico, ya que permite recrear los recuerdos del pasado de una manera única y original. En una cultura donde todo aparato es ya digital, el recuerdo o la memoria del pasado analógico se vuelve un problema, debido a que ya no tenemos acceso a aquellos formatos que servían de recuerdo; cintas super 8, diapositivas y también VHS son ahora recuperadas y llevadas a scanners y otros aparatos de reproducción para adaptar su formato.
Super 8, manipula esta condición aurática de lo analógico para sus intereses, recurriendo a la historia de la pérdida de la madre para Joe, en un momento de sensiblería que además de servir para manipular afectivamente al espectador, sirve para reafirmar el propio contenido del filme; esa nostalgia que no es sino pérdida, muerte, pasado. Pero además, esta condición de la nostalgia debe servirnos para seguir con nuestras indagaciones sobre cine y posmodernismo, pues es conocido que el filme-nostalgia y el pastiche fueron los dos rasgos señeros que sirvieron a Fredric Jameson para definir el estado de la cultura a principios de los 80 y definir a continuación el posmodernismo. Sin embargo, aquel filme-nostalgia que intentaba recrear un pasado artificialmente, Chinatown de Polanski, El conformista de Bertolucci, y que mostraba una incompatibilidad entre la nostalgia posmodernista y la genuina historicidad, no se articulaba alrededor de la propia nostalgia como eje narrativo o como primer contenido o razón de ser de las propias películas. Así, esta nueva rehabilitación del filme-nostalgia lo es doblemente; incorpora la nostalgia reificada en tanto tema (o sujeta a la tematización), a la vez que lanza una honda sobre otros filme-nostalgia típicamente posmodernistas. La pregunta que surge entonces sería la de saber si Super 8 es doblemente posmoderna o, al menos, preguntarnos donde aspira a situarse ideológicamente.
Pero en la película la nostalgia no puede separarse de ese eje aurático de la pérdida al que sirve el celuloide; no en vano es en el celuloide donde se esconden las fantasmagorías más penetrantes, presencias de ausencias que hacen de su propia tecnología la morada para fantasmas y apariciones espectrales de todo tipo. Super 8 es en este sentido una película hauntológica por derecho propio, o de un posmodernismo de nuevo cuño. Esta hauntology, un híbrido entre haunted y ontology sacado después del Espectros de Marx (1993) de Jacques Derrida, puede servir para referirse al modo en el que después de los “finales de la historia”, el presente existe solo con respecto a los fantasmas del pasado que continuamente lo irrumpen. Es en esta hauntología llena de fantasmas y espectros del pasado que se negocia parte del nuevo imaginario especular y posmoderno
"Sprawl", luces, noche y adolescentes |
Otra cuestión concierne aquí a los modos de repolitización de todos estos impulsos nostálgicos vinculado tanto al desarrollo capitalista de la cultura de masas como a la fetichización de la experiencia de lo histórico. Para ello, el análisis de la querencia por las formas bajas de tecnología podría aportarnos valiosa información. Este actual fetichismo de la low-tech podría tener un equivalente en las formas del retrofuturismo en los subgénero literarios del steampunk o el dieselpunk, esto es, la imaginación de un pasado histórico diferente al que supuestamente ha sido donde, por ejemplo, la revolución digital hubiera acontecido adelantándose un siglo, en mitad del desarrollo de la revolución industrial de la máquina de vapor, la luz de gas o de calcio. Esto sería un recordatorio, de nuevo, de aquella nostalgia posmoderna en la que referencias contemporáneas o incluso futuristas al nivel del contenido ocultan la dependencia de modelos establecidos o anticuados en el plano de la forma. La low-tech vendría entonces al rescate de un historicismo redivivo, en una reedición de la nostalgia por lo analógico. La cualidad de la imagen fílmica del celuloide, 16 mm o 8 mm, hace de su materialidad una prolongación hauntológica. Esta obsesión contemporánea por la baja tecnología en tiempos hipertecnologizados es hoy una constante, y puede ser rastreada en esta película comercial así como en muchas otras manifestaciones de arte contemporáneo, o en la música popular cuando se escucha el sonido texturado de la aguja sobre el vinilo en la música electrónica o cierto pop indie (low-fi).
¿Estilo camp en la vestimenta de ella? |
Pero Super 8 es además rica en otra clase de interpretaciones alegóricas, así por ejemplo, desde el punto de vista del urbanismo resulta estimulante observar la detallada reconstrucción de un “sprawl” suburbano de clase media típicamente norteamericano que es además el lugar donde la destrucción y la catástrofe acontece, y esta relación está ya elaborada en el subconsciente de toda una nación, en parte debido a una larga historia de trauma con la madre naturaleza, y que Mike Davis ya trazara en su libro Ecology of Fear; Los Angeles and the Imagination of Disaster. Pero esta condición de la catástrofe no es solo natural y cuenta con una larga historia alrededor de las fantasías de la bomba atómica y otras especulaciones de la Guerra Fría (que además, también tienen cabida en Super 8, pues para el ciudadano de a pie la culpa siempre la tienen los comunistas). Así, hay algo de macartismo velado (una crítica explícita o denuncia ya sería demasiado) en este filme, o más bien, referencias a un periodo donde los experimentos químicos en los laboratorios tenían su contrapartida en el nacimiento de todo un subgénero de películas de terror de serie B en la década de los 50 y 60 estilo La invasión de los ladrones de cuerpos, 1956, de Don Siegel, y que más tarde en los 70, el momento al que se refiere la propia película, tuvo grandes ejemplos en La invasión de los ultracuerpos, 1978, de Philip Kaufman, y Vinieron de dentro de…, 1975, de David Cronenberg y demás. Las imágenes de “archivo” que los chicos contemplan en el instituto negocia bastante afinadamente con todo esto. Pero en su intento de aglutinar todos los géneros posibles, todas las temáticas existentes, por momentos viene a la cabeza películas como Independence Day y otros casos de películas catastrofistas donde se combate al “gran Otro”. Quizás por ellos el último eslabón debamos quizás trazarlo en la forma de conspiración más inimaginable, terrorífica e igualmente irrepresentable, aquella que la une con el bíblico Apocalipsis, el fin del mundo. Si La guerra de los mundos, Steven Spielberg reinterpretando a H. G. Wells, nos permitía regresar a un momento pre-trauma y contrastar el antes con el después, el pasado con el presente, quizás sólo nos quede ver películas de entretenimiento como retratos alegóricos esperando que nos informen fehacientemente del estado de las cosas aunque sea en su caótica y progresiva autodestrucción. Super 8 es en este sentido un intento por reconciliar lo distópico de todos los temores de ese “gran Otro” con el impulso utópico cargado de optimismo que Spielberg siempre introduce de alguna u otra manera.