Cartel de "The Social Network", David Fincher |
La red social (2010) es una película dirigida por David Fincher y sólo este hecho ya merece un mínimo de consideración crítica. Que un director tan aclamado (Seven, El club de la lucha, Zodiac) decida embarcarse en dirigir una película sobre David Zuckerberg, el ahora multimillonario creador de la red social Facebook, nos habla claramente de la atracción de este autor por retos formales de gran alcance. Aquello que en manos de cualquier otro no sería sino mero entretenimiento, en Fincher se convierte en objeto de análisis, materia prima al servicio de una crónica de nuestro tiempo.
La aparente desconsideración de una película sobre el fenómeno social del momento pasa a convertirse en un potente artefacto de interpretación de la realidad circundante. Basado en el libro Multimillonarios por Accidente de Ben Mezrich, la grandeza del filme se debe a lo atinado del guión, escrito por Aaron Sorkin. De hecho habría que catalogar a Sorkin como co-autor ya que la escritura lo es aquí todo. Con un argumento en principio anodido, Sorkin y Fincher componen un relato que avanza frenéticamente pero dejando al espectador sin climax final, devolviéndolo al punto de partida. Una de las cualidades de la filmografía de Fincher es establecer una forma propia dentro de la industria de Hollywood a la vez que re-trabaja los géneros hasta el punto de hacerlos partícipes de una seductora cacofonía. Sus películas, como ovillos que se desenredan, mantienen un sutil equilibrio entre el cine mainstream y los tour de force estilísticos que podrían hacernos recordar a los Hitchcock o Brian de Palma.
Jessie Eisenberg como Mark Zuckerberg |
Tiene mucho de ilusionista Fincher. Su chistera está siempre cargada. Su estilo barroco, sobrecargado y a la vez sólido, simple, ofrece una síngular pátina, claramente observable en su labor en los claroscuros, de una sombredad en principio no acorde con el tema tratado. Fincher cuida los detalles; allí donde en Zodiac el amarillo huevo y el marrón pana vestían la oficina del periódico, ahora nos regala unos tonos verdosos propios del invierno en la universidad de Harvard. A nivel formal, Fincher sabe que los modos de narración posmodernos no sólo pasan por la reconsideración de la textura fílmica sino sobre todo por la ruptura de la linealidad de la narración y aquí, todo hay que decirlo, es un consumado maestro. El seguimiento (durante décadas) de la pista del asesino del calendario en Zodiac se revelaba como un simple McGuffin, al final de la película, desenmascarando su verdadero contenido; no ya una película del género thriller o policíaca, sino una metáfora de la imposibilidad por reconstruir el pasado por medio de fragmentos. La obsesión por Zodiac nos transmitía la desesperanza de cualquier atisbo de encontrar la verdad sumida en los laberintos de la historia. Pero Zodiac también venía a decirnos lo siguiente: cuando los gritos de la actualidad, del ahora, de aquello que resplandece al calor de lo mediático, quedan ahogados por el silencio de lo recién pasado, es entonces que empieza la auténtica búsqueda. La verdad es de aquellas que la persiguen con ahinco, no de aquellas personas aparentemente más dotadas. El rompezabezas de Zodiac avanzaba durante décadas sin solución aparente, en una secuencia que venía desde el pasado hacia nuestro presente. Este uso inteligente y multiforme de la temporalidad es lo que produce el estilo Fincher.
Cartel de "Zodiac", de David Fincher, 2007 |
Ahora, en La red social, algo que llama la atención es el momento de la realización de la cinta: 2010. En pleno apogeo de Facebook y poco más de media década después de su explosión mundial, hay que otorgar a este producto una capacidad para asir el presente que para sí quisieran otras producciones cinematográficas. Ocurre practicamente en el momento en el que está pasando, reconfigurando lo recién pasado como si fuera ayer mismo: todo comienza en un invierno de 2003, universidad de Harvard. En tanto cineasta, Fincher deviene periodista y cronista, su obra se sitúa muy cerca del periodismo, participando de una estética geopolítica que refunde los géneros del cine policíaco, thriller, periodismo, y ese ya género que clama su propio estatus como es el cine de juicios. Todo ello orquestado para que funcione al unísono, en una clase de cine que se establece como una continuidad de obras maestras como Todos los hombres del presidente (1976) de Alan J. Pakula, y la filmografía de Sidney Lumet
Basta con fijarse en la complejidad del mundo para tener suficiente reserva creativa.
La red social es también, obviamente, un objeto de entretenimiento, y por lo tanto fruto de una ideología determinada. Un objeto que además parece generar unanimidad en la crítica especializada, síntoma que debería observarse con detenimiento. El aparente oximoron que podría surgir de la mezcolanza de Facebook con un filme de calidad ha encontrado, gracias a Sorkin y Fincher, una presencia definitiva. No importa si el espectador está más o menos familiarizado con la red social que el filme destila adrenalina por los cuatros costados, todo ello bien aderezado por una banda sonora que no cesa en ningún momento y que tiene su climax en la escena en que Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) charla en la discoteca con Sean Parker, inventor de Napster, interpretado por un convincente Justin Timberlake. La escena se abre con un skyline nocturno y la imagen acelerada, para a continuación adentrarnos en el interior del templo posmoderno de carne y neón. Este simple detalle técnico que hace que las luces y las nubes de la urbe nocturna pasen a toda velocidad es toda una declaración formal: pocas imágenes más representativas de lo que dio en llamarse el posmodernismo existen que aquellas en las que las elevadas arquitecturas de acero y cristal dormitan.
Son además muchos los momentos en el filme en los que el estilo hace su trabajo, por no mencionar la atención al vestuario entre nerdy y geek de Zuckerberg, con toda su gama de forros polares y T-shirts tan bien escogidos que el propio Zuckerberg (el de verdad) ya ha elogiado. Es interesante contrastar la estética aquí con otra producción que definió toda una época, como Blade Runner (1982) de Ridley Scott. La comparativa puede parecer forzada pero lo cierto es que ambas reflejan una condición posmoderna atravesada por tres décadas de diferencia. Lo que un posmodernismo a lo Blade Runner nos indicaba era el advenimiento del presente bajo diferentes guisas de futuridad (en el cyberpunk) y una nostalgia salida de la incapacidad de la imaginación para pensar el futuro. Así, las tramas argumentales asentadas en un futuro no muy lejano servían como alegorías de la condensación de la cultura en un barroquismo estilístico floreciente que no reflejaba sino la crisis de la historicidad.
Ahora, La red social, con su aparente convencionalidad y sin apenas recurrir a situaciones de extrañamiento, hace patente la obsolescencia de virtualidades añadidas debido en parte al hecho de que la realidad que nos rodea se ha complejizado de tal manera hasta el punto de engendrar las redes sociales como sustitución de relaciones físicas.
La oficina del periódico de "Zodiac" |
Pero otra clave interpretativa de La red social estaría en aquello que la película no cuenta u omite, es decir, en las consecuencias de Facebook: el paso en esta red social (y en otras que han llegado después) de sucedáneos de socialidad hacia una nueva lógica (¿ética?) del trabajo. De Max Weber a Richard Sennett, no podemos dejar de considerar Facebook como una de las mayores transformaciones que se han producido dentro de una sociología del trabajo en nuestra sociedad post-Fordista, conectada y/o en red. En este sentido, lo que distinguiría a La red social de otras películas espectaculares del momento es su capacidad para representar fielmente o expresar, o de la manera adecuada, el capitalismo tardío. Sólo por esto, La red social y David Fincher tienen el mérito de golpear de lleno en medio del sistema y orden mundial. Tradicionalmente (desde al menos la gran novela realista de principios del siglo XIX) todas las obras maestras han sido siempre capaces de, antes que nada, representar vivamente los modos de producción imperantes o al menos ser expresión de la conciencia de clase o del inconsciente político de la sociedad.
Recientemente (en un texto clarividente) el artista Liam Gillick ha intentado captar la naturaleza de la labor del artista en nuestras sociedades de la información y el conocimiento, y aunque el fragmento esté sacado de contexto, puede servir como síntoma de los tiempos leyéndolo en paralelo con un producto como La red social: “La acusación es que los artistas son en el mejor de los casos los últimos trabajadores freelance del conocimiento y en el peor, apenas capaces de distinguirse del deseo agotador de trabajar todo el tiempo, gente neurótica que emplea una serie de prácticas que coincide pulcramente con los requerimientos del capitalismo neoliberal, depredador y mutante de cada momento. Los artistas son gente que se comporta, comunica e innova de la misma manera que aquellos quienes pasan sus días intentanto capitalizar cada momento e intercambio de la vida diaria. No ofrecen alternativa”.[1]
Justin Timberlake y Jessie Eisenberg, entre geeks y nerdys anda la cosa |
[1] Liam Gillick, Why Work? “The accusation is that artists are at best the ultimate freelance knowledge workers and at worst barely capable of distinguishing themselves from the consuming desire to work at all times, neurotic people who deploy a series of practices that coincide quite neatly with the requirements of neo-liberal, predatory, continually mutating capitalism of the every moment. Artists are people who behave, communicate and innovate in the same manner as those who spend their days trying to capitalize every moment and exchange of daily life. They offer no alternative”. Artspace, Aukland, New Zeland.