¿Puede un libro mastodóntico de más de 600 páginas revitalizar la teoría en nuestros días? Esta es una de las preguntas que uno se hace al adentrarse, no sin esfuerzo, en su interior. Como ha escrito Mark Fisher en Mute, este volumen es “tan compulsivo como demandante, tan gratificante como exigente”. Fredric Jameson ha elaborado un libro-objeto que irradiará largamente en ese futuro que él mismo considera como producto y destino. Lo confieso; tenía el primer capítulo de este libro en algún lugar de mi disco duro meses antes de su publicación (internet es una fuente inagotable de material proscrito), pero el esfuerzo que suponía implicarse en las complejidades de la dialéctica (Hegel y demás) me hizo prorrogar la lectura, aunque ya se sabe que la posposición es tanto un rasgo de la líbido como de la pereza. Ahora me doy cuenta de que lo que aquí se propone es un proyecto donde la dialéctica es el arma con el que penetrar el (des)orden social, económico y cultural del presente, poniendo el conjunto de la obra de Jameson gravitando alrededor de un mismo eje que se mueve incansable en oscilaciones horizontales y verticales. La revitalización de la teoría, en cualquier caso, tiene aquí su particular piedra de toque, pues el intento de Jameson es restaurar los posibles usos de la dialéctica, sometida a lo largo de decenios al mayor de los descréditos. “¿Es la dialéctica perversa, o solo algo incomprensible?” se pregunta en un momento. Descartada por el pragmatismo y el positivismo, por la tradición posmoderna, por los críticos de la derecha y de la izquierda, por un postestructuralismo francés (post-Sartre) crítico con los grandes relatos de la modernidad (Lyotard), el anti-Hegelianismo de Foucualt, o asociando la totalidad con el totalitarismo (no menos con la invocación del materialismo dialéctico de Lenin y Mao), la dialéctica se vio durante la Guerra Fría abocada al desprestigio como una perniciosa ideología.
Así, este voluminoso libro pretende antes que nada, poner orden, historizando el recorrido de un término, desde Hegel a Marx, hasta llegar a tocar todo aquello que la propia dialéctica ha “infectado”, directa e indirectamente, desde entonces. Para tal misión, Jameson pone en práctica su transcodificación, ¿método? que rehuye cualquier linealidad de la historización disciplinar para poner en juego (en un único movimiento) una amalgama dispar de textos, contextos, tiempos, conceptos, pensadores y artistas que se van enhebrando de las maneras más insospechadas. Para este fin, Jameson no duda en asimilar e integrar en el interior de su pensamiento, a filósofos no o anti dialécticos como Derrida y Deleuze, sólo para demostrar que en el fondo eran profundamente dialécticos, aún sin saberlo. Por otro lado, el problema con Foucault, es que es a la vez demasiado y no suficientemente dialéctico. Jameson entiende que las resistencias a la dialéctica, la anti-dialéctica, es parte integral de la dialéctica como tal y que en vez de descartarla es necesario integrarla (lo que equivale a decir que cualquier deinición progresiva del marxismo tiene que tener en cuenta sus críticas provenientes no sólo desde el interior sino también del exterior). Valences ofrece muchas páginas brillantes sobre Deleuze, Foucault y Derrida, en la necesidad que Jameson siempre ha tenido de (dialécticamente) bucear en las profundidades de otras metodologías y hermeneúticas.
Como resulta ya habitual (por ejemplo en su anterior Arqueologías del futuro y también en The Modernist Papers), Valences se compone de secciones nuevas combinadas con reimpresiones de ensayos publicados previamente. La novedad reside, sobre todo, en el primer capítulo (¿o primero de los libros de este volumen?) titulado “The Three Names of the Dialectic”, y que podría leerse conjuntamente con el final de su Marxism and Form, y me refiero aquí a su “Towards Dialectical Criticism” (1971). Ahora, Jameson recapitula dos siglos de evolución de la dialéctica, sugiriendo que tanto la idea de “sistema” (Hegel), como “método” (Marx) son sólo algunas de las estrecheces teóricas que han marcado el devenir de la dialéctica. El tour de force comienza con la consideración de que existen momentos dialécticos en pensadores anti o no-dialécticos como Kant, Deleuze y Wittgenstein a la vez que señala que el adjetivo de “dialéctico” poco o nada tiene que ver con la dialéctica, sino que es usado de manera genérica para clarificar momentos de perplejidad no-dialéctica y para reforzar los establecidos procesos de pensamiento basados en la confianza en la ley de la no-contradicción. El primero de estos tres nombres nos llevaría a “la Dialéctica”, con el artículo delante y la D mayúscula, es decir, el concepto que subsume todas las variantes del pensamiento dialéctico en un único sistema. Aquí, Jameson inquiere sobre cuando la dialéctica, desde que se cruza con cualquier –ismo, por ejemplo el Hegelianismo, se convierte en una filosofía para entender el mundo y la naturaleza, y con ello en una ideología. Algo similar ocurre con el marxismo, no en vano fue Engels y no Marx quien hizo del marxismo una filosofía. Es decir, Jameson intenta rescatar la dialéctica de su conversión filosófica, con los riesgos que eso conlleva y que han marcado una pauta constante en las diferentes luchas que el marxismo ha llevado a lo largo de su historia, generando sus propias tendencias (Troskysmo, Maoísmo), por no mencionar el materialismo dialéctico convertido en filosofía oficial (y en política de estado) en algunos países socialistas. Aquí Jameson contrapone los hallazgos y posibilidades del marxismo occidental (Western Marxism) en su tarea de situar la cultura y la superestructura en un nivel de significancia y determinación parejo a la economía. Jameson indaga en las razones por las cuales los descréditos de la dialéctica residen en este hacerse filosofía, de la misma manera que el peligro de hablar de la deconstrucción (Derridiana) como una terminología o paradigma teórico corre el riesgo de fosilizarse en su propia filosofía. Como contraposición, Jameson reivindica la teoría:
“I believe that theory is to be grasped as the perpetual and impossible attempt to dereify the language of thought, and to preempt all the systems and ideologies which inevitably result from the establishement of this or that terminology”.
Es en esta reificación, o tematización, donde reside el tránsito de la dialéctica a una ideología en sí misma. La defensa de la teoría como el espacio donde nada permanece estable, donde todo se pone en cuestión sin caer en la reificación, parece conferir una cualidad utópica a la propia teoría que Jameson aboga. Sugiere además que si bien no existe filosofía sin su propia auto-perpetuación institucional ofrecida por sus filósofos profesionales, de Hegel a Althusser o Deleuze, que emplearon sus energías vitales en la defensa y apología de la filosofía como tal, la emergencia de la teoría en el pasado (y Pierre Bourdieu está ahí para recordárnoslo) parece ofrecer un espacio afuera de las instituciones o fuera del ensayo de tales racionalizaciones compulsivas que nos permitan asir los límites de la filosofía como tal, incluyendo la filosofía dialéctica.
“The persistence of the proper name in theory, indeed –as when we identify various texts as Derridean, Althusserian, or Habermasian – only serves to betray the hopelessness of the nonetheless unavoidable aim of theoretical writing to escape the reifications of philosophy as well as the commodifications of the intellectual marketplace today”.
Jameson concluye que la totalidad no es algo con lo que uno termina, sino algo con lo que uno comienza, y que es el capitalismo como el nuevo sistema global el que es la totalidad y la fuerza unificadora, y recuerda que, no en vano, la dialéctica en sí misma no deviene visible históricamente hasta la emergencia del capitalismo. Obviamente aquí subyace el interrogante sobre el sentido y uso de la dialéctica en el posmodernismo, algo que Jameson definirá más adelante como de “dialéctica espacial” tomando como referente la propia llamada de Henri Lefebvre en su influyente La producción del espacio.
Jameson escribe, no obstante, que las consideraciones de la dialéctica como sistema (filosofía, ideología) tiene sus usos y sus desventajas y que sería profundamente no-dialéctico el dejar fuera estas patentes descripciones no-dialécticas de la dialéctica, sumergiéndonos a continuación en la multiplicadad de las muchas dialécticas locales (“many local dialectics”). Estas dialécticas locales se hallarían en el aislamiento de momentos dialécticos en esos mismos pensadores anti o no-dialécticos, algo que permite a Jameson recorrer corrientes de la filosofía y la metafísica, llegando a analizar exhaustivamente la conformación del binarismo y las oposiciones binarias, “la forma paradigmática de toda ideología”, así como la función del binarismo en el estructuralismo. Estas dialécticas locales se desprenderían de la anterior forma o ley dominante (La Dialéctica) que reina suprema sobre todos los órdenes, reduciéndola a leyes locales en éste o aquel lado de un cosmos que podría ser perfectamente no dialéctico. Después de indagar en las inconmensurabilidades en la que la dialéctica se adentra, breve paseo por lo simbólico, lo real y lo imaginario de Lacan, Jameson llega a establecer un marco de interpretación donde dialéctica y deconstrucción derrideana negocian entre sí su identidad y diferencia.
“The interpretation of Derrida’s insight may also shed fresh light on the differences between deconstruction and the dialectic, at the same time that it (as a consequence) reconfirms their family likeness, that is to say that kinship which allows the differences to be articulated and perceptible in the first place. For it is though the dialectic moves jerkily from moment to moment like a slide show, where deconstruction dizzily fast-forwards like a film by Dziga Vertov, I intend both of these comparisons to carry their negative or critical note, which marks the inevitable debility of all thinking”.
Dudo de que alguien anteriormente haya trazado este mismo camino, donde a la deconstrucción, como un tipo de nihilismo, “de resultados sin resultado” o sin consecuencias, o como proceso que se devora su propia cola, se le añade la dialéctica misma como ideología, y por lo tanto, otro objeto más para su deconstrucción. En medio de todo este jaleo, Jameson pone unicamente una regla, en los ejemplos e ilustraciones que le seguirán, a saber, el extricto evitamiento de la vieja caricatura pseudo-Hegeliana de la tesis/antítesis/síntesis, mientras que la única presuposición será la asunción que cualquier oposición o negatividad puede ser el punto de partida para la dialéctica en sí. Esta abolición tendería a la consideración (o no) de la posibilidad de un tercer término que solucione los dilemas entre opuestos. La oposición binaria es entonces el objeto de la meditación a través de una serie de ejemplos y casos que se suceden a una velocidad de vértigo; simbolismo y naturalismo en Lukács, base y superestructura, mediación… mientras que el paso abrupto de algunas de las contradicciones de Lenin aplicadas en Sierra Madre durante la revolución cubana al análisis de la dialéctica en un artista como Mondrian es sólo una muestra de las múltiples piruetas teóricas aquí presentes. La dialéctica, dice Jameson, rompería la ley de la no-contradicción, invitándonos a congregar lo positivo y lo negativo, el éxito y el fracaso, triunfo y fracaso de una sola vez y un solo golpe, juntas en la unidad de un único pensamiento. La contradicción se presenta entonces como la clave, pues es el instrumento que borrará las trazas del estructuralismo, las cuales ofrecen el punto de partida para su análisis (el binarismo). Para Jameson, el estructuralismo concibe la contradicción bajo la forma de la antinomia, un impasse lógico en el que el pensamiento queda paralizado, ni para adelante ni para atrás, donde un absoluto límite estructural es alcanzado: “for it is the unmasking of antinomy as contradiction which constitutes truly dialectical thinking as such”.
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Wall-Mart o ¿la utopía en la distopía? |
La llamada “It’s Dialectical!” constituye el tercer nombre, y remite no sólo al adjetivo sino a los efectos de la dialéctica, es decir, cuando algo es y se presenta como dialéctico. En ocasiones, hay pensamiento dialéctico, aunquea a veces ni nosotros, ni sus propios emisores, somos o son conscientes de ello. Jameson propone dos ejemplos de practicantes supremos de la dialéctica donde uno representaría lo trágico, T. W. Adorno, y el otro lo cómico, Slavoj Zizek; el recurso constante a la forma de la paradoja, en Adorno, que marca de inicio el no dar por sentada ninguna idea presupuesta y que le lleva a comenzar su Teoría estética con sentencias del tipo: “Ha llegado a ser obvio que ya no es obvio nada que tenga que ver con el arte…” Por su lado, Zizek, ejemplificaría una elaboración superior del estereotipo hegeliano de la tesis a través de la antítesis a la síntesis, gracias al recurso del psicoanálisis, así como a su típico y recurrente “estúpida primera impresión". No hay síntesis en Hegel dice Jameson, más bien:
“Still … that stupid first impression was not altogether wrong, there is a tripartite movement in the Hegelian dialectic, and in fact I have just illustrated: stupid first impression as the appearance; ingenious correction in the name of some underlying reality or ‘esence’; but finally, after all, a return to the reality of the appearance. It was the appearence that was ‘true’ after all”.
Entonces, la dialéctica desarrollada por Zizek a partir de filmes como La mujer del cuadro (1944) de Fritz Lang, ejemplos múltiples de la guerra de Bosnia y la desestalinización sirven a Jameson para trazar cómo puede funcionar y aparecer la dialéctica hoy en día. Pero además, confrontado con su perspectiva utópica, si la dialéctica triunfara, ésta desaparecería.
“If dialectical thinking ever fully supercedes undialectical thinking and establishes itself in its place, if everyone then comes to think dialectically, then for all intents and purposes the dialectic will have ceased to exist, and something else, something as yet unidentified, some hitherto unkown species of Utopian conciousness, will have taken its place”.
Lo cual nos previene de que Hegel nunca imaginó que el Verstand, o comercio entre objetos materiales e identidades, desaparecería algún día, lo mismo Marx con la mercancía (commodity form) o Althusser con la ideología, sino que existirían siempre en cualquier sociedad futura imaginada. Esto es algo que nos adelanta al cuarto nombre de la dialéctica, ¡aunque en principio eran tres!, y que tiene que ver con la dialéctica dentro de las condiciones espacio-temporales del tercer estadio del capitalismo, o posmodernismo, en el cruce geopolítico de la era de la globalización. Este primer capítulo “Three Names of the Dialectic” sirve como introducción a lo que seguirá, que resumiento está compuesto por dos textos sobre Hegel, otros dos sobre Sartre, otro sobre Historia y conciencia de clase de Lukács, Deleuze y el dualismo, ensayos sobre la “commodification” y la revolución cultural, dos capítulos más sobre la globalización, mientras que Marx está presente sólo a través de la relectura de Espectros de Marx de Derrida, ensayo publicado anteriormente en el volumen Demarcaciones espectrales (Michael Sprinker ed., Akal, Madrid, 2002). Al respecto Jameson hace una broma en una nota a pie de página diciendo que Valences es como “un Hamlet sin príncipe”, pues falta un análisis en profundidad de Marx, para lo que adelanta otros volúmenes separados sobre Hegel y Marx; The Hegel Variations publicado ya por Verso en 2010, y el próximo Representing Capital; a Reading of Volume One que se espera para primavera de este mismo año, también en Verso. Pero Valences incluye, además, un texto de 1993, “Actually Existing Marxism”, en plena atmósfera del colapso del socialismo en los países del Este, y que concluye con que “un capitalismo posmoderno necesariamente llamará a la vida a un marxismo posmoderno, que lo combatirá”, a la vez que el volumen acaba con otro “libro” sobre Paul Ricoeur titulado “The Valences of History”.
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Representing Capital, libro que completará
Valences of the Dialectic. |
Quizás uno de los ensayos más comentados y polémicos en Valences sea “Utopia as Replication” donde Jameson analiza la dialéctica desde este cambio de su “valencia”, de lo positivo a lo negativo y viceversa, enfatizando la ambivalencia que el propio capitalismo tenía para Marx. Entonces, por ejemplo, algo distópico puede contener en su interior particulas de utopía. Jameson explica esto a través de Wal-Mart, una cadena de supermercados norteamericanos (y ahora globales) convertida ya en la mayor empresa del mundo; todo el mundo lo crítica, por razones de explotación salvaje obvias, pero todo el mundo acude a ellos, por sus bajos precios y comodidades… de manera que la afirmación de que Wal-Mart está “matando el capitalismo de libre mercado en América” representa la negación de la negación en Marx, la más pura expresión de la dinámica del capitalismo el cual se devora a sí mismo y el cual abole el mercado por medio del mercado mismo. Pero esto no quiere decir que Wal-Mart sea utópico per se, mucho menos que Jameson lo celebre:
“This does not mean that Wallmart is positive or that anything progressive can come out of it, nor any new system: yet to apprehend it for a moment in positive or progressive terms is to open up the current system in the direction of something else”.
Jameson sugiere que el anti-capitalismo puede provenir de los lugares más insospechados, mientras que su fe en la Utopía (uno de sus grandes temas, situado en el interior de todos y cada uno de sus textos) como programa político se sitúa en la necesidad de despertar las partes de la mente atrofiadas o adormiladas que nos impiden imaginar cualquier alternativa al orden existente. Wal-Mart le sirve para volver a definir, una vez más, las propiedades de la dialéctica:
“The dialectic is an injunction to think the negative and the positive together at one and the same time, in the unity of a single thought, there where moralizing wants to have the luxury of condemning this evil without particularly imagining anything else in its place”.
Esto, y mucho más de lo que podemos dar cuenta aquí, Jameson lo hace con su poesía y estilo característico, anticipando un manual para la teoría contemporánea a la vez que resucitando las posibilidades del pensamiento dialéctico como Utopía:
“It would be best, perhaps, to think of an alternate world - better to say the alternate world, our alternate world - as one contiguous with ours but without any connections or access to it. Then, from time to time, like a diseased eyeball in which disturbing flashes of light are perceived or like those baroque sunburts in which rays from another world suddenly break into this one, we are reminded that Utopia exists and that other systems, other spaces, are still possible”.
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¿Imperialismo, mercado único o simplemente abolición del libre mercado? |