4/19/2009

CONTROL, de Anton Corbijn

 POP HISTÓRICO

 

Con Control, Anton Corbijn aparece definitivamente como candidato a ingresar en la categoría de artista. No tanto por los resultados obtenidos en este biopic de Ian Curtis, sino por esa heterogeneidad no exenta de coherencia que insufla un conjunto estético variopinto y sólido a la vez. Los peligros a evitar eran muchos y la elección de Corbijn no deja lugar a dudas: en lugar de fantasear con el imaginario de la escena musical de Manchester (como lo hacía frivolamente Michael Winterbotton en 24 Hours Party People), Corbijn decide quedarse al lado de Deborah Curtis, viuda de Curtis, autora del libro Touching from a Distance (sobre el que está basada la película) haciéndole complice del film en su rol de co-productora.

Uno de los aciertos de Control reside precisamente ahí, en la ambivalencia de Joy Division vis-à-vis Ian Curtis. La película va, sobre todo, de Curtis; un desconocido para el resto de los miembros del grupo así como para Debbie.

Existe igualmente, una fidelidad al libro sobre el que está basada la película realmente sorprendente, como si Corbijn hubiera sacrificado cualquier intento de adaptación libre en beneficio de un realismo que no lo es tal, pues más allá de la lectura del libro y la escucha de las canciones de Joy Division, el Curtis-hombre y el Curtis-mito están destinados a permanecer separados para la eternidad.

En esta contención, la película sale ganando y no arruina las expectativas de lo que pudo ser y no fue. Más bien, su sencillez la sostiene cerca de aquello que hace perdurar a algunas obras de arte: su absoluta condición de necesidad. Ésta era una película NECESARIA, y como tal, se mantiene viva dentro de su género, que no es otro que el de cierta convención de cine de ficción bien ejecutado, artesano, alejado de experimentalismos texturales y documentales.

Corbjin resiste a la tentación de meter footage del grupo (como lo hubiera hecho un Oliver Stone), resiste la tentación de meter sonido Joy Division real. Lo que hace es ficcionalizar la película por completo, incluida la música, grabando de nuevo las canciones de JD a cargo de los tres miembros restantes de la banda. Como ha llegado a decir Corbijn, “si deseas escuchar a Joy Division de verdad, vete a tu casa y pon un disco”. Las ligeras variaciones en las canciones ya merecen de por sí la sentada. Pero además, el realismo se refleja en un calculado detallismo (Sam Riley está brillante, como imbuido por el espíritu de Curtis, con unos movimientos de baile magistrales, por no hablar de la caracterización meticulosa de Bernard Sumner, imitando su estilo y postura corporal de manera atinada). Algo parecido se puede decir de Morris y Hooky. En lo que respecta a Tony Wilson y Rob Gretton, ambos son retratados de manera un tanto estereotipada como productores. En este sentido, la película deja espacio abierto para ciertos convencionalismos cinematográficos que interesaran a los ajenos a la mitología del grupo y defraudaran a los fanáticos.

Existen, igualmente, detalles que dicen mucho: la aguja baja y se posa en el vinilo de Iggy Pop The Idiot, sin embargo Corbijn decide que el mejor homenaje por respeto es no hacerlo sonar. La escena de Strozsek de Herzog está sensiblemente tratada, por no mencionar un plano fundamental, aquel en el cual los tres tres miembros huérfanos aparecen apesadumbrados sentados alrededor de una mesa, y al lado de Steven Morris aparece una chica que no había hecho su aparición hasta entonces, obviamente Gilliam Gilbert, adelantando en un sólo plano el futuro que vendrá: New Order. La historización de la historia del rock no ha hecho más que comenzar. Una historización que es, en su forma y en su método, basicamente pop.